Un libro sobre inteligencia artificial, ¿es la gran desconocida?

La inteligencia artificial es el motor de la próxima revolución industrial, junto con la robótica y la biotecnología. Ha venido para quedarse y ya está en nuestro día a día. Nos acompaña desde el momento en el que nos levantamos hasta que nos acostamos. Es una realidad.

Un ejemplo.

En el momento en que nos levantamos y encendemos el móvil ya está presente. Si utilizamos la aplicación maps para llevar a algún sitio, la inteligencia artificial nos sugiere el camino más corto; en las búsquedas de Internet es capaz de autocompletar la frase sobre la que buscamos información. En la televisión, nos recomienda la próxima película que podemos ver según las que ya hemos visto. Hasta las cámaras de las autopistas son inteligentes y son capaces de detectar varios coches y determinar dónde se encuentran los atascos.

¿Cómo cambiará nuestro mundo?

Entramos en una fase de grandes cambios. Esto se debe a tres factores. En primer lugar, ha mejorado el nivel de computación y las máquinas cada vez son más listas. Por otro lado, aumenta la cantidad de datos. Por ejemplo, cada minuto en internet se mandan 200 millones de correos. El último de los factores que propician el cambio es la capacidad de programar ordenadores con algoritmos más sofisticados. Gracias a todo esto, podremos pasar al siguiente nivel: el aprendizaje profundo.

¿Qué significa?

Permitirá a las máquinas detectar cosas que el ser humano nunca podría hacer. Se podrán encontrar patrones muy difíciles de descubrir por el cerebro, por más que lo intente. Esto afectará a muchos niveles, tanto financieros como en el ámbito turístico o el sanitario. En mi libro doy ejemplos de cómo se puede trabajar con la inteligencia artificial para hacer el bien. Hablamos de erradicar pandemias o ayudar en terremotos, por ejemplo. Esto es sólo el principio.

¿Su traducción en el ámbito cotidiano?

Esta nueva ola de inteligencia artificial ya está aquí en la capacidad de los chatbots (programas capaces de mantener una conversación fluida con los usuarios). Ellos ya tienen una interacción más humana. Pueden hacer una llamada y expresarse como lo haría una persona: pedir una mesa en un restaurante o una cita en la peluquería sin que nadie detecte que son un robot. Han conseguido pasar el test de Turing, una prueba que muestra la habilidad de una máquina para comportarse de forma inteligente, similar a como lo haría un humano.

¿Los altavoces inteligentes para el hogar (Google Home o Amazon Echo) son el principio de esta nueva realidad?

Estos asistentes son la primera generación. La segunda generación vendrá con un modelo de interacción que les permitirá tener un contacto más humano y emocional. Serán capaces de entender cómo nos sentimos, observar qué necesitamos. De esta manera, sabrán si estamos tristes o aburridos para hacer algo al respecto.

¿Podrá la inteligencia artificial curar enfermedades como el cáncer?

Acabamos de empezar. La AI se centra, por ahora, en encontrar patrones. En el ámbito de la medicina, busca dentro de una radiografía elementos indicativos de un cáncer humano. Unos indicios que el humano no podría detectar.

¿Y se cargará puestos de trabajo?

Traerá cambios. La inteligencia artificial reemplazará tareas, no trabajos. Pero traerá otros nuevos: el 40% de los trabajos que habrá en 2030 no existen hoy. Las tareas a reemplazar son aquellas mecánicas, al igual que ocurrió durante la Revolución Industrial. El valor de los humanos estará en otros campos como la creatividad, el pensamiento crítico o el liderazgo.

¿Qué profesiones resistirán?

Las profesiones estrellas del futuro serán las relacionadas con trabajos sociales, terapéuticos o psicológicos. En el sector sanitario, más allá de que la tecnología pueda leer una radiografía como ocurría en el ejemplo anterior, la labor del radiólogo siempre será necesaria para hablar con las familias o pedir otras pruebas. Las humanidades también volverán a tomar protagonismo y serán importantes los sociólogos o los antropólogos. Estaremos más centrados en saber por qué hacemos las cosas que en el hecho de hacerlas.

¿Y los periodistas?

También serán necesarios. Deben estar en el lugar adecuado para transmitir historias. Eso no lo puede hacer un robot.

Según cuenta en su libro, también habrá cambios en el fútbol, ¿por qué?

Hasta ahora disponíamos de las estadísticas básicas de cada jugador. Las mismas que podía ver un entrenador o los ojeadores. Ahora, con la capacidad de sensorizar un partido, podemos ver, en tiempo real, cosas que el ojo humano no puede ver. Se pueden encontrar patrones de juego para crear oportunidades y definir nuevas estrategias. No reemplazará el trabajo de los técnicos, pero les ayudará.

En su obra explica que a veces le dan ganas de «bajarse de Internet», ¿por qué?

Yo también siento el sesgo sobre el tipo de información que consumo, pero es muy importante volver a conectar con lo que nos hace humanos. Con nosotros mismos. No se trata de volver a ponernos en el centro del mundo, sino saber qué rol vamos a adoptar ahora. Para esto hay que saber cómo acercarse a la tecnología y cómo usarla.

