En julio de 2019, la isla indonesia de Bali prohibió las bolsas y pajitas de plástico. Una medida que ha quedado muy lejos de cumplir su objetivo. Hoy día, en esa isla, se usan bolsas de plástico hasta como vasos. Tal ha sido el fracaso que circular por sus carreteras y ver muchas de sus playas es un espectáculo desolador.

Selvas frondosas nacen en cada rincón, pero el suelo es una mezcla entre la cubierta vegetal y plástica: bolsas arrastradas por el viento, neumáticos gastados€ Paseando por la orilla del mar es más fácil encontrar tapones de botella que conchas.

La medida contra los plásticos parece haber quedado relegada a los resorts y restaurantes para occidentales. Así, los turistas tienen la percepción de participar activamente en el ecologismo, mientras los monos juegan con botellas de agua que les acaban de robar.

Muchos países, africanos y asiáticos principalmente, vieron el gran problema ecológico que les estaba ocasionando la acumulación de plásticos. Sus ciudades y campos se estaban convirtiendo en montañas de basura que tardaría siglos en degradarse. Y necesitaban alguna solución.

En Kenia, por ejemplo, decidieron atajar el problema de forma drástica, prohibiendo en 2017 la producción, venta y consumo de bolsas de plástico. Los castigos contemplados incluían hasta 4 años de prisión o multas de hasta 38.000$ (unos 35.000€).

En países como España se legisló para obligar a los comercios a cobrar por las bolsas de plástico. Pero la presión social es ahora tan grande, que muchos comercios y supermercados van más allá y están cambiando este hábito. Pero lo hacen ofreciendo bolsas de otros materiales como papel. El papel tiene la ventaja de ser más degradable y no se acumula en la naturaleza con la gravedad del plástico, pero no es inocuo.

Los plásticos que llegan al mar requieren siglos para degradarse y se acaban rompiendo en partículas microscópicas que son consumidas por los animales, pensando que es zooplancton. Así se inicia un proceso de acumulación que nos lleva a encontrar cada vez mayores concentraciones de plástico conforme se avanza en la cadena trófica.

Y al final de esa cadena estamos los humanos, donde nos llegan esas partículas con efectos aún inciertos para la salud. Entonces, siempre mejor utilizar bolsas de papel, ¿no?

Aquí llega el dilema

El plástico está causando estragos medioambientales€ Pero, para producir una bolsa de papel se requiere más CO2. La tala de árboles (que absorben CO2) y una producción con más necesidades energéticas juegan muy en su contra. Además, las de plástico pueden tener funciones más allá del transporte puntual (como volver a hacer la compra con ellas o utilizarlas como si fuesen bolsas de basura).

En 2011, un estudio finlandés evaluó la producción de CO2 de ambos tipos de bolsas (plástico y papel), además de bolsas biodegradables, plástico reciclado y algodón. Hay que hacer notar que había mucha incertidumbre en algunas variables, pero llegaron a la conclusión de que lo mejor para el cambio climático según el modelo productivo finlandés son las bolsas de plástico reciclado y, lo peor, las biodegradables, con pequeñas diferencias entre usar bolsas de papel, plástico o algodón (reutilizables).

Otros informes gubernamentales hechos en Reino Unido arrojan algunos resultados más concretos. Las bolsas de papel producen 3,3 veces más gases de efecto invernadero que las de plástico, necesitan 4 veces más agua y contribuyen hasta 14 veces más a la eutrofización (entendiendo como tal la acumulación de residuos orgánicos en el litoral marino o en los lagos, ríos, embalses€) Por el contrario, las de plástico tienen 5 veces más probabilidades de acabar como basura en el ambiente.

Son resultados sorprendentes que reflejan cómo nuestras acciones, aunque bienintencionadas, pueden ser perjudiciales. Además, se muestra que, de una manera u otra, el resultado es un daño ambiental.

¿Cuál sería entonces la solución?

