Una decena de científicos españoles, convocados en comisaría por una acción de desobediencia civil no violenta realizada delante del Congreso el pasado 6 de abril, han sido puestos en libertad con cargos después de declarar. Arriesgan juntos sus carreras y su posición laboral por denunciar la “criminal inacción climática de los gobiernos”. Según el secretario general de la ONU, se ha declarado “una guerra suicida” de la humanidad contra la naturaleza que está provocando ya un holocausto climático a gran escala.

Fernando Prieto, Agnès Delage Amat, José Campana; Alejandro Sacristán (*)

A principios de abril, miles de científicos salieron a las calles pidiendo ser escuchados y lanzando acciones de desobediencia civil no violenta. Una Rebelión científica internacional sin precedente, que en más de 25 países llamó a la movilización ciudadana por la vida y contra el desastre climático ya en marcha. Y no es para menos.  A pesar de todos los informes científicos, no han cambiado significativamente las políticas y los aumentos de las concentraciones de CO2 en la atmosfera. La subida constante de las temperaturas ha determinado las olas de calor, las sequias, las inundaciones que están ocasionando ya sangre y migraciones forzadas masivas. Casi simultáneamente se ha iniciado la guerra de Ucrania, que impacta duramente las poblaciones, la energía, los sistemas alimentarios y afecta directamente a las políticas nacionales e internacionales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.   

En España, catedráticos, investigadores, doctores, miembros titulares del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) o del panel de expertos en Cambio Climático de la ONU y de la FAO apoyaron y participaron en una protesta que ha teñido con pintura roja biodegradable la fachada y las escalinatas del Congreso para denunciar la criminal inacción climática de los sucesivos gobiernos en las últimas décadas. Ahora, los que cuentan entre nuestros mejores científicos de renombre internacional entre ellos, Fernando Valladares, biólogo y director del grupo de Ecología y Cambio Global del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, José Esquinas, doctor ingeniero Agrónomo por la Universidad Politécnica de Madrid y antiguo responsable en la FAO,  Jorge Riechmann, filósofo en la Universidad Autónoma de Madrid, Elena González Egea, doctora en astrofísica, y Fernando Prieto, director del Observatorio de la Sostenibilidad están convocados en comisaría en Moratalaz para responder de estos actos. Todos juntos, siguen plenamente decididos a asumir ante la policía y el resto de la sociedad la desobediencia civil no violenta como el último recurso que queda a la comunidad científica para poder actuar contra un holocausto climático ya en marcha.

Una “guerra suicida” de la humanidad contra la naturaleza

Estamos ya en los tiempos de “sangre, sudor y lágrimas” que Churchill anunció a su pueblo durante la segunda guerra mundial, pidiendo el mayor compromiso posible a su nación ante un peligro de muerte para toda la humanidad. La guerra de Ucrania, con sus pérdidas y su infinito sufrimiento humano, participa de hecho como otros conflictos actuales como Sudán, en una guerra global que aún no tiene nombre pero que además de los muertos directos, significa la destrucción de la humanidad mediante la devastación de los ecosistemas que hacen posible la vida. Antonio Guterres fue uno de los primeros líderes en nombrar públicamente esta guerra que hace de todo el planeta un campo de batalla, llamándola una "guerra suicida" de los hombres contra la naturaleza. El secretario general de la ONU bien lo advirtió: "La naturaleza siempre contraataca, y lo hace con cada vez más fuerza y furia."

Los primeros capítulos de la historia de esta guerra suicida ya están escritos desde hace décadas: el primer informe científico del IPCC, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático se publicó en 1990 y desde entonces y hasta abril de 2022 se han sucedido hasta seis grandes informes. A estos miles y miles de páginas que demuestran y documentan científicamente el holocausto climático, podríamos sumar las decenas de kilos de papel de las normativas que regulan el Protocolo de Kioto firmado en 1997 o el Acuerdo de París, la aprobación de los 17 ODS, de la Agenda Urbana. Y la enumeración no se para aquí. En noviembre de 2021, tuvimos la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas (COP) de Glasgow que fue la 26.   

Alok Sharma, presidente de esta COP26, clausuró el encuentro y rompió a llorar delante de las cámaras, pidiendo disculpas a toda la humanidad por cómo terminó esta conferencia. Otra vez los líderes del mundo lo saben todo sobre lo que amenaza nuestra supervivencia en las próximas décadas y no son capaces de actuar porque los intereses de los grandes grupos económicos y de los grandes estados impiden reducciones rápidas, profundas y sostenidas de emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Éstas fueron las lágrimas bien reales del presidente de la COP26 y nos obligan ahora a actuar y a recordar que, en su discurso de 1940, Churchill reclamó “blood, toil, tears and sweat”, es decir: sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. La fórmula de Churchill que pasó a la historia pedía sobre todo esfuerzo en medio del desastre. Todo el esfuerzo colectivo posible. Y más aún.  El mismo Churchill lo escribió en sus memorias: “El esfuerzo continuo, no la fuerza o la inteligencia, es la clave para liberar nuestro potencial”.

Los científicos ante el Congreso de los Diputados el pasado 6 de abril. Rodri Mínguez.

La ciencia se desespera y se rebela

Por ello, nunca ha sido más necesaria esta rebelión sin precedentes de la comunidad científica internacional, porque no queda otra opción que el máximo esfuerzo colectivo para estos tiempos de lágrimas y sangre. Peter Kalmus, científico en la NASA, explicó así porque se exponía a ser arrestado por la policía de Estados Unidos: “me siento realmente desesperado y aterrorizado… puedo ver muy claramente hacia dónde nos dirigimos en términos de cambio climático, y no percibo ningún impulso o intención por parte de los líderes mundiales de realmente cuidar este planeta y de resolver este problema, que realmente necesita acabar con la industria de los combustibles fósiles lo más rápido posible.”

