El color está en los ojos y el cerebro del espectador: la forma en que vemos y describimos los tonos varía ampliamente entre las personas por múltiples razones. Según un nuevo estudio, estas variaciones están determinadas por variables como nuestra estructura ocular individual, la forma en que nuestro cerebro procesa las imágenes, qué idioma hablamos o incluso si vivimos cerca de un cuerpo de agua.

Un nuevo estudio realizado por la neurocientífica visual Jenny Bosten, de la Universidad de Sussex, en Inglaterra, explora los diferentes aspectos que determinan que cada persona perciba los colores de forma única, aunque el tono siempre sea el mismo desde una perspectiva física objetiva. La investigación ha sido publicada recientemente en la revista Annual Review of Vision Science.

Colores personales

Es habitual que pensemos en los colores como algo inmutable: damos por sentado que el azul o el rojo que vemos es idéntico al que puede ver cualquier otra persona. Sin embargo, la realidad es muy diferente: una gran variedad de factores influyen en cómo las personas perciben y hablan sobre el color, haciendo que esta experiencia sea única, individual y subjetiva. Aunque el rojo sigue siendo rojo a partir de su longitud de onda, cada uno de nosotros ve un rojo diferente y personal. 

La biología de nuestros ojos, la forma en cómo nuestros cerebros procesan esa información, las palabras que se usan en nuestro idioma para hablar sobre las categorías de color, junto a muchos otros aspectos, marcan estas variaciones individuales en la percepción del color. ¿Cómo se desarrollan estas variables para determinar los cambios individuales? 

Aunque todos tenemos receptores lumínicos en los ojos que están optimizados para detectar diferentes longitudes de onda o colores de luz, una mínima variación genética puede hacer que un tipo de receptor sea diferente, o que esté completamente ausente, lo que lleva a una alteración de la visión del color. Por ejemplo, mientras algunas personas son daltónicas y no ven ciertos colores, otras poseen “superpoderes” visuales y ven detalles cromáticos que otros no advierten. 

Hasta el sexo puede tener un papel preponderante en cómo percibimos el color, así como nuestra edad e incluso el tono de nuestros iris. La cultura y el ambiente también influyen: la percepción puede cambiar dependiendo de dónde vivimos, cuándo nacimos y en qué estación del año nos encontremos, según la nueva investigación.

Las influencias culturales

Según declaraciones de Bosten para Knowable Magazine, la autora del estudio cree que existen condicionantes socioculturales en la percepción del color. Mientras que el arco iris es un espectro continuo, con longitudes de onda de la luz que varían suavemente entre dos extremos dentro del rango visible y no existen líneas o discontinuidades agudas, el ser humano está “entrenado” para ver siete categorías de colores en el arcoíris: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Esto es histórico y cultural, pero en realidad el ojo humano puede discriminar mucho más que estos siete colores dentro de ese rango. 

Con respecto a las diferencias culturales, remarcó que aunque hay algunos puntos en común o variables biológicas en la forma en que todas las personas aprenden a categorizar el color, no todas las culturas tienen el mismo número de categorías. En consecuencia, las categorías de color son culturales y varían con el tiempo, porque las culturas experimentan una especie de evolución en términos de color. En un principio, un idioma puede tener solo dos o tres distinciones entre colores, pero luego esas categorías se vuelven complejas con el paso del tiempo.

Los genes y el entorno

Sobre las variaciones genéticas, la especialista destacó que los receptores de luz en nuestros ojos, también llamados conos, tienen una opsina fotosensible, que es la molécula que cambia de forma cuando se recibe la luz y que determina la sensibilidad de la célula a la longitud de onda, advirtiendo de esta forma las diferencias entre los colores. 

Sin embargo, los genes que codifican la información e influyen en cada opsina tienen siete sitios en el gen que son polimórficos, o sea que pueden tener diferentes “letras” o combinaciones de ADN. Cada persona puede presentar diferentes combinaciones de esas siete variantes, alcanzado un número total de combinaciones prácticamente inabarcable. 

Por último, la científica indicó que las culturas que poseen una palabra separada para verde y azul parecen estar fuertemente influenciadas por la cercanía de cursos de agua: cuando esta condición no se encuentra, las categorías de color no están separadas a nivel idiomático. Aunque es preciso desarrollar nuevos estudios para confirmar el papel que tienen estas variantes idiomáticas en la percepción visual, todo indica que una parte importante de la forma en que vemos los colores parece estar determinada también por cuestiones ambientales o del entorno en el cual vivimos.

Referencia

Do You See What I See? Diversity in Human Color Perception. Jenny M. Bosten. Annual Review of Vision Science (2022). DOI:https://doi.org/10.1146/annurev-vision-093020-112820