"Tengo que ir, solo puedo hacerlo yo. Tengo que ir a Egipto a desenterrar una cosa". Fue lo primero que dijo cuando se despertó en su casa de Gijón. Alfonso y María, sus padres, lo miraron incrédulos. "Estaba raro", recuerdan, "muy raro". "Pero Tinín, ¿qué cosas dices?". "Tengo que ir, solo yo sé dónde está".

Se llama Celestino Puente, aunque en casa, en su círculo cercano, le llaman Tino. Hoy tiene 33 años. Aquel viernes, 30 de septiembre de 2016, cuando desapareció, tenía 28. Fontanero de profesión, nunca antes había tenido episodios así, no tomaba medicación, "era un chico sano, sociable, simpático, trabajador", cuenta su padre, "divertido, amante de la bici, del deporte y de los coches".

"Lo que le pasó no lo sé. Solo sé que ese día no estaba bien”, lamenta María, su madre. Su marido Alfonso y ella luchan cinco años y medio después por encontrar respuestas. Hay pocos datos, podría estar desorientado en cualquier punto. "Vivimos pensando en encontrar. En encontrarlo a él, que regrese o, si está tirado por ahí, recogerlo y que descanse, pero por lo menos encontrar el motivo y la verdad". Todo está abierto, la única certeza es que Tino, que vivía con sus padres, no está.

Tino no tomaba medicación, nunca había tenido ningún problema.

"Vamos al médico"

Aquella mañana Tino se despertó alterado, desorientado, agitado. Decía cosas inconexas, fuera de lo normal. "Pero Tinín, estás un poco raro…", le dijeron en casa. "Nos preocupó", recuerda su padre.

"Decía que tenía una luz en el pecho y que se tenía que ir". Su padre le contestó: "Mamá va a por pan y cuando venga vamos a ir al médico". Celestino les respondió que no. Alfonso empezó a prepararse para llevar a su hijo al hospital y, cuando María regresó, el joven ya no estaba. "No le sentí ni salir". Desapareció en ese impasse.

"Tienes el demonio en casa, mamá, márchate"

Sin documentación, sin dinero, sin zapatos, "llevaba puestas las zapatillas de estar por casa", se fue con lo puesto, "sin decir adiós", recuerda su padre. María, su mujer, escucha a su lado. No puede hablar.

En shock, y con muchas dudas, esperaron esa tarde a que su hijo volviera a casa. No volvió. Lo llamaron sin éxito, "no daba señal". Los primeras horas fueron de espera. Volverá.

La calma se rompió esa tarde. El teléfono sonó, era Tino, desde una cabina. Lo cogió María: "¿dónde estás?", le preguntó. Él le dijo que tenía los demonios en casa, que se fuera: "Mamá, márchate, que tienes el demonio en casa, vete". Se cortó, no volvieron a hablar con él.

No hubo noticias de Tino, no habría más. Alfonso y María acudieron a la comisaría de Policía Nacional a interponer la denuncia: varón, 28 años, 1,75 m, 75 kilos. Va indocumentado. Lleva pantalón corto de rayas, camiseta blanca y zapatillas de esta por en casa. Se activa la alerta por desaparición.

Cartel con la alerta por la desaparición de Tino.

En comisaria entró la llamada de una mujer alertando que había un chico en la playa "diciendo cosas raras". Era él. Cuando llegaron, no estaba ya.

En el ordenador

Alfonso y María intentan encontrar algo que les guíe, que les ayude a saber qué pasó. "Los días previos estaba normal, lo único que notamos es que estaba mucho tiempo en el ordenador: salía, comía y volvía a la habitación". Un ordenador que podría haber tenido respuestas, pero "nunca fue mirado por Policía Nacional".

Lo único novedoso en la vida de Celestino es que, dos meses antes de desaparecer, había hecho el camino de Santiago en bicicleta y había conocido a una mujer. "No sabemos nada de ella, solo nos contó que había conocido una chica, era hindú".

"Una mujer me dijo que lo había visto, que llevaba las piernas sucias y la boca de haber comido moras", cuenta su padre.

Los investigadores batieron la playa de La Ñora (Villaviciosa, Asturias), el helicóptero de Salvamento Marítimo se incorporó también. Dieron credibilidad al testimonio de la mujer: podía ser él. Su padre, buscándolo por el monte, encontró otra pista, "otra mujer me dijo que lo había visto subir por un camino, que estuvo preguntando por dónde se iba a la playa de España. Cuenta que llevaba las piernas sucias y la boca de haber comido moras. Muy desorientado", recuerda Alfonso. "Estaba mal, porque ese camino por el que preguntó se lo sabía de sobra".

"Batieron monte, costa, playa: la de La Ñora, la de España (Villaviciosa, Asturias)… pero no encontraron nada". Las pesquisas se estancaron, no había mucho más. No hubo rastro del joven.

"Yo intentaba saber cómo iba la búsqueda, preguntaba... Hace año y medio, unos agentes me dijeron que dejara de llamar, que si habría algo me lo dirían", lamenta Alfonso. "Comprendimos que a Tino lo buscábamos nosotros".

Una pista en Barcelona

Su familia trata de avanzar: "Todavía a veces doy una llamada yo al teléfono de Tino, por si acaso, pero nada. No se ha vuelto a encender", cuenta su padre.

El silencio se rompió en un estanco de Gijón. “A los dos años una señora me dijo que había visto a Tino en Barcelona”, cuenta María. "Estaba enseñando a una mujer la foto y me dijo otra: ‘Uy, a ese chico yo lo he visto'".

"Le he visto, pero no aquí. En La Rambla, en Barcelona, me dijo. La mujer estaba muy segura, convencida. Decía que iba caminando arrastrando con los pies y que esa forma de caminar hizo que se fijara en él". Grabó su cara, "lo vio, me dijo, en diciembre de hace dos años, unos días antes de Navidad”. María llamó a la policía y les dio el aviso, "tomamos nota" cuenta que le dijeron. "Hasta hoy".

Foto de Tino cedida por su familia. CASO ABIERTO

Su habitación permanece intacta. "Ahí tiene toda su música, le gustaba mucho, sobre todo el rap. Tendrá cien discos en la casa", cuentan sus padres. Tienen con ellos también su documentación y su bici, su gran pasión. "Amaba la bicicleta, se crío con ella, disfrutaba mucho a los pedales. No había sendero ni camino que no conociera. Iba a Galicia, hacía el Camino de Santiago...".

Luchan contra el desgarro: "Si esta conversación la tenemos hace dos años, no podríamos ni hablar… Vamos como podemos, luchando. Si pasa algo, aunque sea malo y te enteras… pero esto es un no vivir, ni sí ni no, ni bien ni mal". Miran al monte, a la playa, miran a Barcelona. Podría estar en cualquier punto. Ruegan que no se olvide y gritan: "Tino, ¿dónde estás?".