En ocasiones, para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan y cumplan ordenes recurrimos a esta famosa frase: ¿quieres que me enfade? La solemos pronunciar cuando consideramos que ya hemos tenido demasiada paciencia, que ya deberían estar haciendo lo que les hemos pedido de mil formas. Es entonces cuando, sin más, la soltamos. ¿Por qué no deberíamos hacerlo?

Laura y Juan, los padres de Marcos, han quedado con unos amigos para ir todos juntos al cine con sus hijos. Ya en el coche, de camino al centro comercial, Marcos se muestra excesivamente revoltoso. Le pasa a menudo cuando va a juntarse con otros niños. La emoción del momento, los nervios le llevan a mostrarse más rebelde de lo normal. Laura le pide varias veces que deje de intentar desabrocharse el cinturón. Cuando llegan al cine vuelve a la carga. No para de tirar a su madre del bolso pidiéndole que le compre palomitas de las de colores, de las de sabor a caramelo. Laura le explica que van a comprar de las normales porque son las que les gustan a todos, pero Marcos insiste, llegando incluso a patalear. Cuando por fin están dentro de la sala, todos sentados esperando a que empiece la película, Marcos y Lucas (el hijo de los amigos de Laura y Juan) comienzan a tirarse palomitas el uno al otro. Laura ya no aguanta más. Necesita que Marcos deje de comportarse como lo está haciendo de inmediato y pronuncia la famosa frase: Marcos, ¿quieres que me enfade?

Laura ha incurrido en el error de pensar que para que Marcos le obedezca tiene que enfadarse. Como nos explica la pedagoga Maite Vallet: "Nuestros hijos no tienen que aprender en función de nuestras emociones. No tienen que actuar de una forma u otra porque nos enfademos o porque nos pongamos contentos. Sino porque es bueno para ellos". Marcos, como tantos otros niños, ha aprendido a no obedecer hasta que no ve realmente enfadados a sus padres. Ha interiorizado un hábito que debemos hacer desaparecer para generar uno más saludable. Así como gritar entrena a nuestros hijos a no escuchar hasta que se les levanta la voz, con el enfado ocurre algo similar. Cuanto más lo usamos, más los entrenamos y más nos costará que obedezcan sin necesidad de hacerlo.

Además, no podemos olvidar que somos un ejemplo de comportamiento para nuestros hijos. Cuando les amenazamos con enfadarnos les estamos enseñando a enfadarse siempre que alguien haga algo de una forma que a ellos no les guste, para conseguir, de esta forma, revertir la situación.

Si nosotros gestionamos las emociones de otra manera: con autocontrol, calma, hablando, ellos aprenderán a dar respuestas más adecuadas a la ira y a la rabia.

Debemos recordar, además, que los niños deben actuar como niños. Es normal que tengamos que repetirles mil veces que se vistan por la mañana, o que recojan su habitación. Ellos a su edad, solo están preocupados, como es normal, en jugar. Debemos ser los adultos los que les repitamos cada día sus obligaciones. «Hay hábitos que adquieren con facilidad, pero hay otros que les cuesta más. Nuestro objetivo es animarles comprendiendo que les cuesta. Animarles a esforzarse» nos explica Maite Vallet.

¿Cómo podemos animar a nuestros hijos a cumplir hábitos, olvidándonos por supuesto de la frase: ¿quieres que me enfade?

Ten paciencia y repite la norma las veces que haga falta, incluso ayúdale a hacerlo. Si quieres que cada mañana haga su cama, lo más probable es que al principio tengas que hacerla con él. Es muy importante, además, reconocer cuando se haya comportado de una manera correcta. Reforzar las conductas positivas hará que las repita. Desde el reconocimiento y el afecto se consiguen más cosas que desde el castigo. Y recuerda: aprender requiere tiempo para ellos y, por tanto, de tu paciencia. ¡Ánimo!

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