Si preguntamos a las familias qué es lo que quieren para sus hijos, seguramente el 100% responderá: que sean felices. De esto no cabe duda.

Queremos que nuestros hijos sean felices, que lo pasen bien, que jueguen y disfruten. Queremos que sientan emociones agradables, aquellas que sientan alegría y bienestar. Queremos que no sufran.

Por eso cuando están pasando por situaciones que les provocan emociones desagradables como la tristeza, la culpa o el miedo, tendemos a salvarles, a ofrecerles alternativas que les hagan olvidar rápidamente esa emoción, que sustituyan la pena por la alegría lo antes posible.

Sin embargo, el futuro situará a nuestros hijos e hijas en distintas situaciones que les provoquen emociones desagradables, que les provoquen ira, envidia, ofensa… además de tristeza, culpa o miedo. Y para poder transitar estas emociones de manera asertiva, adaptativa y positiva, el primer paso es tomar consciencia de qué es lo que sentimos, qué sensaciones nos produce en nuestro cuerpo y qué nos provoca, para poder aprender de las situaciones que vivimos.

Las emociones se deben transitar, vivir, sentir y luego, si es necesario, se gestionan o se decide qué hacer con lo que estamos sintiendo.

¿Cómo puedo ayudar a mi hijo cuando está triste?

  • Escucha. Escucha. No corras, no tengas prisa por quererle sacar de ese momento desagradable. Deja que te cuente, permite que te explique y que comparta contigo TODO lo que le produce dolor. No temas su discurso. No tienes que salvarle, solo escucharle.
  • Fomenta los momentos de conversación auténticos, que estén regidos por la curiosidad por conocer sus sentimientos. Huye de los diálogos que parecen un interrogatorio.
  • No juzgues. Esconde el dedo acusatorio y no busques culpables. No va de eso. Va de comprender, de acoger y de aceptar lo que aparezca.
  • Asiente y mírale a los ojos. Descruza las piernas y los brazos. Relaja el cuerpo. Respira. Verás como tu hijo también se relajará.
  • Si llora, cállate. Solo abrázale. Esto, que a priori puede parecer sencillo, suele ser costoso en algunas situaciones y caemos en la trampa de soltar un “venga, venga…ya está, ya está…” le limpiamos los mocos, le secamos la cara y le cortamos el llanto. Déjale llorar, necesita sacar fuera todo lo que tiene dentro y las lágrimas suelen ser un buen camino.

Una vez que se haya desahogado, y solo después:

  • Pregúntale si hay algo que podáis hacer que le ayude a sentirse mejor. Si la respuesta es NO o NO SÉ, aguanta. Respira profundamente y vuelve a preguntar, “Entonces, ¿qué necesitas ahora?”. Que sea él o ella quien lo diga. Su necesidad puede ser distinta a la tuya.
  • Recuérdale que puede contar contigo siempre que lo necesite y que hablar le ayudará a extraer, en forma de palabras, aquello que le preocupa por dentro.
  • Comparte qué es lo que te ocurre a ti en situaciones similares, cuáles son tus dificultades y qué es lo que te funciona. Utiliza el vocabulario emocional más amplio posible, haciendo referencia tanto a las sensaciones corporales (dolor de estómago, falta de aire, presión en el pecho…) como a los pensamientos (estoy sola, el colegio no me gusta, no tengo amigos…) De esa manera aprenderá a poner nombre a los diferentes estados emocionales y a diferenciar entre lo que se puede identificar como lo que siente en un primer momento: “estoy enfadado”, con lo que realmente hay debajo es la causa o motivo del enfado: “me siento ofendido”, “siento envidia”.