¿Y cómo se hace eso?

El ser humano tienen la capacidad de decidir siempre qué hacer. Se relaciona la inteligencia artificial con Star Wars o con humanoides, pero detrás de los asistentes personales no hay un robot sentado contestando nuestras preguntas. Es un ordenador que ha sido programado por un humano. Los ordenadores no serán más inteligentes que el humano, al menos en nuestra generación. El trabajo con la inteligencia artificial es el más sexy del siglo XXI: se están fichando a ingenieros como se fichan a jugadores de fútbol.

Sin embargo, son muchos los detractores de la inteligencia artificial... ¿Atenta contra nuestra intimidad?

Los datos son la fuente de la que se nutren las máquinas. De la misma manera que un niño aprende con lo que lee o lo que ve. Estos datos son esenciales, son nuestra alma digital. Saben de nosotros más de lo que sabemos de nosotros mismos. En los últimos años se debate de quién son estos datos o sobre su privacidad.

¿Y entonces?

Lo ideal es poder tener una relación con Internet como la tenemos con el médico, que le confiamos nuestros datos y le contamos nuestras cosas con la confianza de que no va a salir de ahí. La nueva Ley de Protección de Datos de la Unión Europea permite dos cosas. Por un lado, habrá una mayor transparencia y, por otro, un mayor control. Los casos de filtración de datos de los últimos tiempos han tenido un efecto casi inmediato.

¿Cómo evitamos que se repitan casos de filtración de datos como el de Facebook y Cambridge Analytica?

La sociedad cada vez exige más transparencia y la nueva regulación europea es un buen paso en esta dirección. Todos hemos recibido millones de correos en los que las compañías nos piden permiso para utilizar nuestros datos.

Otro de los miedos de la era de la inteligencia artificial: ¿Puede sesgar nuestras opiniones al mostrarnos sólo aquello afín a nuestros intereses?

Esto puede ocurrir, pero nos toca desarrollar nuestro propio sentido común, crear una separación entre la tecnología y nosotros mismos. Es algo que lleva tiempo, pero los bulos siempre han existido, aunque ahora se manifiesten a mayor escala.

¿Cómo se les puede enseñar ética a los sistemas de inteligencia artificial?

Los valores éticos o morales se pueden codificar. El problema no es ese. El problema es que la sociedad llegue a un acuerdo sobre cómo gestionarlo. Las máquinas empezarán a deducir ciertas cosas por nosotros y tendremos que pensar qué es justo y ético. Por ejemplo, cuando una máquina conduzca un coche y se vaya a producir un accidente, tendrá que decidir si salva a las personas que lleva dentro del vehículo o a un ciclista que circula por la calle. Hay que codificar las pautas que decidan esto. En la actualidad, nuestra capacidad de perdón es mayor si el error lo comete un humano a si el fallo procede de una máquina.

¿Las maquinas pueden estar programadas con las ideas y perjuicios de sus creadores?

Sí, pero parte de la regulación ya se ha hecho y habrá más regulaciones en temas de ética en los próximos años. Un ejemplo reciente es el de Microsoft, que sacó un bot que leía datos muy sesgados y tuvieron que apagarlo porque se convirtió en antisemita, misógino y homófobo. Las máquinas tienen que aprender de los humanos. Cuanto más avancemos nosotros, más lo harán ellas.

Llevamos años hablando del Internet de las cosas, pero la cafetera, de momento, no prepara el café sola y la nevera no nos avisa de que queda poca leche, ¿qué falta para llegar ahí?

Ya estamos ahí. Lo estamos desde el momento en que la televisión, los relojes o los teléfonos son inteligentes; es decir, están conectados a Internet. Son capaces de hacer cosas cuando estamos dormidos, como actualizarse o descargar una serie. Sin embargo, lo que está faltando hoy es que hablen entre ellos. Es un problema de interoperabilidad, porque el mercado se tiene que poner de acuerdo para que hablen entre ellos y se conecten. Veremos más aparatos inteligentes conforme se abaraten los componentes electrónicos y aumenten los acuerdos comerciales entre las diferentes marcas. Pero hoy ya vivimos esa realidad: gran parte del tráfico de Internet, en torno al 40 por ciento, procede de máquinas. No son búsquedas humanas.

Pedro Duque, ministro de Ciencia, ¿qué le parece?

Me parece muy bueno que tengamos un astronauta como ministro. Me parece bien que le demos una significación única al mundo de la ciencia. En España se hace muy bien ciencia. Somos el séptimo país en el mundo en desarrollo de inteligencia artificial. El reto ahora es convertir esta ciencia en impacto, en emprendeduría. Crear una capa de empresas que nutra el ecosistema en España.

Uno de los capítulos de su libro se titula ¿Te da miedo la IA?

Las cosas que nos apasionan a veces también nos generan miedo. Hay que entender que la decisión del mundo que queremos está en nuestras manos. Nada más.