La integración real es para ellos una quimera. Las actividades que prefieren son aquellas que «hacen familia», la que les vincula «a un grupo de pertenencia» -el deporte, un paseo por la playa, una tarde de cine...-, pero las realizan entre ellos y con los educadores o trabajadores sociales de los centros que les atienden. Solo en algunos casos y con algunos educadores. Nadie ajeno al sistema de protección de menores se les acerca. Les llaman menas (migrantes extranjeros no acompañados), un término jurídico que se ha convertido en su calificativo negativo, en una palabra que les despretigia y les señalan con el dedo. Y con ese término se esfuma la cruda realidad que les acompaña: la huida de situaciones extremas como la pobreza, el maltrato, la guerra o la trata.

Desde las entidades sociales que trabajan con la infancia migrante -el Centro de Acogida a Refigiados (CAR), la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y Unicef, entre otros- recalcan que «primero son menores y luego, extranjeros», algo que «parece que se haya olvidado». «Los niños y las niñas tienen derechos por el simple hecho de serlo, pero con los mena se vulneran de forma constante. No se les puede señalar como criminales porque no lo son. No se puede utilizar el término mena como algo despectivo, peligroso». Esta idea es generalizada en unas entidades que ven con pavor como crece el discurso de odio. Y luego está el dato de cuántos son. Los menores sin referencias familiares tan solo suponen el 0,02 % de la población total nacional. Ni hay invasión ni se espera. Hay niños solos en una política orientada al retorno del menor a su país de origen, bien con su familia o bien en un centro de acogida.

Educadores sociales como Carlos Falcó -que ha trabajado durante 11 años en centro Tàndem, de San Juan de Dios con migrantes que salen del sistema de tutela al cumplir los 18 años- asegura que estos jóvenes se sienten excluidos y señalados. Sienten el mensaje racista y xenófobo sobre ellos y reivindica la necesidad de «desmontar los bulos» que les roden y que van a más. Las informaciones falsas que los señalan como delincuentes sin serlo, que los criminalizan con datos inventados que calan en la sociedad y los apartan de la integración real y de un proyecto de vida. «Nos podemos referir a ellos como niños solos, niños no acompañados porque las niñas casi no llegan al sistema. Ellas se quedan por el camino víctimas de tratas y de absolutas barbaridades. Ellos, en la gran mayoría de casos, llegan como adolescentes sin referentes familiares a los 16 años pero son niños de la calle desde los 11 o incluso antes. Suelen ser los pequeños de la familia. Magrebíes y subsaharianos sobre todo, pero no los únicos. Han roto con todo y por obligación. Sin familia, sin amigos, sin estudios, sin formación... Sus relaciones son con los compañeros del centro en el que conviven. ¿Sus sueños? Los mismos que los de cualquier adolescente de su edad valenciano de pura cepa, pero en una situación bien diferente», asegura.

Falcó recalca que son menores. Lo repite. Insiste. Y es que parece que nadie lo tenga en cuenta en una campaña política que los ha criminalizado y los sitúa en el punto de mira. Las consecuencias no se han hecho esperar. Centros que no pueden abrir las ventanas para evitar ser apedreados o niños sin referencia familiar que han sido agredidos. La sociedad les aparta y no quiere saber nada de ellos. Si la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas abre un centro o lo pretende, surgen protestas vecinales lideradas por los propios partidos políticos mientras los bulos corren como la pólvora.

Datos y fuentes

Así que Levante-EMV desmonta algunos de estos bulos. De entrada ni son ni delincuentes ni violadores y eso es fácil de demostrar con datos del INE. En 2017, un 77 por ciento de los imputados por delito sexual eran españoles.

Para continuar, tampoco reciben dinero, ni sueldo ni paga. Los tutelados son menores de edad y no tienen ayudas directas, pero sí tienen cubiertas todas sus necesidades básicas. Como mucho, y solo en algunas autonomías, los menores reciben una «ayuda para el ocio» que ronda los 10 euros semanales.

Los centros de menores especializados no cuentan a menudo con suficientes medios para asegurarles una asistencia digna y la desprotección cuando alcanzan la mayoría de edad es total. Desde Unicef alertan de que es «creciente el número de niños y niñas que cada día abandonan los centros solos o de las mano de las mafias de traficantes. Nadie les dice si conseguirán papeles y ante instalaciones hacinadas se marchan, desprotegidos y de nuevo, solos». Viajan solos, viven solos y, entre los 14 y 17 años, se han convertido en el enemigo para muchos españoles.