Frente a un escaparate de Lugones, desde hace más de una década, se detienen a diario decenas de personas. Entran y curiosean y encuentran tanto óxido como reliquias. Daniel Cabal, un trotamundos de lo más ecléctico montó su establecimiento de segunda mano como evolución natural de una vida que le llevó por lavaderos de coche, imprentas y países como Suiza o Alemania. Repara de todo y sabe tasar hasta el último de los miles objetos que tiene entre las paredes del establecimiento. “Reciclo más que Cogersa”, dice él, que lo mismo coge cosas de la basura, que adquiere otras piezas.

 “Estoy ordenando”, comenta ante la abrumadora escena que presenta su tienda una mañana de agosto. Escucha las noticias en una radio de principios del siglo pasado, que hace función “mientras llega el cliente adecuado”.

 Mucho de su trabajo consiste en eso, en tener paciencia. “La gente ve las cosas oxidadas y piensa que no tiene valor. Aquí hay cosas muy caras que perderían su sentido si las pintas. Si veo que alguien va a hacer eso, no se lo vendo”, asevera.

 Esta enseñanza la aprendió muy joven, con apenas doce años, cuando cogía el autobús con su hermano, de nueve, para ir a vender al mercado de El Fontán, en Oviedo. “Para sacar unas perrillas era lo que había. De aquellas todo estaba liberalizado, llegabas con un plástico y te ponías”, explica. Se crio en esa cultura, que diferencia, “como en la joyería”, entre lo que es oro, plata y hojalata. Entre coleccionistas y buscavidas adquirió la habilidad de tasar, aceptar y descartar, pero no la utilizó de manera inmediata.

Montó su establecimiento como evolución natural de una vida que le llevó por lavaderos de coche, imprentas y países como Suiza o Alemania. Repara de todo y sabe tasar hasta el último de los miles objetos que tiene entre las paredes del local

Primero vivió fuera y cuando volvió montó un lavadero de coches. “En aquel momento ya empecé a vender algunas cosas por internet”. Al final se animó a coger el local con su mujer, Sandra Fernández. Poco a poco lo fue llenando, con cosas que le daban sus amigos, adquiriendo otras y, sobre todo, cogiendo de la basura: “Donde la gente ve basura, yo veo billetes”, reconoce.

 Cuadros que superan los mil euros, discos de ediciones únicas, ropa original de la Guerra Civil o de la Segunda Guerra Mundial e incluso un ejemplar del libro de Hitler, el “Mein Kampf” en castellano. “Hay auténticas maravillas, pero yo no rechazo casi nada. Un cable, mismamente, me puede servir para las reparaciones que hago”, señala.

 Esa es otra faceta suya, el manitas. “Lo mismo una silla, que un mando de coche, una tele o un ordenador, lo que me pidan”, asegura. Eso le lleva a pasar muchas horas en la tienda, desde por la mañana, hasta que cae la noche.

 Por desgracia, en los últimos tiempos, no tanta gente entra a comprar. “Esto de la pandemia nos ha matado. Menos mal que en verano soy el rey de los turistas. Es la época en la que vendo esa madreña o ese recuerdo de Covadonga que sino no vendería ni de broma”, afirma.

 Aunque no venda, muchos entran y tiene suerte de que parte del material está fuera. “Cedido para una peli”, explica Cabal, un habitual de prestar cosas al mundillo de la farándula para videoclips o films. La suya es una película interesante a la que aún le falta parte del nudo y el desenlace. Mientras a reparar y vender, al precio adecuado.