Tal vez mirar atrás. Antaño era más común ir al mercado a hacer la compra llevando un carrito en el que íbamos poniendo todo lo adquirido. No hacían falta recipientes intermedios y se transportaba de una manera más fácil, cómoda y sostenible.

Claro que la vida ha cambiado mucho, y hoy no es fácil encontrar un supermercado al que podamos ir a pie tranquilamente a hacer nuestra compra diaria. Demasiadas veces, y casi siempre en las grandes ciudades, necesitamos coger el coche para hacer la compra. Además, como no tenemos tiempo compramos mayores cantidades y nos aprovisionamos para, cuando menos, toda la semana. Así que necesitamos ir metiendo las cosas en bolsas para ponerlas y sacarlas del maletero.

La solución, suponiendo que tenemos la necesidad real de utilizar bolsas, se encuentra en reducir el consumo al mínimo. Reutilizar cada bolsa el número máximo de veces. Una bolsa de papel nos aguanta un viaje (dos con suerte), las de plástico alguno más, pero las de tela, bien cuidadas, pueden aguantarnos años de compras.

No supone gran esfuerzo ni espacio tener en el coche bolsas para reutilizarlas cuando se vaya a hacer la compra. Tampoco guardarse en el bolso o bolsillo una bolsa si al salir de casa piensas que tal vez te pases a comprar algo.

No obstante, como todos sabemos, el consumo de plásticos de un solo uso va mucho más allá de las bolsas.

¿Y los envases?

Sorprendentemente es difícil de entender la cantidad de alimentos envasados en plástico que nos encontramos en el mismo comercio que nos cobra por cada bolsa que nos 'vende' en la caja.

Y eso deja muy poco margen de actuación al consumidor concienciado, que quiera reducir su impacto. Realmente la mayoría de los envases siguen siendo plásticos, y aunque la producción actual tiende a incrementar otro tipo de envases como vidrio, cartón o tetrabricks, casi todos ellos tienen problemas similares (o aún mayores) a los ya comentados.

Si bien en los últimos años el diseño ha evolucionado para producir envases más ligeros y menos contaminantes, no se ha logrado eliminar el problema. Y mientras encontramos soluciones y materiales compatibles con el cuidado del planeta, de nuevo podemos decir que reutilizar los envases es lo más factible.

Pero como eso puede ser muy complicado para algunos productos, comprar a granel en la medida que se pueda puede ser una buena idea, Y siempre llevando nuestra propia bolsa, o si se trata de carne o pescado, un tupper para que no lo tengan que envolver€

Es verdad que los peros a todo esto son incesantes. ¿Qué hacemos con las latas de refresco o las botellas de vidrio? Nosotros, todos, queremos el contenido, no el envase. Y la realidad es que los tarros de mermelada o de legumbres, las botellas de leche vacías€ son casi siempre inútiles.

Claro que no somos ciegos y entendemos la necesidad del envasado por motivos como favorecer la preparación, distribución y conservación, pero no es sostenible producir envases costosos para el medio ambiente cuyo final es la eliminación.

Sin embargo, la recomendación que conocemos es única: reciclar. Así que acorde con lo comentado sobre las bolsas ¿no sería mejor reutilizarlos? Hace años, y extendido en algunos países también ahora, había que devolver ciertos envases como los cascos (así llamaban a las botellas vacías) si querías recuperar parte del dinero gastado. Incluso todavía en nuestro país es algo común con los vidrios en bares y restaurantes.

No debería ser imposible extenderlo a los supermercados. A la hora de comprar se paga por el contenido y por el envase y, si éste se devuelve para ser reutilizado, el dinero gastado en él también se recupera. Llevar a cabo este procedimiento para reutilizar envases ayudaría a disminuir la huella de carbono y la cantidad de basura que acaba en el medio ambiente.

Utilizar envases y recipientes reutilizables en algunos casos es un hábito perdido y al que deberíamos retornar por mucho que cueste. Reducir el consumo de bolsas y envases, reutilizar al máximo los que ya tenemos y, en última instancia, tirar a reciclar: Es así como ocasionaremos el menor impacto ambiental.