Terrorífico y cruel. Un silencio intenso inundó este martes la sala del jurado de la Audiencia de Barcelona. Un silencio roto por las preguntas de la fiscala y la voz de Juan Francisco López Ortiz, acusado de asesinar a Laia, una menor de 13 años adoptada, el 4 de junio del 2018 en Vilanova y la Geltrú (Garraf) cuando bajaba de la vivienda de sus abuelos para encontrarse con su padre. “Estaba la puerta de casa abierta. La cierro. Pensé que había entrado alguien, un ladrón. Aquí empieza mi paranoia. La droga no me dejaba actuar normal. Empiezo a chillar. No puedo controlar mi mente. Voy a la cocina y cojo dos cuchillos. Estoy traumatizado por todo. Oigo ruidos en mi habitación y voy. Iba a salirse el corazón del pecho. Abro la puerta y veo una sombra; y luego me dicen que es una niña”, explicó el procesado al jurado que deberá dictaminar si es culpable del crimen de la pequeña.

Su relato fue estremecedor. “¿Por qué tiene que haber alguien en la habitación? Creo que se me caen los cuchillos y tengo miedo. Cojo del cuello a esa persona y mantengo una lucha horrible para mí. Yo veía sombras. No tenía fuerzas. Estaba agotado. Yo me defendía. Me estaba defendiendo de alguien que había en mi casa. No sabía quién era. Me quedé encima de esa persona. En el suelo. Estuve mucho tiempo tirado. No paraba de dar vueltas a lo que había pasado. Estaba totalmente paralizado y tenía miedo”, recordó López. Durante todo el día había consumido cinco gramos de cocaína y se había tomado varias cervezas.

Cuando se dio cuenta de que había sangre en su habitación, el hombre guardó todo en el armario, incluso el cuerpo de la menor que, al final, apareció debajo de un colchón. “No quería verlo. Había sangre. Solo quería llamar a mi padre para que me ayudara, pero no tenía saldo y no me acordaba de su teléfono para llamarle por el fijo. Estaba muy nervioso y me duché”. Después, metió en unas bolsas la ropa que había usado para limpiar la sangre, salió a la calle y las tiró. Al volver a la vivienda abrió el armario: “Era dantesco”, precisó. "¿Cuándo se enteró de que era una niña?”, interrogó la fiscala María José del Río. ”Cuando me detuvieron y la policía me preguntó que había hecho a la niña”, contestó el acusado que, cuando llegó la Policía, le dijo que él no había hecho. Sin embargo, si que sabía, según sus palabras, “que había pasado algo horrible, pero yo pensaba que era inocente”. ”No entendía nada de lo que había pasado”, aseguró. "Solo pensaba que mi padre no me encontrara colocado", espetó.

Amor a la madre

Laia fue acuchillada, fue encontrada con un collar canino en el cuello y con un bolígrafo en la tráquea ("intenté sacárselo", detalló el acusado). López justificó su reacción de ese 4 de junio en que era un consumidor habitual de droga, en concreto de cocaína, y que había bebido varias cervezas. Relató que ese día recibió una llamada de un familiar diciendo que iban a desconectar a su madre, gravemente enferma y que se estaba muriendo. Tras recibir esa noticia, según sus palabras, empezó a consumir droga y a pedir dinero para seguir haciéndolo. “La única que me daba cariño y amor era mi madre”, insistió. Los forenses descartaron en la vista que el procesado tuviera síndrome de abstinencia o síntomas de drogadicción cuando fue arrestado.

“Siempre he ocultado mi adicción a las drogas (…) hasta que me quedo sin dinero no para y cuando no tengo dinero busco más”, admitió. “Estaba destrozado por lo de mi madre. Sin ganas de vivir y solo con ganas de drogarme”, apostilló. El día en que se produjo el crimen, reconoció, estuvo viendo pornografía de transexuales en el ordenador (había tenido una amiga íntima trans en Estados Unidos). Cuando estaba en China, desde donde viajó por la enfermedad de su madre, sí que era adicto a página de contactos. La fiscalía reclama para López la prisión permanente revisable por asesinato y 10 años de cárcel por agresión sexual, un delito que el acusado niega.