En la segunda mitad de los 60, la serie ‘Embrujada’ era una de las reinas de la tele. Recuerdo perfectamente aquella melodía que nos introducía en el mundo delirante de aquella familia en la que las protagonistas femeninas eran casi todas brujas y mucho más inteligentes que los hombres.

Me enamoré de Samantha, la protagonista (en realidad en aquellos tiempos me enamoraba de todas las protagonistas de series televisivas). Era imposible sustraerse al encanto de aquella bruja rubia que sustituía la varita mágica por una nariz móvil (¿cómo la movería?, nos preguntábamos todos los niños).

Lo hacía escondiéndose del marido, mucho más tradicional, un precursor de Mad Men (era agente publicitario), pero un tanto infantiloide.

En aquellos tiempos se erigió en una representación de la lucha de sexos (edulcorada y adaptada a los 60, claro), con una Agnes Morehad cabrona y espléndida.

Eso, a los niños de entonces nos motivaba menos, lo importante era el ritmo cómico de una serie que recordaba las comedias clásicas americanas y sus desternillantes historias.

P.S.: Nunca pude mover la nariz. Y mira que lo intenté.