La vida de José Aguilera cambió radicalmente hace dos años, cuando un día notó que sus piernas no respondían al tratar de moverlas. Desde entonces, este jubilado de 65 años depende de una silla de ruedas eléctrica de 50 kilos, que también le ha condenado a depender de la buena voluntad de familiares o vecinos por culpa del acceso a su portal, que, a pesar de que fue reformado hace pocos años, no se adaptó para personas con movilidad reducida.

«No puedo ni subir ni bajar, porque me tienen que llevar a mí con la silla. Mi hermano, que era el que me ayudaba, se dio un golpe en el pie y ahora no puede salir de casa». Aguilera explica su problema ante el portal del edificio donde vive, en el número 2 de la calle Agapito Llobet de Vila, junto al Parc de la Pau. Acaba de pasar dos noches durmiendo en un cajero en la cercana avenida Isidor Macabich y asegura que ya se ha visto obligado a pernoctar otras veces en la calle al no encontrar ayuda para superar las barreras arquitectónicas.

El portal donde vive Aguilera se encuentra separado de la acera de la calle por un escalón de más de un palmo de altura. Éste es solo el primer obstáculo que debe superar, ya que después se encuentran otros dos antes de acceder a la puerta.

«He hablado con el presidente, pero él me dice que le han denegado el permiso para poner una rampa», explica. Aguilera no forma parte de la comunidad de propietarios, porque su familia siempre vivió de alquiler en este piso desde que llegaron hace 60 años procedentes de Lanjarón, un pueblo de Granada.

«Yo iba al colegio Portal Nou y he trabajado toda la vida en la construcción, hasta que empecé a tener problemas médicos», recuerda. Una vez muertos sus padres, Aguilera conserva seis hermanos en la isla, pero sólo uno, el que ahora está lesionado, puede ayudarle. «Los otros son muy mayores», aclara.

Además, cuenta que los vecinos con los que tenía relación ya han muerto. Cuando se le pregunta por los administradores de la finca, también aduce que han fallecido. Admite que él no es «muy de letras» y le cuesta pronunciar y desarrollar una explicación.

Ayuda domiciliaria

¿Y los vecinos? «A veces me suben y a veces no, ya nadie quiere porque están cansados», se resigna. «Hay una chica que sí que me baja, pero a veces no está. Llamo a esta vecina cuando quiero salir de casa y a veces le doy cinco euros o le invito a café».

Su rutina diaria se limita a ir a comer en el comedor del centro de para mayores de la Llar Ibiza, justo al lado de su casa. Después, pasa el día en el parque y espera a que alguien le ayude a subir al portal. En caso contrario, se dirige con su silla hasta el cajero más cercano para dormir, como en sus dos últimas noches.

Desde el Ayuntamiento de Ibiza se ha precisado que, desde el pasado mes de agosto, el caso de José Aguilera fue derivado a sus servicios sociales. Sin embargo, el jubilado habría rechazado la asistencia domiciliaria que se le ha ofrecido, según el Consistorio.