Reinserción de menores
En el corazón de La Zarza, el centro de menores condenados en la Región
"Que estén cumpliendo una medida judicial no significa que tengas que tratarlos a patadas", tiene claro Jesús Teruel, director territorial de la Fundación Diagrama, la que se ocupa del lugar, en Abanilla, donde 46 adolescentes (aunque caben 60) aprenden a reinsertarse: su método ha llamado la atención hasta de Australia

Ana Lucas
Un total de 46 adolescentes cumplen condena en el centro educativo La Zarza, un recinto que se levanta sobre 15.000 metros cuadrados en un paraje de Abanilla donde hay cerezos, pistas para jugar al fútbol, diez colmenas y dos caballos que suponen para los chiquillos «terapia, porque, si se tiene respeto a un animal, se le tiene respeto a las personas», subraya José Marco, director de un centro que abre sus puertas a La Opinión en medio de «la semana cultural, que este año está dedicada a Europa: por eso hay banderines», explican sus responsables.
El internado para menores de edad con medidas judiciales en vigor se alza en lo que antaño fue un cortijo, en una zona rústica ubicada a una hora de Murcia . Dentro, una vida entera donde un grupo de docentes y terapeutas ayudan a los chicos a prepararse para volver a la de verdad, a la vida fuera de esas rejas. Hay privación de libertad, hay disciplina, pero sobre todo hay formación. Y mucho cariño, puesto que el hecho de que los jóvenes «estén cumpliendo una medida judicial no significa que tengas que tratarlos a patadas», tiene claro Jesús Teruel, director territorial de la Fundación Diagrama, la entidad que se ocupa del centro.
"Todo está programado, hasta jugar al fútbol, aquí se deja poco a la improvisación"
Fue precisamente este afecto el que llamó la atención de las autoridades australianas. «En la campiña española, entre viñedos, hay un centro que cambia la vida de los jóvenes mientras los encierra». Así comenzaba la entradilla del reportaje de televisión que realizó un equipo que se desplazó desde el país más grande de Oceanía hasta la Región, para conocer La Zarza.

Jesús Teruel abraza a uno de los internos de La Zarza, en Abanilla. / JUAN CARLOS CAVAL
«La filosofía es que, si se va a encarcelar a un niño, hay que cuidarlo, educarlo y rehabilitarlo. Hay clases de escuela, deportes al aire libre, jardinería y manualidades de interior», prosigue la información del canal australiano. Algo de lo que da fe Jesús Teruel, al explicar que «intentamos normalizar lo máximo posible el trato, pero, al mismo tiempo, estamos cumpliendo una medida judicial».
"Cuidar de los caballos es terapia: si se tiene respeto al animal, se tiene a las personas también"
A la entrada del complejo hay unas letras de colores en las que se lee ‘La Zarza’, similares a las que anuncian Murcia en la entrada de Ronda Norte. Unos jóvenes, rastrillo en mano, se esmeran en adecentar la zona, bajo la mirada de un guardia de seguridad. A pocos metros, uno de los viveros, atestado de tomates, en los que los chicos aprenden jardinería.
Joaquín Asesino, profesor del módulo de jardinería y viveros, comenta que «teoría y práctica» se llevan a cabo «dentro del centro», aunque «ocho chavales las han hecho este año en un club privado que hay en Caudete».
El formador indica que «tras 120 horas de prácticas, se les da un título de jardinería de formación básica» y apostilla que «a algunos la teoría les cuesta más, pero luego lo hacen muy bien».

Un chico se esmera en uno de los viveros que se encuentran dentro del recinto de La Zarza, donde cumple condena. / JUAN CARLOS CAVAL
En este sentido, el director territorial de la Fundación Diagrama significa que «aquí tenemos chavales que no están escolarizados» y aventura que «la sensación de aprobar las prácticas es seguramente la primera sensación de éxito que tienen» en sus vidas.
En los terrenos de La Zarza «todo lo que se produce es para autoconsumo, se regala a las familias» cuando van a ver a sus parientes internos, los cuales también llevan los alimentos al salir en un permiso, apunta Teruel.
«Esto es un centro de detención y estos niños están bajo custodia, pero aquí hay risas, y crear un sentimiento de comunidad es uno de los fundamentos del programa», prosigue la noticia de los australianos y lo refrenda un joven de 17 años que para un momento de jugar al fútbol para atender a este diario: «Nos tratan muy bien, como si fuéramos familia», dice.
"Como una familia"
«Me he reinsertado», sostiene el adolescente, «llevo aquí dos años y cuatro meses y salgo en tres meses en libertad». Incide en que en La Zarza ha encontrado «amigos», que son «como una familia» y que «se les coge cariño de verdad». Luego, vuelve a su pista deportiva. Pero porque le toca.
Y es que en el centro de internamiento «todo está programado, hasta jugar al fútbol», revela Jesús Teruel, que desgrana que los chicos «tienen su hora de deporte, un día hacen fútbol, otro día frontón o baloncesto: aquí se deja poco a la improvisación».
Están los caballos («animales grandes, nobles, a los que algunos les tienen miedo al principio, pero que vienen muy bien», en palabtas del director del centro) y hay una decena de colmenas «con miel que no se comercializa, que es para los chicos», precisa Enrique López, jefe de servicio de Ejecución de Medidas Judiciales de la Comunidad, también presente en la visita.
Un banco con los colores del arcoíris brilla en la puerta de la sala de visitas. Los parientes pueden ir cuando gusten, «la condición es llamar y concertarla», explican los responsables del centro. También para las familias se creó la denominada Sala Hormigas, un espacio amable en el que se trabaja con la parentela del interno, lo cual resulta «fundamental». Hay padres y madres que cuentan a los educadores que su vástago nunca les ha dado un abrazo.

Dos chicos hacen ejercicio en el gimnasio que hay en el centro de La Zarza. / JUAN CARLOS CAVAL
En la biblioteca, que lleva el nombre de Jorge Bucay, una adolescente se ocupa de «devolver a las estanterías los libros que la gente se ha llevado». «Les doy recomendaciones», sonríe la chica, que tiene 15 años y es natural de Cartagena. Cuando cumpla su condena y salga «a lo mejor incluso puedo ser ayudante de una biblioteca», elucubra.
Hay lavandería, hay cocina y, por supuesto, hay clases obligatorias. «Todas las actividades son obligatorias», insisten los impulsores de La Zarza, que se abrió en diciembre de 1992 y actualmente tiene sitio para 60 jóvenes.
"Algunos no saben leer"
‘Solidaridad, empatía, compañerismo, respeto’, se lee en una cartulina amarilla pegada con celo en una clase. Ernesto Ortega, uno de los profesores, cuenta que al centro llegan menores «con un desfase académico», incluso «llegan algunos que no saben leer».
Está orgullo de un alumno que tuvo «que hizo la EBAU con nosotros y se fue de aquí con segundo de carrera». «La mayoría aprovechan el tiempo».

Pared de una de las clases que hay en el centro de La Zarza. / JUAN CARLOS CAVAL
En la pared del fondo de un aula, llena de cartulinas en las que los adolescentes van reflejando las características de cada país europeo (por lo de la semana cultural antes citada), hay pintado un árbol con brotes verdes y pájaros azules en sus ramas retorcidas. De dos de ellas cuelgan jaulas: una está abierta, el ave ha volado; la otra permanece cerrada, con su prisionero todavía. Junto al tronco, una sentencia: ‘Sé inteligente, vuela libre’. Pues eso.
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