Sofocado el pavoroso incendio que ha afectado a la Vall d’Ebo y los territorios colindantes, el de mayor envergadura que ha registrado la provincia de Alicante en la última década, toca hacer balance, y el panorama que deja es absolutamente desolador. De las 12.150 hectáreas calcinadas, nada menos que 3.000 corresponden a cultivos, básicamente de olivos, cerezos y almendros, que tardarían nada menos que cinco años en volver a ser mínimamente productivos si se vuelven a replantar. Las pérdidas por este motivo rondan los 193 millones de euros, a lo que hay que sumar también la destrucción de alrededor de 10.000 colmenas de abejas y diferentes infraestructuras afectadas. El fuego, en un entorno rural en el que la mayoría de la población está jubilada, se ha ido a cebar con el único medio de vida que servía de sustento a los jóvenes, por lo que el riesgo de despoblación es en estos momentos más real que nunca.

Un rayo caído del oscuro cielo de la noche del sábado 13 de agosto desencadenó una catástrofe de enormes dimensiones. El fuego originado en la Vall d’Ebo, empujado por el viento y el fuerte calor y aprovechando que los medios aéreos no podían trabajar en las tinieblas, se expandió con inusitada rapidez hasta convertirse en un monstruo imposible de detener. Las llamas saltaron a la Vall d’Alcalà y la Vall de Gallinera, antes de propagarse hacia los municipios de Benimassot, Tollos, Fageca, Famorca y la pedanía de Millena, obligando a la evacuación de sus habitantes. No fue hasta justo una semana después cuando los medios de extinción lograron estabilizar el fuego, no sin antes haber dejado un rastro de destrucción de nada menos que 12.150 hectáreas.

El incendio, gracias al trabajo desarrollado por bomberos, bomberos forestales y la UME, no llegó a causar daños en las casas, pero sí que se llevó por delante el medio de subsistencia de numerosos vecinos de la zona. Según las primeras estimaciones realizadas por Asaja, las llamas han arrasado alrededor de 3.000 hectáreas de cultivos, principalmente olivos, cerezos y almendros, que no volverán a producir. 

El impacto económico de esta tragedia agrícola es brutal. Tomando como referencia el índice de precios de la tierra que publica el Ministerio de Agricultura, el valor de las parcelas destruidas alcanza los 33 millones de euros. Pero la cosa no queda ahí. En el caso de que se replantaran los árboles, éstos no volverían a estar productivos como mínimo en cinco años, periodo durante el cual los agricultores no obtendrían ningún tipo de rentabilidad. Así, y atendiendo a los precios actuales de los frutos afectados y el rendimiento medio del arbolado, las pérdidas totales como consecuencia del incendio alcanzarían nada menos que los 193 millones de euros.

Pero la tragedia va mucho más allá y tiene nombres y apellidos. Vicent Llodrá es un joven agricultor de 26 años de Beniaia, que lleva tres dedicado profesionalmente a las labores del campo. "Yo -resalta- soy de Cocentaina, pero mi padre y mi abuelo son de aquí, por eso decidí venirme a vivir al pueblo para trabajar las tierras". 

Pero el fuego ha dado al traste con todas sus ilusiones, dado que el 90% de sus 17 hectáreas de cerezos y olivos han pasado a la historia. "La cosa -explica- ya venía mal, porque hace poco tuve que arrancar 1.500 almendros por culpa de la plaga de la xylella. Pero lo que ha sucedido ahora ya ha sido la puntilla".

El futuro, por tanto, se presenta con más incertidumbre que nunca. «Me he quedado sin mi medio de vida, por lo que si no recibimos ayudas suficientes, no me va a quedar otra que marcharme del pueblo», lamenta.

Algo muy similar le ha ocurrido a Juanjo Pérez, que regenta en Alcalà de la Jovada la firma 5 Oliveres, dedicada a la producción de aceite de calidad. En su caso, las diez hectáreas de olivos y las tres de cerezos han ardido en un 70%, comprometiendo los pedidos que tenía encima de la mesa. "La situación -explica- es dramática, porque el incendio fue de una virulencia terrible y se lo llevó todo por delante"

Pérez espera poder servir a sus clientes gracias a la solidaridad de agricultores que no se han visto afectados por el fuego. "Yo soy de Fageca y me han ofrecido producciones de aceite. También de Millena, donde me prensan las olivas, pero la realidad es que el futuro se presenta muy complicado, porque en Alcalà vamos a pasarnos cinco años sin poder sacar ni una aceituna", advierte.

