"La odiaba tanto que no podía dejar de pensar en ella". Eso decía el personaje de Glenn Ford de ‘Gilda’, inolvidable Rita Hayworth.

La bomba atómica que se arrojó en Bikini llevó, a su pesar, su imagen, porque como decía un general, haciendo gala de una mentalidad no sé si machista o misógina -como si ambos conceptos pudieran separarse- Gilda era tan explosiva como la bomba.

En España se estrenó un año y medio después de cuando tocaba, convenientemente amputada. La censura la calificó como gravemente peligrosa para la moral. Y la iglesia lo advertía: quienes la vieran irían directamente al infierno.

"Gilda" es una historia repleta de hallazgos impagables, y este film, en el que Rita Hayworth demostró saber hacer un striptease con sólo quitarse un guante, la hizo inmortal.

A España llegó la víspera de Nochebuena de 1947. Y con ella llegó el escándalo.

El obispo de Canarias decía esto de ella: "Ante las noticias que nos llegan de que existe el propósito de exhibirla en otros cines, tanto de pueblos como de la capital, velando por atajar el gravísimo mal espiritual que amenaza a muchas almas de nuestros ciudadanos, y en cumplimiento de uno de los más sagrados deberes de nuestro cargo pastoral, prohibimos la dicha película “Gilda” y os amonestamos, amadísimos hijos, haciendo saber a los empresarios que no la pueden exhibir, y a los fieles que no podrán presenciarla sin gravar su conciencia con pecado mortal". Todos los obispos advirtieron a los españoles de que no debería verla. Y los españoles se agolparon en los cines para verla, claro.