En una situación tan compleja y sometida a estos riesgos tan graves, parece paradójicamente esperanzador que la comunidad científica se rebele y alerte de una forma todavía más radical al resto de la sociedad para buscar soluciones diplomáticas y paralizar la guerra cuanto antes. Cada día que sigue la guerra es un día en el que estamos más cerca de escenarios insostenibles e incompatibles con la vida humana. Con el objetivo de 1,5 grados centígrados, la atmósfera puede absorber, calculada desde principios de 2020, no más de 400 gigatoneladas (Gt) de CO 2 si queremos mantenernos por debajo del umbral de 1,5°C. Las  emisiones anuales de CO 2– por la quema de combustibles fósiles, los procesos industriales y el cambio de uso de la tierra – se estiman en 42,2 Gt por año. Con las emisiones a un nivel constante, se espera que el presupuesto se agote en menos de ocho años a partir de 2022 y la guerra está acelerando estas emisiones.  

El esfuerzo es posible y depende de todos nosotros

Es más crucial que nunca que las sociedades decidan sobre los conflictos e intereses relacionados con la emergencia climática y la guerra y las implicaciones que tienen estas dos catástrofes juntas. Los científicos ya han explicado las evidencias climáticas objetivas. Ahora la rebeldía científica y la movilización de la sociedad -el sudor y el esfuerzo colectivo- son las últimas esperanzas para actuar ante la indiferencia de los políticos que proponen duplicar los presupuestos para la guerra, pero no contra la emergencia climática. La sociedad entera debe abogar rápidamente por el fin de esta guerra y por la muy rápida reconducción de los temas de acción climática. Por eso, los científicos en rebeldía en España lanzaron en abril un manifiesto que ya firmaron miles: “los Científicos que nos rebelamos contra la inacción climática”. Se dirigieron a toda la ciudadanía siguiendo las propias recomendaciones de los científicos del IPCC, que, ante la magnitud de la crisis climática, reclamaron la “creación de “nuevas instituciones” que permitan garantizar la participación real de la ciudadanía y la democratización efectiva de la acción climática. Nuevos derechos, nuevas economías y nuevas instituciones para una pacificada "democracia por la Tierra.”

Cuando acabe la guerra de Ucrania será necesario empezar a tender puentes otra vez, volver a reconstruir marcos multilaterales, a buscar soluciones para la otra guerra que no se acabará nunca con un alto el fuego o un tratado de paz. ¿Cómo terminaremos el conflicto suicida de parte de la humanidad contra los límites del planeta? De momento está claro que no se pueden enviar armas, y a la vez, quejarse de los precios de la energía o de la escasez de alimentos, enviar misiles y a la vez querer evitar los gravísimos efectos en el cambio climático. Es necesario entender que es el tiempo del esfuerzo de la diplomacia, de los mediadores, de las palabras y de una sociedad civil que pueda participar en la enorme transformación colectiva para salvar el derecho a la vida digna de las generaciones futuras.

“La demora en enfrentar el cambio climático”, dijo el secretario general de la ONU, “significa la muerte”. Pero frente a la sangre y a las lágrimas que causan las destrucciones, nos quedan siempre el sudor, el esfuerzo y el poder de la movilización masiva por la vida. Elena González Egea, doctora de astrofísica y miembro de la Rebelión Científica en España recibió hace poco en Zaragoza el Premio Ecozine 2022 Berta Cáceres al compromiso ambiental y se expone actualmente a las consecuencias judiciales de su acción. En su discurso recordó a toda la sociedad que tiene el poder de actuar, ahora o nunca:

“Nuestro pánico no nos paraliza. Justo lo contrario. Nuestro pánico es nuestra energía. Nuestro pánico es nuestra fuerza, nuestra humanidad y nuestra acción por la vida. No seremos cómplices. Tenéis mucho más poder del que pensáis. Podéis hacer mucho más de lo que pensáis. ¿En qué lado de la historia de la destrucción masiva de la vida queréis estar?”, declaró González Egea.

(*) FERNANDO PRIETO, Observatorio de Sostenibilidad; AGNÈS DELAGE AMAT, Catedrática de ciencias sociales, Universidad de Marsella/CNRS; PEPE CAMPANA, Ingeniero industrial; ALEJANDRO SACRISTÁN, Miembro del comité de dirección del Club Nuevo Mundo.

Última hora: los científicos quedan en libertad con cargos

Los científicos, académicos y gestores medioambientales citados por la policía se encuentran en libertad con cargos después de haber comparecido hoy en comisarías de Madrid, Granada, Ibiza, Gijón y Almería.

A todos se les aplicó el procedimiento completo de identificación para detención (toma de fotografías frontal, de perfil, entre otras) y se les imputaron los cargos de Daños y Alteración de la Sesión del Congreso.

Se les piden en total 3.306 euros por costes de limpieza, alegando que había partes de piedra caliza de la fachada del Congreso donde, según la denuncia, la “pintura roja” ha tardado más en desaparecer.

Los afectados declararon que no se trató de pintura roja, sino de sangre falsa y biodegradable, elaborada a base de agua y remolacha, y que no ocasionó daños materiales, ya que fue retirada por los servicios de limpieza en cuestión de minutos, en contra de lo que figura en la denuncia.