CASOS SIN RESOLVER | DECIMOSEXTA ENTREGA

El pequeño Jonathan Vega: la muerte de un niño de dos años que nadie resolvió

Desapareció en una tienda Pryca, en San Fernando de Henares (Madrid), el 27 de mayo del año 2000 | Sus restos aparecieron seis meses después. Nadie sabe cómo murió ni quién lo mató

Jonathan Vega, desapareció en mayo del 2000 en el Pryca de San Fernando de Henares (Madrid).

Jonathan Vega, desapareció en mayo del 2000 en el Pryca de San Fernando de Henares (Madrid). / CASO ABIERTO

Tamara Morillo

Tamara Morillo

27 de mayo del año 2000. Sábado. En el poblado Las Castellanas (San Fernando de Henares) los niños corretean, juegan, ya han terminado de comer. Los mayores se dividen; unos trabajan, -los más, buscando chatarra que luego tienen que mal vender-, algunos reposan el almuerzo y otros acuden al cementerio de La Almudena. Es el cumpleaños de Marcelino Vega, fallecido un par de años antes, con 21 años, en un accidente de tráfico en una autopista cercana, la A2. Viajaba en el asiento trasero de un coche que se estrelló a 200 kilómetros por hora en la carretera de Barcelona.

Entre el grupito de niños del poblado, todos primos, se encuentra el pequeño Jonathan, (Llonatan, con dos eles, diría su prima). Tiene dos años y ocho meses, es hijo de Rosa, -el mediano de tres-, tiene los ojos azul intenso y el pelo "de punta, despeinaó". Le llaman Yoni, aunque su abuela le apoda Chucky, "como el de la película". Marcelino es su padre, el crío tenía solo unos meses cuando él murió.

"Vamos al Pryca, compramos unas chuches y hacemos unas fotos en el fotomatón". El niño, que no ha ido al cementerio, camina feliz junto a su tía. La alerta saltaría poco después, a las cuatro de la tarde, cuando la joven, al recoger las fotos que se había hecho, mira a los niños: Yoni no está.  "¡Yony!". No aparece. Agarró al resto de niños -iban tres más- y recorrió el hipermercado. Salió, entró; entró y salió. No había rastro del niño. Se instaló el horror.

Nada más saltar la alerta, un dispositivo formado por familiares y agentes de la Policía Nacional batieron los alrededores.

Nada más saltar la alerta, un dispositivo formado por familiares y agentes de la Policía Nacional batieron los alrededores. / CASO ABIERTO

La primera batida la inició el clan. Recorrieron el interior y los aledaños del Pryca. Recorrieron el camino de vuelta al poblado una y otra vez. Los minutos se hicieron horas, nadie durmió. La Policía Nacional se sumaría esa misma noche, tras interponer la denuncia por desaparición. Los bomberos llegarían a la mañana siguiente. Peinaron el río Jarama, el Henares, por la orilla y en lancha. Se sumaron perros de rastreo. Nada llevaba a él. Los investigadores descartaron la posibilidad de que el niño se perdiera sólo y quedara atrapado bajo los juncos de la ribera del Jarama, o por los escombros de las obras de la M-45. "A mi Chuky se lo han llevado", lloraba Inmaculada, la abuela. Su madre, Rosa, impactada, en shock y rota, se limitaba a asentir.

Los informativos abrieron al día siguiente con el secuestro de un niño, a plena luz del día, en un centro comercial. A la búsqueda se sumaron familiares del menor llegados desde un sinfín de puntos de España, rastrearon día y noche. Sin cese, sin descanso, pero Jonathan no apareció.

"Rubio y con los ojos azules..., a mi Yony se lo llevaron porque no daba de gitano"

"Por favor, que nos lo devuelva quien se lo haya llevado", rogaba Rosa. Se volvió al punto de inicio, el centro comercial. Se revisaron las cámaras de seguridad, no aportaron nada. Una mujer que estaba el sábado por allí dijo haber visto a un hombre alto, moreno, que le daba al niño una bolsa de caramelos y lo subía a una atracción infantil. Después, aseguraría, vio como "se lo llevó cogido de la mano hacia la cafetería". Señaló que este se tomó una cerveza, y el niño se marchó con él.

"Rubio y con los ojos azules..., a mi Yony se lo llevaron porque no daba de gitano", lloraba su abuela, "alguien se encariñó y se lo llevó". Mientras, rogaba que no se dejara de buscar. El encargado de la investigación prometió que el caso sería prioritario.

Se activó la alerta en Interpol. Junto a su foto, su descripción: "ojos azules, cabellos rubios, un metro de altura, 25 kilos de peso, dientes de leche, viste mono de pana azul". La familia de Yoni empapeló Madrid con su foto y un número de teléfono: no dejó de sonar.

Una mujer aseguró haber visto cómo un hombre dio al niño una bolsa de caramelos y lo subió a una atracción infantil. Luego, se lo llevó

"Puede haber ocurrido cualquier cosa, incluso que esté retenido o secuestrado", afirmaba el jefe de la investigación. "Esperamos que aparezca en cualquier momento. Y seguro que la colaboración ciudadana será fundamental". Las imágenes del niño se difundieron por medio mundo.

En casa del crío, un chamizo, sin puertas, dos habitaciones y la nevera vacía, el teléfono enlazaba una llamada con otra. Casi todas eran vacías, sin datos certeros. La policía analizó más de cincuenta. Algunas daban fuerza, ánimo, aliento; otras -muchas- eran de periodistas.

