Un joven grita insultos intimidatorios contra mujeres y el resto de compañeros se suman profiriendo berridos intimidantes desde sus balcones. La coreografía de la depredación del colegio mayor Elías Ahuja es la escenificación de un rito iniciático machista, rituales que existen desde tiempos inmemoriales porque el grupo actúa de refuerzo de la masculinidad: no basta la biología para ser hombre, el macho tiene que ser reconocido por los otros.

"Un elemento central en la construcción de la masculinidad tradicional es justamente la necesidad que han tenido siempre los hombres de reafirmarse en grupos. La historia de la humanidad está llena de rituales vinculados a determinados pasos de edades, cuando los jóvenes entraban en la edad adulta y se hacían actividades que tenían que ver con el estereotipo del hombre machote, violento, que demostraba su valentía", explica a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba e investigador especializado en igualdad de género y nuevas masculinidades Octavio Salazar.

Coincide en el análisis el exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género y médico forense, Miguel Lorente: "Esta escenificación compartida es muy típica de la masculinidad. La clave de la masculinidad tiene dos grandes referencias: no ser mujer, la negación de lo femenino en lo masculino (...) y un elemento práctico, ágil, dinámico y muy eficaz, que es que para ser hombre no basta la condición biológica del sexo, sino que tienes que ser reconocido por otros hombres".

"Las relaciones grupales definen mucho más la masculinidad, eres hombre pero necesitas ser reconocido por entornos más cercanos. Estos rituales y elementos comunes se pueden traducir en un acoso compartido, en hacer determinadas bromas o llevar a cabo determinadas acciones cuando están de juerga, como ir a romper un cristal con una piedra. Es una especie de reto al que te someten para demostrar tu masculinidad y mejorarla, subir en la escala de la consideración como hombre, como macho, como tipo con fortaleza", añade Lorente.

Estos rituales han adoptado distintas formas en función de la época. "El servicio militar obligatorio fue durante muchos años una especie de ritual de paso, un espacio sólo para hombres donde se forjaba el modelo de masculinidad. Como esos rituales han ido desapareciendo desde el punto de vista más institucional, al final esa necesidad de los hombres de reconocerse en el grupo se activa a través de este tipo de comportamiento", dice Salazar. "Recuerdo de chaval cómo en mi pueblo el irse a la mili era el momento en el que chico se iba a ir de putas, a veces lo llevaba al prostíbulo el propio padre o un tío, y le decían 'vente, que te voy a hacer un hombre'. La idea de sexo en esas condiciones era una forma de demostrar que se era un hombre", rememora Lorente.

Una manada de depredadores

El comportamiento misógino de los residentes del colegio mayor madrileño Elías Ahuja, masculino y gestionado por los Agustinos, ha escandalizado a la sociedad española y ha generado un profundo rechazo. "Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas. Sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea. Vamos, Ahuja", se escucha en el vídeo que se ha viralizado.

Se trata de una cultura de la depredación, "una manada dispuesta a ser depredadores con la que se pusiera por delante. Ante esto, no basta con el Código Penal, hace falta educación", en palabras de Salazar. "Seguramente uno por uno no serían capaces de hacerlo, pero en grupo sí. Hay un problema de construcción de la masculinidad, no hemos logrado revisarla y sustituirla", considera el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba.

El bucle de la masculinidad exige reproducir esos comportamientos grupales y vigilar que otros los cumplan para ser reconocidos como uno más. "Esos chicos que participan necesitan reafirmarse frente a los otros. A la gran mayoría le resultaría difícil desmarcarse", incide el catedrático. Se impone la espiral del silencio para los disidentes.

Así, estas dinámicas comprometen a muchos que, sin pensarlo ni quererlo, se ven obligados a ser reconocidos como integrantes como uno de los suyos porque, si no lo hacen "sufren las consecuencias de ser un traidor, un mariquita, un mal hombre", señala Lorente.

La escenificación en el caso del Elías Ahuja resulta muy impactante, reconoce este experto, porque la llevan a cabo de forma coordinada y públicamente, si bien incide en que este tipo de comportamientos se dan cada jueves, cada fin de semana entre tipos como los de la manada de Pamplona, que se jactaban en redes sociales de que salían a violar a "guarras", quienes salen con sus amigos y comentan "mira esas putas, a ver si nos las follamos": "Esto se da todos los días", lamenta Lorente.

Pide revisar por qué no se es más crítico con la cultura y el machismo que dan lugar a que este sea un lenguaje habitual entre los chavales.

Virtuosas o putas

Los expertos redundan en el impacto de la pornografía e imaginarios sexuales que están presentes en la publicidad y las redes sociales. Se percibe a las mujeres como "objetos disponibles" y eso reafirma el poder masculino. En el vídeo del colegio mayor se habla de putas y ninfómanas, evidenciando una visión del cuerpo y la sexualidad de las mujeres de la que los hombres han sacado provecho y satisfacción durante siglos.

"No salimos de ese marco relacional tan perverso, sobre todo para las chicas y las mujeres, que parece que estáis siempre condenadas a un doble paradigma: o sois virtuosas o putas, sin intermedio. Los jóvenes siguen moviéndose en esos paradigmas para reafirmar su virilidad", apunta Salazar.

En el mismo sentido, el exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género apunta que los hombres construyen la identidad de las mujeres sobre dos grandes referencias o polos: la idea de posesión y control, "esta mujer es mía", y la de objeto, "algo y no alguien que puedo usar como yo quiera para satisfacer mi deseo, fantasía, voluntad".

La sexualización se construye, de esta manera, sobre la idea de poseer y dominar, como dejan claro los gritos del Elías Ahuja: el hombre decide qué hay que hacer y cómo hacerlo. "Hay una construcción cultural clara cuando, de manera lineal y sencilla, las presenta como putas. De alguna manera, lo que están haciendo es ocultar la violencia sexual llamándolas putas, porque las putas son las mujeres con las que se puede mantener sexo quieran o no", matiza Lorente.

La cultura machista también es porosa entre las chicas, como puede verse en el hecho de que las chicas del colegio vecino normalicen, justifiquen y quiten importancia a la actitud de los residentes del Elías Ahuja. Destaca Salazar una cuestión geográfica que muestra cómo hombres y mujeres viven en mundos separados, que los colegios mayores no sean mixtos y estén uno frente al otro. "Como si viviéramos en dos mundos separados, las chicas por un lado y los chicos por otro, con códigos muy enfrentados. Tendríamos que desmontar esa idea. En vez de solucionar posibles problemas, lo que hace es acrecentar que los grupos vivan en mundos separados. Vamos a educarnos para convivir y compartir, para reconocernos y respetarnos. (...) Sería urgentísimo trabajar con hombres y chicos jóvenes para que ellos sean también parte de la transformación de cómo entendemos la sexualidad, el cuerpo de las mujeres y las libertades", concluye.