El centenario Berlanga que se celebra este año, y que está ineludiblemente unido a un puñado de títulos que nos han evadido, divertido, impresionado y hecho reflexionar como pocos en la historia del cine, hace de este cineasta el eje central sobre el que pivotar cualquier reflexión sobre esa fábrica de sueños que es el cine.

 Los tres días que este cronista pasó en su compañía en la primavera de 1988, con motivo de un ciclo de cine que él clausuró en la Universidad de Murcia fueron una montaña rusa de emociones alimentadas por sus recuerdos y anécdotas, que él iba diseminando a su alrededor con la cadencia de una ametralladora.

En el salón de actos del edificio de la Convalecencia, Rectorado de la UMU, comunicó al público que abarrotaba el local su intención de no aburrirles al punto que tuvieran que echar una cabezadita, y prometió no llegar al extremo de uno de sus profesores de la Escuela de Cine, que llegaba a aburrirse y dormirse con sus propias peroratas.

Cayó enamorado por el ambiente familiar del campus de La Merced, por cuyas dependencias paseamos con él Ana Martín y este escribidor, y expresó su intención de intentar ambientar una escena de una de sus películas en aquel lugar.

Tenía 67 lúcidos años, y lo había sido todo en nuestro cine. Había ganado en Cannes, Venecia y en innumerables festivales, obtenido el premio Príncipe de Asturias y hecho soñar a millones de españoles con sus obras maestras. Cuando le comenté que él era el mejor director español de la historia me miró fijamente y me espetó: “¿tú crees que ahora piensan eso de mí?”. Lo cierto es que acababa de hacer “Moros y cristianos”, uno de sus filmes más mediocres. Pero ahí estaban “Plácido”, “El verdugo”, “Bienvenido Mr. Marshall”, “Los jueves milagro”, “Calabuig”, “La escopeta nacional” y tantos títulos memorables. Sostuve su mirada y le repliqué que, en aquella consideración nada tenían que ver sus últimos títulos, que el había hecho las suficientes obras maestras para no ser olvidado nunca.

Una noche, al final de una cena en un restaurante cercano a Platería, me confesó que no le tenía miedo a la muerte, “lo que me jode es perderme el cine y otras cosas que tanto me gustan y no volver a disfrutarlas nunca más”. Nosotros siempre podremos disfrutar de tus ocurrencias en el celuloide, maestro.