Ayudas

En este aspecto incide José Vicente Andreu, presidente de Asaja Alicante, que reclama durante este tiempo la habilitación de una renta agraria que garantice a los agricultores y ganaderos de las comarcas afectadas unos ingresos mínimos "que les permitan poner en marcha la recuperación de sus cultivos de secano y evitar que se vean obligados a abandonarlo, hecho que incrementaría la despoblación en esta zona, ya gravemente golpeada por la tala indiscriminada de almendros por la erradicación de árboles sanos para combatir la plaga de la xylella fastidiosa".

La organización, de hecho, ha puesto a disposición de la Conselleria de Agricultura y de los ayuntamientos de los municipios afectados a todo su equipo técnico y profesional, al objeto de agilizar al máximo la concesión de estas ayudas, que pide se hagan extensivas también a las cooperativas agrarias.

Desde Asaja se reclama que los planes de apoyo también tengan en cuenta a los ganaderos de la zona, así como a los apicultores. Y es que 25 explotaciones de las 130 que hay aproximadamente en las comarcas afectadas han sufrido daños directos. Se da la circunstancia que la sequía prolongada en todo el territorio nacional ha influido para que muchas colmenas de abejas trashumantes no salieran de la Comunidad durante el verano, lo que ha incrementado los daños. Así, se calcula que unas 10.000 se han visto afectadas, y que la falta de alimento y agua al no poder aprovechar el monte quemado hasta pasados diez años va a tener consecuencias fatídicas para el sector.

Mientras tanto, el Gobierno ha anunciado la declaración de este lugar como zona catastrófica, al mismo tiempo que la Generalitat está tramitando la obtención de ayudas ante la Unión Europea. Falta vez el alcance de estas subvenciones, y si serán suficientes para regenerar la zona afectada y retener a la población.

En medio de este contexto tan desolador, el alcalde de la Vall d’Alcalà, Pablo Martínez, trata de lanzar un mensaje optimista. Según sus palabras, "vamos a trabajar intensamente para que las ayudas por parte de las Administraciones lleguen. La gente del pueblo está impactada por lo sucedido, pero es importante que no abandone y que se cultiven los campos. Debemos hacer lo posible por tirar adelante y salir de esta situación como ya ha sucedido en otras ocasiones". 

Una amenaza para el turismo rural

El incendio ha tenido un impacto directo e inmediato sobre la agricultura, pero hay otros sectores cuya actividad también puede verse resentida como consecuencia del fuego, como es el turismo rural. De hecho, los alojamientos de la zona, así como los restaurantes, temen un descenso de la clientela a causa de los paisajes calcinados que han dejado las llamas a su paso.

Alcalà de la Jovada es un pintoresco municipio que en los últimos años había conseguido atraer a numerosos visitantes, sobre todos los fines de semana, puentes y épocas señaladas. La labor de los medios de extinción ha permitido salvar el entorno del casco urbano, pero no ha sucedido lo mismo con gran parte del término municipal, hasta hace bien poco un paraíso para el senderismo y las excursiones. Y eso es lo que se teme, que los efectos del fuego disuadan a los turistas.

Gema Ginés regenta el hotel La Font d’Alcalà, en este municipio, y señala que «el fin de semana pasado conseguimos llenar, porque la gente no quiso alterar sus planes y también porque contamos con una clientela fiel, que nos dice que va a venir ahora incluso más que antes. Pero la incertidumbre está ahí, porque no sabemos realmente qué lo que va a pasar a partir de ahora».

Gema señala que en lo que suceda en el futuro va tener mucho que ver la efectividad de las políticas que se lleven a cabo para regenerar la zona, aunque la esperanza también está depositada en lo que pueda hacer la naturaleza por sus propios medios. «Posiblemente, de cara a la próxima primavera y después de las lluvias que van a venir, el paisaje empezará a teñirse de verde y ya veremos las cosas de otra manera», enfatiza.