El margen de maniobra de la defensa era estrecho, después de 21 sesiones de juicio en las que los nueve miembros del jurado han visto y escuchado a las siete víctimas vivas sus relatos de terror tras sufrir la introducción de cocaína en roca en sus genitales sin su consentimiento, y a los investigadores detallar cada informe de geolocalización de los seis teléfonos de Jorge Ignacio P. J., de pureza de la droga utilizada en sus ‘fiestas blancas’, de exploración psiquiátrica del acusado, de periciales forenses y toxicológicas y, por encima de todo, de la ausencia absoluta de señales del violento descuartizamiento de Marta Calvo en la casa de Manuel y la evidencia contrastada de que su cuerpo nunca llegó al vertedero de Dos Aguas.

También, de la ubicación del acusado en todos y cada uno de los escenarios, salvo en el caso de la víctima más antigua, que data de agosto de 2018, pero que, a cambio, tiene uno de los pocos informes hospitalarios tras el ataque o de las sospechas más que fundadas de que Jorge Ignacio P. J., condenado y encarcelado por narcotráfico en 2008 en Italia (estuvo preso hasta 2012, tras lo cual se fue a Colombia hasta 2016) y en 2017 en Navarra, seguía dedicándose al tráfico de cocaína a escala media.

Tampoco le ha dado aire a su abogada el hecho de que el presunto asesino en serie se haya enrocado desde el inicio en su única versión pese al aluvión de pruebas y evidencias que han pasado ante los ojos de los jurados, pero, aún así, ese estrecho margen podía aprovecharse tratando de convencerles de que su cliente no introdujo cocaína en roca en los genitales de las mujeres o, incluso, introduciendo elementos de duda en los casos donde la investigación llegó menos lejos. Pero la letrada María Herrera optó por el camino menos elegante: desacreditar a las víctimas por su condición de prostitutas, saltándose en su informe, eso sí, todos los detalles dados por ella de cómo tras sorprender a Jorge Ignacio P. J. introduciéndoles la cocaína enfermaron súbitamente –tres murieron–, perdieron la conciencia o lo echaron de su casa. Tergiversó datos entre víctimas para intentar arrimar el ascua a su sardina, habló con desprecio de varias tachándolas de consumidoras de cocaína –estuvo especialmente despectiva con Marta Calvo, a quien responsabilizó de su propia muerte por consumir cocaína, provocando que su madre tuviera que salir de la sala hecha un mar de lágrimas– y hasta les dijo que "si el no es no, el sí es sí, y aquí ¡todas acceden!", aludiendo a las relaciones sexuales, que nadie discute ya que eran mujeres prostituidas que habían pactado los encuentros y dejando de lado que el abuso sexual se le imputa por introducirles objetos, en este caso la cocaína en roca de alta pureza, por vía vaginal y anal en contra de su voluntad ya que todas le dijeron que no lo hiciera.

Con Marta, a la única que se refirió con un "señorita" en tono peyorativo, llegó aún más lejos: "Vamos a hablar de dos fallecidas que hay y de una, que no, que está desaparecida", negando incluso su muerte.

Pero no solo trató de embarrar a las víctimas. Al igual que hiciera el presunto asesino en serie, se paseó por la teoría del complot contra su cliente, de quien dijo que lo usaron de "chivo expiatorio", según ella, "porque como es colombiano...". Así, acusó a la Guardia Civil de orquestar y concertar las denuncias de las siete víctimas –tres de ellas denunciaron ante la Policía, pero eso no lo dijo– "como medida de presión hacia Jorge Palma para que apareciese el cuerpo de Marta –olvidando el hecho de que no ha sido hallado–. Estaba guionizado".

Herrera, que habló durante más de dos horas en el mismo estilo agresivo que ya empleó al inicio del juicio, atacó a todos los peritos y testigos que más daño han hecho a los intereses de sus clientes al exponer la batería de evidencias contra él: a los forenses, a quienes se refirió con constantes menosprecios –"Buscan denostar, humillar, vejar... A mi cliente le dijeron de todo menos bonito"–; a la entonces jefa de Homicidios de la Policía Nacional –"¿recuerdan? Esa inspectora, esa señora de pelo corto"; al jefe de la Udyco que habló de la pureza de la droga; al letrado que sufrió un infarto en la sala Juan Carlos Navarro, por analizar los gestos del acusado; al ex amigo de Jorge Ignacio P. J. del Puig y al amigo de Marta, del que dijo hasta tres veces que era "de raza gitana".

Eso sí, alabó el trabajo de la forense de Arliene Ramos, cuyo informe hablando de "muerte natural" fue desmontado por los científicos de Toxicología; del vecino de Marta que la tachó de cocainómana y del último putero que estuvo con ella antes de su cliente.

Todo ese esfuerzo para tratar de confundir e introducir dudas en los jurados –también hizo alusiones a que fueran mayoría las mujeres–, pese a que han demostrado estar atentos y comprender sobradamente cada detalle de cuanto se ha dicho en la sala, fue la antesala para instarles a un veredicto de no culpabilidad "ante la más mínima duda por leve que sea". "Señores", presionó, "sé que es muchísima responsabilidad, pero les pido que no se les abran las carnes a la hora de dar veredicto de no culpabilidad. Ustedes no tienen la culpa, la tiene, en todo caso, lo que no ha habido aquí, que es ni una sola prueba", dejando en el aire no la idea de que su cliente es inocente sino la acusación de que no han probado su culpabilidad.