Hubo una época en la que, al igual que no podía faltar un oscar en el que el personaje central no fuese alguien con algún tipo de problema físico o mental, no podía haber una serie de televisión sin su correspondiente animal: el caballo Furia, el canguro Skippy, el oso Ben de Mi oso y yo, la elefanta Maya... Fue la época de la llegada a la luna y de la de Flipper.

Cuando Flipper hizo su aparición en España, en 1968, la serie había acabado en Estados Unidos. Aquellos episodios que veía a mi salida del colegio, nos familiarizaron con el delfín nariz de botella y con los cayos de Florida. Nos enteramos de su inteligencia y del inconfundible sonido que producía. Y también nos enteramos de que la forma más rápida de surcar el mar es agarrado de la aleta de un delfín (después vinieron las insidiosas y molestas motos acuáticas).

Los parques acuáticos proliferaron por el mundo, todos con sus correspondientes delfines. Hasta el punto de que al preparador de Flipper le entró tal ataque de conciencia ante lo que había hecho contra la libertad de los delfines, que dedicó su vida desde entonces a luchar por la liberación de estos animales.