"¡Hay mucha sangre. Vengan, no sé qué ha pasado!", un agente del 091 recogió la llamada. Un ‘zeta’ de la Policía Nacional irrumpía minutos después en la calle Jesús María Ordoño de Burgos. Cuando entraron en el domicilio, la escena impactó a todos: en el interior de la casa yacían sin vida tres miembros de la familia Barrio. Salvador, el padre de familia, 53 años; Julia, la madre, 47 años, y el hijo pequeño del matrimonio, con 12, Álvaro.

El terror se instaló en Burgos. Conmocionó a todos. Solo hubo un superviviente, Rodrigo, el hijo mayor de los fallecidos. Aquella noche no estaba en casa.

¿Quién perpetró el horror? ¿Quién mató a casi toda la familia Barrio?

Salvador, Julia y Álvaro. De fondo, imágenes del entierro de la familia Barrio.

Día del crimen: unas horas antes

Domingo, seis de la tarde. Salvador, Julia y sus hijos, Álvaro (12) y Rodrigo (16), llegan a su domicilio de Burgos. Habían pasado el fin de semana en el pueblo, La Parte de Bureva-Oña. Julia y el pequeño vivían en la ciudad, Salvador, por su trabajo -era alcalde de la pedanía y empresario agrícola- iba y venía. Rodrigo, el mayor, estaba internado de lunes a viernes en el colegio Hermanos Gabrielistas de Aranda de Duero, a 80 kilómetros de distancia. A las ocho y media de la tarde, Salvador sale de casa, tiene que llevar a Rodrigo a la estación de autobuses para que vuelva al internado. Regresa, cena junto a su mujer y su hijo pequeño, después se van a la cama.

El crimen: gritos de madrugada

La familia Barrio duerme. Alguien entra en la casa. Dos vecinos oyen gritos. Fue corto, fugaz. Nadie dio la voz de alarma. Ya el lunes, la familia de Salvador fue al domicilio. Su tío, tras entrar, se encontró a su sobrino cosido a puñaladas.

Foto del álbum familiar de la familia Barrio.

La escena: un hombre solo, ambidiestro y lleno de odio

La policía confirmó el horror. En el interior, los cuerpos sin vida de Salvador, Julia y Álvaro. De inicio, se valoró el robo, pero se descartó, no faltaba nada de valor en la casa. Atendiendo al escenario, demoledor, se acogió como posible móvil el odio, la venganza.

Forenses e investigadores recorrieron la escena. La analizaron, la estudiaron. La Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) se incorporó al caso. El crimen, macabro, parecía planificado. No había huellas. No había rastro. "Trabajamos en crear un perfil, no un culpable, para después encontrar a la persona que cumpliera con lo trazado", afirma a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, Ángel Galán, Comisario Principal emérito, y cabeza de la investigación en aquel momento.

"El asesino entra sin forzar la puerta, luego tiene que ser alguien que tenía acceso a la llave", afirma Galán. "No parece que encienda ninguna luz, lo que nos indica que tendría que conocer la casa para moverse a oscuras en ella", continúa. "Además, debe saber que esa noche está el padre, Salvador, que no suele estar nunca los domingos, y es el primero al que ataca".

El cuerpo del padre apareció en la cocina, debajo de la mesa, se le cuentan 50 cuchilladas; 17 suma Julia, la madre, que yace junto a la cama, y 32 el niño de 12 años, que muere en el pasillo. Se encuentran huellas de zapatilla en charcos de sangre. La misma huella en la puerta de la habitación del crío. La pisada se repite, limpia -sin sangre-, en la azotea de la casa.

Los atacó mientras dormían

La pisada limpia y la escena dibujan una posible línea: que el asesino estuviera en el ático, esperando el momento de acceder a la casa. Que luego entrara, se dirigiera a la habitación de los padres y atacara a Salvador, primero, al que dio por muerto. Después atacaría a Julia. Salvador, con un hilo de vida, intentó salir -había huellas de él en el pomo principal-, pero la llave estaba echada. Se arrastró hasta la cocina. El asesino lo remató debajo de la mesa.

La habitación del niño aparece con el pestillo echado y una huella en la puerta. Se intuye que quedó estampada tras abrirla de una patada. El edredón, ligeramente levantado, señala que puede que el crío se escondiera bajo la cama. El agresor lo arrastró fuera y le asestó las 32 puñaladas.

Saña, crueldad y ensañamiento. Heridas punzantes, cortantes, en el cuerpo y en el cuello. También heridas contusas. Hechas a dos manos, con la derecha, con la izquierda. "Tiene que ser ambidiestro", advierte Galán, el policía experto.

