«Ya te puedes ir despidiendo de las niñas». «Si es eso lo que quieres, terminarás haciéndole daño a las niñas. ¿Entiendes lo que te digo?». «Tú sabes lo que haces: ya estás sentenciada». «Me voy a cargar lo que más quieres». «Te vas a quedar sola. Yo no te voy a dar ni un puto duro. De aquí yo voy a acabar en la cárcel y todos muertos». Son solo algunas de las amenazas directas que la madre de Nerea y Martina, las dos niñas de 6 y 3 años asesinadas por su padre en la madrugada del martes en Castellón, vertió contra ellas y contra su mujer, y que constan, así de explícitas, en la denuncia que ella, Itziar, formuló contra su entonces ya exmarido ante la Policía Nacional el 24 de febrero de este año.

La denuncia, íntegra, forma parte del atestado policial que obra en el procedimiento judicial que la jueza de Violencia sobre la Mujer de Castellón abrió el 27 de febrero, tres días después de la denuncia. Así, dado que la denuncia está incluida en la causa judicial completa, según la información obtenida por este diario, la jueza tuvo que leer su contenido completo antes de rechazar la orden de protección para Itziar y las niñas que pidió no solo la abogada del Centro Mujer 24 Horas que la representó el día del juicio rápido, sino también el fiscal.

Y pese a la contundencia del relato y de que la madre dijo hasta en dos ocasiones a la policía con una claridad absoluta que «temía represalias del agresor por el mero hecho de denunciarle, estando segura de que reaccionará de manera violenta, temiendo por sus hijas» y que «le preocupaba el hecho de que Ricardo repitiese de manera habitual expresiones como que se despida de las niñas», la magistrada especializada en causas de violencia de género decidió negar la orden de alejamiento para no conculcar los derechos de Ricardo. Y lo hizo argumentando que, a su juicio, la madre «no ha dado una explicación razonable al miedo que dice sentir».

La retahíla temporal de amenazas

La retahíla temporal de amenazas¿En qué se basa? En que «existe una importante distancia espacial entre las primeras expresiones que imputa a su marido, en julio de 2017, hasta la actualidad». El relato desgranado en la denuncia desmiente esa «distancia espacial». Itziar relata episodios de malos tratos en estado puro a lo largo de buena parte de su matrimonio. Empieza durante su embarazo de Martina, tres años antes, cuando él «le reprocha que no le preste atención». Sigue en junio de 2017, cuando, al llegar ella del trabajo, encuentra muebles y objetos rotos por toda la casa, entre ellos «el carrito donde había dejado dormida a su hija menor al irse a trabajar», lo que, obviamente, hace que «se asuste mucho». La mujer sabe de lo ocurrido porque Nerea, con solo cinco años y medio, le cuenta «muy angustiada cómo comenzó a ponerse agresivo, fracturando objetos» y cómo, pese a su corta edad, «cogió a su hermana pequeña, de un año y medio, llevándosela al pasillo de la vivienda para protegerla, mientras su padre seguía golpeando cosas en el salón».

Y continúa, en ese hilo temporal repetitivo, explicando a la Policía que, un mes después, en julio, decidió romper la convivencia. Como en casi todas las historias de violencia machista, fue en ese instante cuando le dedicó una de las amenazas: «Me voy a cargar lo que más quieres». «El acoso constante» continuó hasta tal punto que Itziar acabó en la consulta de su médico. El facultativo no se quedó solo en la receta de ansiolíticos, sino que dio un gran paso por buscar ayuda, más allá de la farmacológica, para su paciente: dio cuenta al juzgado de que su paciente estaba siendo víctima de malos tratos. El auxilio judicial llegó en forma de citación para la mañana del 23 de febrero.

El miedo de Nerea

El miedo de NereaLa madre de Nerea y Martina, que no sabía de la existencia del proceso hasta la citación, llegó por primera vez al despacho de la jueza de Violencia sobre la Mujer de Castellón. Decidió «no declarar por miedo a empeorar la situación», una actitud habitual en mujeres victimizadas, conocida por todos los expertos en violencia de género.

Tenía razón. La situación empeoró solo unas horas después. A las ocho de la tarde, cuando fue a entregar las niñas a su exmarido en un local público, él aprovechó para exigirle que cambiase las horas en las que él debía hacerse cargo de las niñas y que recogía el convenio regulador firmado por ambos el 14 de febrero, 13 días antes de esa discusión -al parecer, él decía sentirse perjudicado porque decía que le hacía quedarse con las pequeñas «el máximo tiempo posible»-.

Al no recibir un sí inmediato, montó en cólera, según relató Itziar, y además de perseguirla por la calle le dedicó amenazas más claras: «Ya te puedes ir despidiendo de las niñas» o «estás sentenciada», entre otras. La situación fue de tal violencia, que cuando ella anunció que se iba, «Nerea le rogó que no la dejara con su padre». Acompañó a los tres hasta el portal de él y, cinco horas después de darle vueltas, dio el paso: fue a la comisaría de Castelló en plena madrugada ya del día 24 y denunció, por primera vez, a su exmarido.

Itziar solicitó desde ese instante la orden de protección. Tres días después, el 27 de febrero, era detenido Ricardo y se celebraba la vista para las medidas cautelares en la que la jueza rechazó la orden de alejamiento de Itziar y de sus dos hijas en un auto en el que cuestionó el «miedo que dice sentir» la madre con dos argumentos; el del tiempo transcurrido, según ella, entre las amenazas de julio -la mujer cuenta con detalle episodios tanto anteriores como posteriores a esa fecha- y las del 23 de febrero y con su actitud. Así, en un tono de aparente reproche afirma en su auto que «dicho miedo» no es «compatible con sus propios actos, ya que parece ser que, tras salir voluntariamente del domicilio familiar -donde se ha quedado el marido- ha fijado su residencia en la misma calle donde vive él».

Y así se quedó el proceso, inicialmente recurrido por la abogada de la mujer, hasta que, en la madrugada del pasado martes, Ricardo Carrascosa causó heridas mortales en el cuello a ambas niñas para luego suicidarse saltando desde la ventana de su piso, en un sexto piso.