La mujer es un hombre mal engendrado. Así se las gastaba Aristóteles con sentencias como esta que han impregnado nuestra mentalidad durante siglos siguiendo la pauta de subordinar las féminas al varón para presentarlas como meras reproductoras con la responsabilidad añadida de cuidar y criar a los hijos pero alejadas de los círculos emisores del conocimiento porque, como se suponía incluso en el siglo XIX, «el estudio aumenta el cerebro, disminuye los ovarios y mengua por lo tanto la fertilidad». Como corolario, las mujeres hasta han sido excluidas de los ensayos clínicos para probar medicamentos o han sufrido una marginación sistemática en el reparto de todo tipo de galardones, incluido el Nobel, denuncia Eulalia Pérez Sedeño, directora del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del Centro Superior de Investigaciones Científica (CSIC), coautora con la psicóloga Silvia García Dauder de Las mentiras científicas sobre las mujeres (Catarata), un ameno y documentado relato de vergonzosas discriminaciones que han condenado al ostracismo a valiosísimas investigadoras.

«Todo parte de creer la gran mentira de que somos inferiores a los hombres», se rebela Pérez Sedeño, categórica al manifestar que son los prejuicios sexistas los que han mantenido ocultos grandes logros femeninos.

Las mujeres sufren el 'efecto Matilda', inspirado en el evangelio de San Mateo, según el cual «a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene». Los hombres se llevan muchas veces la gloria de las mujeres, lamentan las autoras del libro al poner como primer ejemplo a Jocelyn Bell, la astrofísica norirlandesa descubridora de los pulsares que vio con asombro y resignación cómo le daban en 1974 el Premio Nobel de Física a su director de tesis, Antony Hewish, por su trabajo de investigación. «Encajó con suma elegancia tamaña injusticia», afirma Pérez Sedeño quien en 2015 conoció a Bell cuando el CSIC le otorgó en Madrid la Medalla de Oro para reconocerle por fin haber protagonizado uno de los mayores descubrimientos astronómicos del siglo XX.

Mileva Maric, primera esposa del genio Albert Einstein y brillante científica, tuvo un papel fundamental por la ayuda prestada con sus conocimientos matemáticos a su esposo que también recibió el premio Nobel, pero al igual que otras mujeres inteligentísimas sus méritos fueron silenciados.

Más afortunada fue Marie Curie, cuyo marido Pierre se negó a excluirla del Premio Nobel de Física que la Academia de las Ciencias Sueca les otorgó en 1903. Curie fue la primera mujer en lograrlo gracias al decidido apoyo de su esposo y hasta recibió un segundo Premio Nobel (1911) en Química, algo insólito aún hoy cuando todavía «no se mide con el mismo rasero el trabajo de los hombres y el de las mujeres», subraya García Dauder, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y firme activista en la lucha por desmontar una estructura patriarcal que somete a las mujeres, olvidando que fue Eva y no Adán la que dio el primer paso para el desarrollo de la ciencia al ofrecer, fruto de su curiosidad, la manzana prohibida del paraíso a su pareja.

«La expulsaron por ser curiosa», ironiza García Dauder al recordar que hasta no hace mucho tiempo la ciencia estaba vedada a las mujeres y que grandes pensadores como Darwin las veían como seres de menor variabilidad genética que los machos y por lo tanto mediocres y útiles solo para traer hijos al mundo con un único macho al que se le permite por el contrario copular alegremente con cuantas hembras le apetezcan.

«Parece que nos quieren en casa, castas y recatadas», razona Pérez Sedeño asombrada porque aún parte de la sociedad vea con malos ojos a las mujeres que libremente deciden disfrutar de su sexualidad sin ataduras.

La desatención a la mujer llega al punto de haber sido también excluida de la educación sexual para centrar casi exclusivamente sus conocimientos en la faceta reproductiva. ¿Cómo es posible que la mayoría desconozca los efectos secundarios de la píldora anticonceptiva o de la vacuna del papiloma humano?, se preguntan las dos, convencidas de que hace falta una mejor pedagogía de la salud y más agallas de todos en defensa de los derechos de las mujeres. «Fíjese en que cuando la industria farmacéutica descubre efectos secundarios en medicamentos destinados a hombres los retiran de inmediato mientras que no sucede lo mismo cuando se trata de fármacos femeninos», denuncian.

«Los ensayos clínicos se hacen en su mayoría con hombres para los que incluso se creó la viagra para asegurar su placer sexual. Ahora muchas mujeres reclaman una fórmula similar para ellas ignorando que la pastilla azul no activa el deseo femenino», argumentan. Con ese fármaco, la viagra rosa, sería «la primera vez en la historia que se produce primero la pastilla para inventar después la enfermedad», advierte con sorna García Dauder antes de revelar que no han sido pocas las ocasiones en las que han sido catalogadas como femeninas enfermedades como la histeria o la depresión que no son más que malestares generales sin tratar propios de ciertas épocas. Todo para acreditar la condición del llamado sexo débil que «hoy carece de sentido» por mucho que se empeñen algunos en implantar ahora el neurosexismo que diferencia los cerebros de los hombres de los de las mujeres.

A la mujer de Oscar Wilde le llegaron a extirpar el útero y los ovarios tras ser diagnosticada por un cirujano italiano de una «locura pélvica» cuando lo que realmente sufría era una esclerosis múltiple que le afectaba a la espalda. Murió tras la operación, afirma Pérez Sedeño, decidida a ensalzar uno de los pocos privilegios femeninos: la reproducción.

«Si nosotras no tenemos hijos, la especie se acaba», avisa harta de que la capacidad reproductiva haya sido utilizada para mantener a la mujer subordinada, quebrada, con la pata atada a la cama y centrada únicamente en el cuidado de la prole. Por el contrario, «está más que demostrado que en el mundo animal son muchos los machos que crían a su prole», concluye sin conceder derecho de réplica aunque sin dejar de expresar su reconocimiento a esos hombres que ahora dan sin dudarlo un paso al frente para «estar de nuestro lado» y para acabar con las injusticias sexistas de la sociedad patriarcal aún imperante.