La ablación sigue siendo una amenaza en un mundo donde al menos 200 millones de niñas y mujeres han sufrido alguna forma de mutilación genital, principalmente en 29 países de África y Oriente Próximo. La lista crece cada año con unos tres millones de mujeres más, víctimas que pueden ver lastrado su desarrollo físico y psicológico de por vida.

Aunque la eliminación de esta práctica se encuentra entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), se prevé que para 2030 el número de víctimas anuales no deje de crecer y llegue incluso a los 4,5 millones. La prevalencia de la mutilación entre niñas y mujeres de 15 y 49 años alcanza el 98 por ciento en Somalia, el 97 por ciento en Guinea, el 93 por ciento en Yibuti y el 87 por ciento en Egipto, según la ONU.

Las niñas menores de 14 años representan a 44 millones del total global, con los niveles más preocupantes en Malí (73 por ciento), Gambia (56 por ciento), Mauritania (54 por ciento) e Indonesia (49 por ciento). No en vano, es precisamente en las primeras fases de la pubertad cuando suelen darse este tipo de prácticas.

Hemorragias, quistes, infecciones e infertilidad, así como complicaciones al dar a luz, figuran entre los efectos secundarios de una práctica que a ojos de numerosas familias sigue siendo un motivo de fiesta y orgullo. De hecho, en muchos casos son las propias niñas quienes asumen e incluso reclaman pasar por este trance, un paso necesario hacia una vida adulta que suele llegar antes de tiempo.

La mutilación genital conlleva matrimonios forzosos, embarazos prematuros y abandono escolar. También deriva en graves daños psicológicos como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático o escasa autoestima, entre otros efectos, ha alertado la ONG Ayuda en Acción, que desde 1985 trabaja en Kenia.

En Kenia, pese a una teórica prohibición, la prevalencia de la ablación es del 21 por ciento en el caso de niñas y mujeres de entre 15 y 49 años y del 3 por ciento entre menores de 14 años. Sin embargo, gracias al trabajo conjunto de Ayuda en Acción y la Fundación Kirira, en zonas remotas del norte como Tharaka la mutilación genital está prácticamente erradicada y en otras como Tangulbei y Abakuria ha caido notablemente.

Ambas organizaciones colaboran con casas de acogida para las jóvenes que "huyen" y campañas de sensibilización, ha explicado a Europa Press la directora de relaciones institucionales de Europa Press, Marta Marañón. Entre las iniciativas también se incluye el reparto de kits antiablación, una especie de "contrafiesta" con regalos que van desde ropa y mochilas a productos de higiene íntima.

La educación, una herramienta indispensable

La educación es una herramienta potente para dar la vuelta a una sociedad y una tradición que cala en la mentalidad de las propias niñas desde su primera infancia. "El reto que tenemos son las niñas que deciden por sí mismas que quieren ser mutiladas", cuenta Mary, una profesora que lucha por cambiar el actual paradigma alertando de que la mutilación deriva en la mayoría de los casos en abandono escolar. "Dicen que ya son adultas para poder casarse", asegura a la ONG.

Para muchas este movimiento llega tarde, pero también con su relato quieren despertar conciencias. Es el caso de Lucy, que recuerda cómo un hombre mayor llegó a su casa y "prometió cuidar de ella", siendo aún una niña. "No había nadie conmigo y nadie me advirtió de los peligros de la mutilación. Yo recuerdo que sufrí mucho", relata, al hablar de un punto de inflexión que dio paso también al matrimonio.

Marañón incide en este desconocimiento y advierte de que "las niñas no saben a lo que se enfrentan", sobre todo si van "de las manos de sus madres" y porque así lo ha decidido un clan de ancianos. Muchas comunidades, agrega, "no son ni siquiera conscientes que en otras zonas puede haber mujeres que no se sometan a la ablación".

La mutilación casi le cuesta la vida

Joyce, de 16 años, está ahora "profundamente arrepentida" de una mutilación que casi le cuesta la vida, ya que le produjo una hemorragia de la que se sobrepuso a duras penas. "Yo decidí mutilarme y por eso puedo decir que cometí un error", asegura esta joven que ahora se siente "culpable" cuando en clase alguien habla en contra de la ablación.

Con perspectiva, Joyce se ha dado cuenta de que la comunidad no es nadie para decidir sobre su vida y ahora busca concienciar a otros para que no pasen lo mismo que ella. Muchas familias se plantean decir 'no' a la ablación y proteger a sus hijas, con las mujeres liderando este movimiento y hablando de sus propias experiencias.

Son las propias víctimas "las que mejor testimonio pueden dar de que la educación es un camino de oportunidades", explica Marañón, que admite la dificultad de combatir una práctica que, para muchas niñas, es "la manera de ser aceptadas e integradas" en sociedad.

"Yo era una niña como ellas y gracias al apoyo que recibí, evité ser mutilada y he llegado a ser profesora", cuenta Wan, que enseña a su alumnas a decir 'no'. Por su parte, Miriam, de 18 años, forma parte de un club escolar en el que hablan de los efectos de la mutilación: "Les decimos que tienen que animar a sus hijas a que estudien. Se está haciendo un buen trabajo porque ahora los casos son mínimos".

Marta Marañón recuerda la importancia de financiar las campañas de sensibilización y los trabajos en pro de la educación, ya que admite que no siempre estos programas son 'atractivos' para quienes los ven "intangibles" en términos de resultados. Sin embargo, a largo plazo la educación es la "mejor herramienta para romper la desigualdad".