Madrid no se había recuperado de los estragos de Filomena cuando una explosión de gas derrumbó el pasado día 20 un edificio parroquial y causó cuatro muertos. Siete días después se mantienen algunas incógnitas sobre cuál fue el detonante. ¿Una caldera en mal estado? ¿Un intento fallido de arreglarla? ¿Quizá una avería en la calle?.

Son cuestiones que tendrá que aclarar la investigación, que ya ha recaído en un juzgado, el de Instrucción número 35 de Madrid, cuyo titular ha pedido a la Policía Nacional y a los Bomberos del Ayuntamiento los informes sobre el suceso, ocurrido el pasado miércoles en el número 98 de la céntrica calle de Toledo.

Unos informes que se sumarán a las declaraciones que ya se han tomado a varios testigos, así como a los responsables del centro parroquial dependiente de la iglesia Virgen de la Paloma de Madrid.

A las incógnitas de las causas se ha sumado ahora las dos versiones un tanto distintas que se difundieron en los medios de comunicación.

Según dijeron a Efe fuentes cercanas a la investigación, tres de las siete calderas del edificio no estaban registradas en la Dirección General de Industria de la Comunidad de Madrid. Mientras, el párroco de la iglesia Virgen de la Paloma, Gabriel Benedicto, dejó claro que todas las calderas habían pasado la revisión.

En un comunicado, Benedicto explicó que él mismo firmó en su día los contratos de mantenimiento de toda las calderas del complejo y que siempre había seguido "de forma escrupulosa las indicaciones de la empresa instaladora".

Y en ese comunicado, el párroco también ofrece unos datos que tendrán que ser aclarados. Según él, los cuatro cadáveres de las personas muertas en la explosión fueron hallados "fuera del edificio parroquial", pero otras fuentes aseguran que uno estaba entre los escombros del sótano.

Sí es cierto que dos se encontraron en la calle: el de Javier, un albañil de La Puebla de Almoradiel (Toledo), que trabajaba en un edifico enfrente y salió a buscar algo a su coche; y el de Stefko Ivanov, un hombre de origen búlgaro que en ese momento pasaba por la calle.

En el hospital murió el sacerdote Ramón Pérez de Ayala, así que la duda es si el cadáver de David Santos, un feligrés y amigo del párroco, estaba en la calle o en el sótano.

Precisamente, la investigación tendrá que aclarar también si, como manifestaron algunos testigos en las horas posteriores a la tragedia, Santos fue requerido por los sacerdotes para arreglar uno de los radiadores que estaba el sótano, ya que llevaban días sin calefacción.

No obstante, Benedicto indicó al día siguiente que nadie había tocado las calderas.