Hubo varias, crueles, de personas que fingían ser sus secuestradores. Al principio, solo ofrecían silencio. Sin mensaje, se oía solo una respiración. Se alternaron con las de un hombre, con voz "muy ronca", que aseguraba tener al muchacho. No pedía nada, no decía más.

Luego llegó otra, que incluía llantos de un niño. La policía identificó al emisor. Era una mujer con problemas psicológicos. Los lloros eran de un muñeco que ponía al lado del teléfono para que lo escucharan bien.

El secuestro

Sobre la mesa, varias hipótesis. Ninguna buena. La idea del secuestro comenzó a hacerse fuerte en la familia, y nada descartable a juicio policial. Uno de los móviles que pusieron sobre la mesa fue un enfrentamiento entre clanes. Los investigadores interrogaron a cientos de personas. El delegado del Gobierno por aquel entonces, Francisco Javier Ansuátegui, incluso se reunió con los patriarcas de las familias gitanas de Madrid. Juraron no saber nada de la criatura, juraron que el niño no estaba en manos de ningún clan.

Sobre la mesa también se dibujó el móvil económico. La familia del niño comentó en su círculo que tenía que cobrar una indemnización millonaria por la muerte de Marcelino, 25 millones. Era factible, pero pasó el tiempo y nadie pidió nada. Se descartó.

La familia cobró el dinero, según anunciaron los Vega Barrull, pero fue menos, unos 14 millones. La madre del niño ofreció parte de este (7 millones) como recompensa si alguien les ayudaba a dar con el menor. El resto lo invirtió en una furgoneta, en carteles. Serigrafió la cara del niño, los teléfonos y se lanzó a la carretera. Recorrió con ella toda España, y parte de Francia y Portugal buscando a su hijo.

"Tengo 21 años y estaré buscando a mi hijo aunque tenga que caminar todas las carreteras usando una garrota", prometió su madre.

Se impuso el silencio. El dolor, la angustia. "alguien lo tiene escondido y sólo lo quiere para él", lloraba Rosa, su madre. "Tengo 21 años y estaré buscando a mi hijo, aunque tenga que caminar todas las carreteras, usando una garrota", prometió. Soñaba con el reencuentro, con que el secuestrador rectificara. No llegó.

Las horas sin Yoni se convirtieron en días; los días en meses... Justo seis, cuando por la televisión, la familia del niño escuchó una última hora en el Caso Jonathan. La vida en el poblado se paralizó: un camionero había hallado unos restos óseos a un kilómetro y medio del centro comercial. Hablaban de la posibilidad de que fuera Yoni. Era él.

A la izquierda, miembros de Policía Nacional junto a los restos del pequeño (EFE); a la derecha, Rosa Barrull en el entierro de su hijo (Telemadrid).

A la izquierda, miembros de Policía Nacional junto a los restos del pequeño (EFE); a la derecha, Rosa Barrull en el entierro de su hijo (Telemadrid).

En un pinar

A un kilómetro de su poblado, y a kilómetro y medio del Pryca. El tramo, teóricamente batido, correspondía a las obras de construcción de la M-45 de Madrid. Un camionero se bajó del vehículo para inspeccionar el terreno dónde iba a descargar tierra procedente de las obras. Fue cuando halló los restos.

"Nada más ver que era un cráneo muy pequeño, como de niño, me vino a la cabeza el caso de Jonathan, que yo sabía que había desaparecido muy cerca de aquí", explicaría a los agentes cuando llegaron al punto exacto tras su llamada.

Estos revisaron la zona, había más. A unos 20 metros aparecieron las zapatillas con un dibujo de Piolín y el peto color azul que llevaba el niño aquel fatídico sábado. "¡Mi Chucky!, gritó la abuela. Les pidieron esperar al resultado de la prueba de ADN. Tomaron muestras a Rosa e Inmaculada, madre y abuela, los dos rostros de la búsqueda, del dolor; a los hermanos y a un tío de Yoni. Certificaron que era él.

Una semana después, el Juzgado número 2 de Coslada comunicaba a la familia el positivo. Rosa, la madre del niño, fue trasladada al hospital La Princesa, se rompió por completo, entraría en shock.

Jonathan no había cumplidos los tres años, su familia nunca supo quién o cómo murió.

Jonathan no había cumplidos los tres años, su familia nunca supo quién o cómo murió. / CASO ABIERTO

"Queremos saber"

¿Se batió antes ese tramo? ¿Esos restos siempre estuvieron allí? Un vecino, que recogía espárragos con frecuencia por la zona, afirmó que nunca vio nada. Tampoco se había percatado el dueño de la finca, que permitió el vertido para nivelar el terreno.

Dos teorías mandaban: que ese punto nunca se hubiera mirado, y el niño hubiera andado un kilómetro y medio, se perdiera por un laberinto de caminos y deambulara durante horas hasta morir solo allí. O bien que alguien lo hubiera matado y hubiera trasladado sus restos hasta la zona. La confusión dominó el caso y las pruebas científicas no arrojaron luz. El análisis de los escasos restos hallados -el cráneo, varias costillas, una vértebra y un hueso de un brazo-, tras meses de estudio, concluyó que era imposible determinar la causa del fallecimiento.

El entierro, discreto, aglutinó a los familiares más cercanos. "Queremos saber", decían. Qué, quién, cómo, por qué. Ojo por ojo... Apelaban a la ley del Talión. Yoni fue enterrado en un pequeño ataúd blanco, con remaches en bronce. Sus hermanos -Adolfo, de cuatro años, y Carmen, de dos- fueron al entierro. La policía nunca cerró la investigación.