En 1955, en O Castro de Amarante, en Galicia, el pueblo de Antas de Ulla de donde procede Carmen Varela Carnero, las novias se casaban el día del patrón, San Esteban. Y por aquel entonces siempre vestían de negro. Así fue como, a sus 26 años, acudió al altar para contraer matrimonio con Luis Varela Besteiro, de 28. Sesenta y cinco años después y con las huellas en la piel que deja la dura labor del campo, la pareja sigue viviendo en su casa familiar de Ludeiro, en la vecina parroquia de San Martiño de Amarante, y lo hace después de haber superado la que ya se conoce como "enfermedad del siglo XXI", el COVID-19. Para ello han contado con la ayuda de unos "enfermeros" muy especiales, sus tres hijos: José Luis, arquitecto en Lalín; Ana, profesora jubilada residente en Pontevedra; y Alberto, empresario en Vila de Cruces.

A finales de noviembre, Luis Varela Besteiro -O Carramón de Ludeiro, como es conocido en media Galicia este avezado pescador de truchas-, de 93 años, "comenzó a tener fiebre, picor de nariz, se le quitaron el hambre y las fuerzas para levantarse a las ocho de la mañana, como cada día, y ponerse a trabajar en la huerta", tal como refiere su hija. En la prueba que le hicieron el 24 se confirmó la presencia del temido SARS-CoV-2. "Hizo todo el tratamiento en casa. Bastó con darle antibióticos para que se recuperase y, a los quince días, ya volvía a trabajar y a salir, a pesar del frío", cuenta su hijo menor.

A los pocos días de enfermar su esposo fue Carmen, de 91 años, quien cayó. "Dio negativa en la primera prueba, el 28 de noviembre, pero en la del día 6 salió positiva", relata su hijo menor. En su caso, necesitó ser hospitalizada por una bajada de sodio. Los sanitarios le vinieron a decir que con esa edad ya no saldría del hospital, rememora la hija mediana, que saca pecho por sus progenitores. "¡Cuánto se equivocaron! Ambos están perfectamente, Carmen ansiosa de comerse la tarta que dibuja un 65 porque esos son los años que lleva casada la pareja", apunta Ana. Pocos cumplen las bodas de platino, pero ellos lo han conseguido en las peores condiciones que se podían dar: en plena pandemia y contagiados con el COVID-19. "Son gente muy resistente", apostilla José Luis, el primogénito.

Hipnotizador de truchas

"Mi padre está como si tuviera 50 años -asegura Alberto-. Hasta hace nada aún conducía, pero no le renovaron el carné, porque tiene cataratas y no quiere operarse, ya que un tío mío quedó ciego de un ojo, y se llevó un disgusto grande. Iba todos los domingos a jugar la partida de dominó a Antas". Echa mucho de menos "la movilidad que le daba el coche" a la hora de ir a la farmacia o a hacer otras compras. Entre las muchas facetas de Carramón, su vástago más joven destaca la de pescador: "Era un gran troiteiro. Con las cañas de bambú que él mismo se fabricaba sacaba una media de 12 a 15 kilos de truchas todos los días que iba al río". No en vano le llegaron a llamar "el hombre que hipnotizaba a las truchas".

Carmen padece demencia, por lo que disponen de cuidadoras del Servizo de Axuda no Fogar (SAF) y de una mujer contratada aparte por la familia. Por las noches, desde hace tres años, duerme con ellos su benjamín, que regenta con su esposa la tienda de moda Careyxove, en Vila de Cruces. Aunque ha dado negativo en todas las pruebas que le han practicado, Alberto lleva más de un mes confinado en Antas y así continuará hasta el 2 de enero, de modo que ni ha podido pasar la Navidad con su mujer y su hijo ni tampoco podrá disfrutar con ellos la Nochevieja.

Accidente con jabalíes

Lo mismo le sucedió a su hermana, positiva en la PCR que le hicieron a los pocos días de enfermar su padre. "Ana ya podría salir, pero ha quedado para ayudarme a cuidarles", declara. Tampoco José Luis se libró. "Cuando volvíamos de hacer las pruebas en el hospital de Lugo, tuvimos un accidente de coche, ya que se nos cruzaron tres jabalíes", narra Alberto, que llamó al hermano de Lalín para que fuese a recoger a su padre mientras él se ocupaba del siniestro. Ese contacto motivó la cuarentena del mayor de los hermanos, que no llegó a contagiarse, durante diez días.

En la Casa de Carramón, en la aldea de Ludeiro, donde llevan 65 años de convivencia, sus tres hijos, que los han cuidado durante la convalecencia, fueron los únicos presentes en la "mini fiesta" de bodas de platino que celebraron el sábado. En condiciones normales, hermanos, cuñados, nueras, sobrinos y, sobre todo, sus cinco nietos y sus dos bisnietos estarían allí para festejarlo: más de 100 personas, como en una boda habitual, que no se cumplen 65 años de casados todos los días. Pero el coronavirus ha alejado esa posibilidad, por el momento. Así que, a la espera de que "pase todo esto" para poder hacer una comida "como se merecen", Carmen y Luis tienen que ajustar la vista para ver los múltiples mensajes que llegan a los móviles.