El filósofo francés Bernard-Henri Lévy vuelve con su lápiz afilado con Este virus que nos vuelve locos, un ensayo tan incorrecto como certero en el que repasa la Historia para llegar a reflexiones como la de que durante la cuarentena por el coronavirus la confianza que se puso en los médicos fue «irracional».

Pasó la cuarentena en su casa, confinado, pero lo que más «boquiabierto» le ha dejado no ha sido la pandemia en sí misma, sino la locura que ha impregnado por todo el mundo, asegura en una entrevista con Efe.

Por eso, en este ensayo publicado por La Esfera de los Libros, el francés aborda esta crisis sanitaria con datos sobre cómo lo que vivimos en esta nueva realidad ya se vivió en otras crisis pasadas, y así le saca los colores a muchos de los protagonistas de los últimos cuatro meses.

P Usted habla de que hemos vivido el Primer Pavor Mundial cuando casi todo el mundo habla de una especie de III Guerra Mundial. ¿Por qué no usa la palabra guerra en ninguna de las páginas del libro?

R Porque sé lo que es la guerra, ¡y la guerra no es eso! Me opongo absolutamente a esta 'militarización' de la epidemia, me parece absurdo, un poco ridículo. También pienso que es dar demasiado al virus. Le damos una intención, una estrategia, objetivos de guerra y lo humanizamos. Todo lo contrario a lo que se debe hacer.

P El título del libro es El virus que nos vuelve locos, pero ¿no lo estábamos ya?

R Que la humanidad delire no es, de hecho, nada nuevo. Pero hay momentos en los que el delirio adopta formas particularmente agudas. Y estamos en uno de esos momentos. De dos maneras, de hecho. Por una parte los que están delirando al reaccionar en exceso a la epidemia, como los medios de comunicación; y por otro lado aquellos que niegan el delirio.

P Usted reclama «un gran debate democrático», ¿quién está capacitado o quien debería iniciarlo?

R Nosotros, los ciudadanos.

P ¿Quiénes son los culpables de este estado de catatonía?

R Nosotros, nuestro deseo de servidumbre. Nuestra melancolía democrática. El hecho de que los valores de la libertad, del libre examen, de la valoración de la inteligencia, estén siendo eclipsados, volviéndose menos importantes. Como el gran cansancio de la República.

P Esta crisis, como dice en su libro, ha tenido aspectos «no médicos» hermosos y otros no tan amables. ¿Por qué hemos pensado con el corazón y, como usted reclama, no hemos pensado con la mente?

R Ni siquiera estoy seguro de que hayamos pensado con el corazón. Hay que mirar la epidemia de la delación. Las personas que inundaron la comisaría del barrio para señalar a un ancianito que había ido dos veces al supermercado porque ya no podía permanecer encerrado.

P Quizá por pensar con la mente hemos puesto nuestra confianza ciega en los médicos. Usted da muchas explicaciones para no hacerlo, ¿por qué?

R No. Esta confianza ciega en los médicos fue en sí misma irracional. Por parte de los médicos hubo abuso de autoridad. Por la nuestra, un miedo maníaco, pensamiento mágico. Yo respeto a los médicos, pero en su sitio. No en el de los políticos.

P ¿Ha habido un retroceso de libertades durante el confinamiento?

R Al menos el hecho de que las libertades están entre paréntesis, eso es seguro. La pregunta es por cuánto tiempo lo estarán y si, cuando termine la epidemia, tendremos el valor y la fuerza para exigir la recuperación total de nuestras libertades perdidas.

P La historia de las crisis sanitarias se repite a lo largo de la Historia, ¿qué tiene de diferente ésta?

R La diferencia es que tenemos mejores hospitales, médicos mejor capacitados y que no esperaremos diez años antes de tener una vacuna. Estas son las ventajas de la modernidad y la globalización. Este virus es terrible, trágico, pero no es ni la peste negra ni la gripe española.

P ¿Por qué una y otra vez el ser humano se encarga de buscar el lado bueno de las catástrofes?

R Se llama pensamiento mágico, o si lo prefiere, un pensamiento religioso salvaje. No somos suficientemente laicos, no hemos abordado esta pandemia con las convicciones seculares necesarias.