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Jóvenes reinsertados tras el reformatorio: "Si no llego a cumplir condena en Las Moreras, hoy estaría preso o muerto"

Tres chicos, ya mayores de edad, recuerdan su paso por un correccional en la Región, donde "hay peleas, resulta un poco duro, pero también te enseñan a hacer las cosas bien"

Dos de los protagonistas de este reportaje, sentados en un banco de la calle Olof Palme de Murcia.

Dos de los protagonistas de este reportaje, sentados en un banco de la calle Olof Palme de Murcia. / JUAN CARLOS CAVAL

Ana Lucas

Ana Lucas

«Mi madre me denunció», admite Ezequiel, murciano de 28 años, para rememorar lo que fue su paso por el centro de internamiento de Las Moreras cuando era un adolescente que cometió «algún otro delito que otro», dice. Por ejemplo, «amenacé a un profesor, pero porque me pilló colocado ese día: yo fumaba porros y se la lie». «Busqué la manera incorrecta de obtener dinero», comenta el chico, que incluso reconoce haber cometido delitos «por los cuales no he sido juzgado».  

Ezequiel es uno de los tres chicos que atiende a La Opinión en el servicio de inserción de Murcia por el que pasan los jóvenes que terminan de cumplir sus condenas en La Zarza o en Las Moreras. Ezequiel no se llama Ezequiel: es un nombre ficticio, para evitar la revictimización o que se le identifique en futuros trabajos. 

"Ahora tengo la ESO y trabajo, lo único que me da rabia es no haber aprovechado antes el tiempo"

A los profesionales de Azarbe «les debo mi cambio», subraya el joven. A ellos «y a mi paso por Las Moreras». Cabe reseñar que Azarbe Intervención Psicosocial, que tiene su local en la calle Olof Palme de Murcia, es una sociedad centrada en la integración de colectivos en situación de dificultad o riesgo de exclusión social, como los chicos que salen del reformatorio, a quienes se ayuda para que puedan alcanzar un modelo de vida autónomo, responsable y satisfactorio.

«Yo no sabía nada, ni buscar trabajo o hacer un currículum, cosas muy básicas: aquí me enseñaron y estoy trabajando de carretillero. Si yo no llego a estar por aquí, estaría preso o muerto», tiene claro Ezequiel. «Mi padre está preso en Francia», apostilla al respecto. 

«Lo único que me da rabia es no haber aprovechado antes el tiempo», detalla el joven, que ahora vive en casa de sus abuelos y tiene trabajo. «Gracias a mi paso por Las Moreras, tengo el título de la ESO», celebra. Y todo fue una cadena: «Cuando salí, recibí una ayuda económica y, gracias a ella, me saqué el carné del coche, gracias al cual empecé a trabajar», destaca.

De su vida pasada, recuerda que «he llegado a entrar a una casa y atarlos (a los moradores), porque buscábamos la droga». 

"Todo viene por la droga"

«Todos estos problemas vienen a raíz de las drogas», interviene Soraya, de 18 años, que cumplió condena «por cuatro delitos, uno de ellos de amenazas, porque cogí un cuchillo» en un centro de Molina de Segura en régimen semiabierto y de ahí pasó a estar en librtad vigilada. La chica agradece a Azarbe que la hayan «ayudado a estudiar y precisa que se ha formado en atención al cliente, como carretillera, en un almacén y, actualmente, está aprendiendo peluquería. «No sabía nada, ni cómo hacer el DNI ni que hay que pagar dos meses antes de alquiler para entrar a un piso», cuenta.

"Todo es un agobio, no puedes ni siquiera comer con cuchillos de verdad, tienen que ser de plástico"

Actualmente Soraya (que tampoco se llama Soraya) vive en un piso para extutelados en El Palmar. De su época internada dice que presenció «castigos horribles», como pasar «dos semanas sin salir del centro, sin poder ir a excursiones», lo cual «me parece una exageración». «Todo es un agobio», asevera, para manifestar que «es un poco duro, ves peleas, no puedes comer con cuchillos de verdad, tienen que ser de plástico».

No obstante, «te acaba haciendo bien», puesto que «en el centro te enseñan a ser respetuosa, a no responder, a hacer las cosas bien».

Carlos, de ahora 18 años, miembro de una familia desestructurada y víctima de acoso en el colegio, ingresó en La Zarza con «una condena de 4 años de internamiento y un año de libertad vigilada», recuerda. «Entras, te obligan a desnudarte en privado con un educador y un guardia al azar; te vas a la ducha, te quitas la ropa, te miran, en ningún momento te tocan, te preguntan si llevas alguna cicatriz, una herida o un golpe», relata el chico.

"Estudié el grado medio de Auxiliar de Enfermería, quiero hacer el superior y estoy buscando trabajo"

Le pilló en la época del coronavirus y «tenía que pasar siete días en la habitación», aislado, lo cual, para un menor con «trastorno por déficit de atención con hiperactividad, discalculia y dislexia», era durísimo. Al final «me dejaron una tele», narra. 

Carlos (que, efectivamente, no se llama Carlos) subraya que «hay muy buena gente en el centro, que te quieren ayudar» y recuerda en especial a «mi trabajadora social, estupenda, que se llama Consuelo». Recuerda lo que ella le espetó: «Aprovecha el tiempo». Y lo hizo: «Estudié el grado medio de Auxiliar de Enfermería, quiero hacer el superior y estoy en búsqueda de trabajo», explica.

Una joven, en la biblioteca de La Zarza, en Abanilla.

Una joven, en la biblioteca de La Zarza, en Abanilla. / JUAN CARLOS CAVAL

A los jóvenes les aconseja lo mismo que le dijo a él Consuelo: «Que estudien, que aprovechen el tiempo, que se fíen de los educadores, que cuenten sus problemas». Y al sistema, una sugerencia: «Lo de la paga, que, en vez de quitarla de golpe, se haga una valoración de cada menor, para ver si se la pueden dar o no». Para tener un aliciente y un empujoncito para salir adelante y retomar sus vidas.

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