Los niños romanos recibían nueces y figuritas de cera y terracota en la celebración de la Figlinaria, el último día de las Saturnales, la gran fiesta del solsticio de invierno en Roma, muchas de cuyas tradiciones perviven aún en la Navidad actual, como ocurre con los regalos a los más pequeños en la festividad de los Reyes Magos.

De hecho aunque la Navidad está dedicada a recordar el nacimiento de Jesucristo, se cree que en realidad nació en torno al mes de abril y que la primera iglesia cristiana decidió situar su llegada al mundo en diciembre para hacerle «heredero de toda esa amplísima tradición de siglos» que relaciona a la divinidad con el solsticio de invierno, como ocurría en la civilización romana con las fiestas en honor de Saturno, el dios bueno que propició la paz y la bondad entre los hombres.

La historiadora Pilar Caldera, conservadora del Museo Nacional de Arte Romano y experta en tradiciones, mentalidad y forma de vivir en la Antigua a Roma, explica que el último día de esta fiesta de Saturnales fue dedicado especialmente a los niños, como ocurre en España con la fiesta de Navidad y la celebración de los Reyes Magos.

Ese día tenía el nombre de Figlinaria por las figuritas de cera y terracota que se regalaban a los más pequeños y que también se entregaban entre los adultos de forma más o menos sorpresiva, al igual que se hace en la actualidad con el amigo invisible.

Los adultos recibían así estos regalos poco costosos pero cargados de un gran simbolismo durante Saturnalia, además de otros más caros, como piezas de plata, o la sportula, una canasta llena de comestibles en una tradición que recuerda a nuestras cestas de Navidad.

Con respecto a los niños, Pilar Caldera recuerda el gran protagonismo que estos tenían en los banquetes y las celebraciones privadas y familiares de las fiestas en honor a Saturno, algo que no solía ser habitual el resto del año.

Los pequeños en estas fiestas, que se celebraban en el Imperio Romano del 17 al 23 de diciembre, debían recibir de sus mayores nueces, con las que solían jugar y que eran el símbolo de la infancia en Roma hasta tal punto de que el paso a la adolescencia se denominaba 'relinque nuces' (abandona nueces).

Además, en el último día de la Saturnalia, el dedicado a ellos, sus padres, sus abuelos o sus nodrizas les regalaban figuritas de cera, que luego quemaban en los lararios en honor a Saturno, como hacen los adultos, y de terracota, que podían representar a mujeres adultas, pájaros o animales y que en algunos casos eran silbatos que funcionaban con agua.

La historiadora emeritense recuerda que los niños, pero especialmente las niñas romanas, solían guardar sus regalos de Saturnalia hasta tal punto de que algunas de estas figuritas de terracota, que son como sus muñecas, han aparecido en algunas sepulturas de mujeres que murieron jóvenes como símbolo de virginidad y de no haber llegado al matrimonio.

También existían en la Antigua Roma las muñecas articuladas de hueso, como la descubierta en Ontur (Albacete), una «auténtica maravilla» de la arqueología hispana, y otras similares a las marionetas actuales.

Era muy habitual, según Pilar Caldera, que se viese a los animales domésticos como compañeros de juegos de los niños y entre ellos los pájaros eran considerados muy adecuados para las niñas, por lo que había grandes pajareras en los peristilos de las casas.

Igualmente, los pequeños romanos solían jugar con algo parecido a lo que son las canicas actuales y a las tabas, que simbolizaban también a la infancia.

Para Caldera, los juguetes tenían tanta importancia simbólica en la niñez de los romanos, que los varones los entregaban a los dioses como ofrenda el día que tomaban la toga viril, igual que la 'bulla' o amuleto que llevaban antes de ingresar oficialmente en el mundo de los adultos.