"No puede medir 1,50, porque las manchas de sangre en las paredes, incluso las del techo, de cuando apuñala, no dan esa vertiente", cuenta Galán, que recuerda de memoria cada detalle del caso.

Descifraron el único rastro que dejó el agresor: la huella. La de una zapatilla Dunlop Naviflash, de la talla entre 42 y 43. No se halló nada más. Ni dentro ni fuera. Se presume que el asesino llevaba guantes y se cambió de ropa antes de salir de la vivienda.

Rápido, planificado, salió por el garaje

Actúo y dio muerte a la familia en poco tiempo. Todo ocurrió en 15, a lo sumo, 30 minutos. Entró por la puerta principal y pudo salir por el garaje. Según la información a la que ha tenido acceso CASO ABIERTO, en el vehículo del padre, Salvador, se hallaron huellas -analizadas recientemente-, "la guantera abierta y revuelta" y el mando que abría el portón, "en el asiento del copiloto".

¿Quién los mató? Dieciocho años de trabajo policial han dibujado dos sospechosos.

A la izquierda, Rodrigo Barrio, primer sospechoso que señaló la policía. / Huella encontrada en el domicilo. / A la derecha Ángel Ruíz, último sospechoso, 'El rambo de Bureva'.

Rodrigo, el mayor de los Barrio

Varios indicios hicieron pensar a la policía que Rodrigo, el hijo mayor, pudo haber asesinado a sus padres y a su hermano. Pudo, según la investigación, acceder sin forzar la puerta, matar a su familia, cambiarse de ropa y marcharse en tiempo y forma al internado. Unos dibujos suyos de personas degolladas sorprendieron en un registro. El golpe mortal de las tres víctimas fue, precisamente, el degüello.

Dibujos encontrados en el domicilio de la familia Barrio.

Fue detenido el 12 de junio de 2007 como posible autor del crimen. El Juzgado de Menores de Burgos decretó su libertad 72 horas más tarde por falta de pruebas concluyentes. Actualmente, policial y judicialmente, está libre de sospecha y de cargos.

El Rambo de la Bureva

En 2014, se reactiva el caso con un nuevo sospechoso: Ángel Ruiz, vecino de La Parte de Bureva, conocido como 'Angelito'. "Cerdo, cabrón, hijo de puta", fue la inscripción que grabó en el panteón familiar que guardaba los restos de la familia Barrio.

Con un amplio currículum criminal, trastorno esquizoide y paranoide y agresividad, se le interrogó al inicio, pero lo dejaron libre. Su afán por conseguir llaves ajenas, "prender fuego a coches, matar perros", por venganza, le generaron un nuevo apodo: 'El Rambo de la Bureva'.

Actualmente, está en prisión por la muerte de una vecina, Rosalía Martínez (85 años), a la que atropelló por un conflicto de lindes. Además, habría encargado a un sicario que acabara con la vida de su tío para cobrar una herencia. El sicario, un ciudadano búlgaro que hoy sigue desaparecido, engañó a su cliente, y con el dinero se compró un BMW. 'El Rambo' juró venganza: el coche, el BMW, apareció calcinado.

Colección de llaves

Registraron sus propiedades, apareció una colección de llaves ajenas. Una de ellas, la del despacho del alcalde de la pedanía de la Bureva: Salvador Barrio. Fuentes de la investigación confirman que el último registro, realizado el pasado mes de diciembre, se enfocó en buscar las llaves del domicilio de la familia Barrio y el DNI de Julia, la madre, que se presume que el asesino se llevó tras el asalto. Sin resultado. Sí se hallaron recortes del triple crimen que Angelito coleccionaba.

Llaves encontradas durante el registro en las propiedades de 'Angelito'.

La policía trata desde entonces de averiguar si participó en el triple asesinato de 2004. Trabajan por darle caza. La familia, los dolientes, celebran que se siga investigando, pero creen que 'Angelito', quizá, no sea la respuesta.

"El modus operandi es poco compatible con el grado de desorganización habitual en Ángel Ruíz", apuntan los criminólogos Félix Ríos y Lorena Medina, que colaboran con los familiares de las víctimas. En Burgos, "el agresor protegió su identidad, aseguró el éxito y facilitó su huida. En el atropello de Rosalía Martínez, 7 años después, no protegió su identidad, ejecutándolo a plena luz del día y dejando una gran cantidad de evidencias en el vehículo usado para cometer el crimen".

Los expertos añaden: "todos estos indicios no concuerdan con las apenas evidencias encontradas en el domicilio de los Barrio, así como con la precisión con la que el asesino actuó con las luces apagadas". Ríos y Medina, al igual que la familia materna de las víctimas, centran sus sospechas en la figura del único hijo superviviente al crimen de la familia Barrio.