Cada día se levanta con la misma inquietud, ¿seremos suficientes? Iñaki es jefe de servicios de la cárcel madrileña de Aranjuez, donde están recluidas ahora más que nunca 1.300 personas sin actividades ni visitas. Reivindica el papel "esencial" e "insustituible" de los funcionarios que trabajan con un lema: que el coronavirus no entre ni se propague en las prisiones.

Hasta ahora, en esta cárcel solo hay aislados por prevención seis reclusos y no hay casi bajas entre los funcionarios, clave mantener la calma en una cárcel, asegura a Efe.

En el conjunto de centros penitenciarios, la Secretaría General ofreció el martes las primeras cifras: 38 trabajadores han dado ya positivo al COVID-19, mientras que 225 están en observación médica o en cuarentena, la misma situación en la que se encuentran 125 presos, mientras que una reclusa de 78 años es la primera fallecida.

"Estamos muy lejos de que se reproduzca aquí lo que ha ocurrido en Italia con motines, donde ha habido un absoluto descontrol, pero para evitar esas situaciones tenemos que estar en nuestros puestos", enfatiza, antes de explicar que los turnos se han reorganizado para disminuir el riesgo de contagio.

Con 17 años de experiencia y su paso por diferentes centros penitenciarios como Alcalá Meco, Estremera o Murcia, Iñaki, de 44 años y padre de dos niñas, defiende a todos sus compañeros. "Lo están dando todo en esta crisis y están a la altura del nivel exigido".

Recuerda que los peores momentos de tensión se vivieron cuando se comunicaron las restricciones de traslados, permisos, visitas, actividades... La interrupción de estas rutinas tuvo un gran efecto en los reclusos.

"Ha costado un poco superar esto, los funcionarios hemos hecho una labor pedagógica para que lo entiendan, aunque están plenamente informados de la situación porque tienen televisión y prensa".

A falta de terapias, los funcionarios que vigilan los módulos están poniéndose el traje de psicólogos. "Los funcionarios estamos siendo más tratamentales que vigilantes".

Lo repite varias veces en la entrevista por teléfono para hacer llegar el mensaje de la enorme profesionalidad de los funcionarios que cumplen con una misión en la sociedad de "enorme singularidad".

"Es un servicio público esencial y muy singular. Aquí no puede entrar el Ejército a hacer nuestro trabajo. Nosotros conocemos a los internos, tenemos un plus de empatía con ellos, de habilidades sociales que se aprenden a diario para que no se generen problemas", añade.

Ahora más si cabe los funcionarios practican la mano izquierda con más sensibilidad. "Antes contábamos hasta tres y ahora lo hacemos hasta 10 o 12", relata Iñaki, que cuenta que en una cárcel hay que saber con quién tratas y, para ello, es inevitable, tener cierta cercanía con los reclusos de tu módulo porque "no todos son iguales".

"Los hay que pueden aprovechar esto para alborotar porque tienen condenas largas y ven que no tienen nada que perder, y los hay que solo quieren hablar contigo", dice.

Hay otros reclusos que lloran porque están preocupados por sus familias. "Los funcionarios estamos llamando a esposas, hijos o amigos para decirles que están bien", aunque pronto lo harán ellos mismos porque se les incluirá una partida adicional de cinco euros a quien no disponga de dinero en su cuenta.

Pero que nadie se engañe, dice Iñaki, una cárcel, "antes y ahora", es un lugar donde convive una población heterogénea que tiene altercados de convivencia, deudas, rencillas...

Y si alguien se pregunta cómo de protegidos están frente al coronavirus los reclusos, Iñaki no tiene la menor duda: "Aquí están muy muy seguros y muy muy bien cuidados".