El torero caravaqueño Antonio López, ‘El Rubio’, pone fin a su etapa como matador de toros esta tarde en el centenario coso taurino Alcalde Pepe Navarro de Cehegín, y lo hace acompañado de Antonio Puerta y David Fernández, dos toreros de la localidad que acoge el festejo y que buscan abrirse un hueco en este difícil mundo.

El torero afronta esta despedida con ilusión. «Era algo que tenía más que meditado y en mente desde hace un tiempo», dice, y, en este sentido, explica que «se han dado las circustancias y, por suerte, ha podido pasar. No todos los toreros tienen la oportunidad de despedirse y retirarse toreando», valora el diestro.

Aunque nunca ha dejado de entrenar en el silencio de un salón o en el campo, siempre preparando su cuerpo y mente para recibir esa llamada que le haría volver a vestirse de luces, el torero caravaqueño destaca que ésta faena es «un reto» para el, «ya que llevo varios sin años sin torear», puntualiza. «Necesitas estar preparado física y mentalmente como si fuera para torear una temporada entera», añade. Y en cuanto a despedirse en ‘casa’, con su público, El Rubio explica que «cuando sale el toro, nadie conoce a nadie y la gente quiere que estés a la altura del mejor, ya que han pagado una entrada y quieren ver la mejor versión de tu toreo».

El torero caravaqueño hace en estos días repaso de sus 22 años de profesión. Era apenas un niño de 13 años cuando se vistió por primera vez de corto para pisar un albero. «La gente muchas veces me pregunta que cuánto tiempo llevo toreando y se impacta porque piensan que soy muy joven para llevar tantos años», recalca. Y es que con apenas 19 tomó la alternativa, precisamente también un 14 de septiembre y en el mismo coso donde se despedirá esta tarde. «De todo, hoy me quedó con eso, el haber podido hacer de mi gran sueño una profesión», sentencia.

Aunque mucha gente lo desconoce, El Rubio fue alumno primero de la Escuela de Hellín y, posteriormente, ingreso en la Escuela de Murcia, donde siguió su proceso de aprendizaje. En este sentido, señala que los nuevos aprendices «son la base para que el futuro de la fiesta no se pierda, pero por desgracia las escuelas taurinas son públicas y dependen de las administraciones, y todos sabemos que algunos políticos apuestan muy poco por el toreo...», lamenta, recordando que «hay muchas escuelas que se están cerrando: «El día que nos quedemos sin ellas peligrará el mundo del toreo. Las administraciones deberían apoyarnos más».

En su época como novillero consiguió hacerse un nombre y un hueco en muchos pueblos de la comunidad de Madrid, donde cada tarde se acartelan ganaderías muy duras ante las que hay que demostrar no solo la valentía, sino también el bagaje de una profesión. También recorrió Aragón y la Comunidad Valenciana, aunque rememora especialmente de sus faenas en la capital: «Recuerdo los triunfos de Madrid con mucho orgullo porque allí las corridas eran muy complicadas y te enfrentabas en tu época de novillero a auténticos toros. Allí es donde de verdad valoran los esfuerzos de los toreros que tienen algo que decir».

El teléfono deja de sonar

Pero un buen día el teléfono deja de sonar. «Lo peor es cuando dejas de torear y ves que los triunfos que has tenido en las plazas, donde incluso has derramado sangre, no sirven para nada», lamenta. Y es que no todo han sido tardes de gloria, también ha habido cornadas que hoy todavía duelen. Se retira con siete heridas por asta de toro, dos de ellas muy graves, una en Castellón como novillero y otra como matador en Yecla: «Son cosas de la profesión, y a la vez que vienen los triunfos vienen las cornadas, no lo puedes evitar».