Ya no se prodigaba en la televisión ni en los escenarios (vivía semirretirado de la cosa pública, a la que regresaba para alguna campaña publicitaria o una entrevista esporádicas); para ver a Don Gregorio Sánchez Fernández había que patearse el Centro y acercarse cualquier día al Chinitas, su templo particular, su refugio, especialmente desde la muerte, hace cinco años, de su esposa y gran apoyo, Pepita. Decían sus amigos y parroquianos de allí que Chiquito no fue el mismo desde el fallecimiento de su mujer: "Sólo repetía que quería morirse y volver con ella". Un deseo que, para desgracia del resto, hoy ha podido cumplir al fin. Qué extraño escribir en estos términos, con estas palabras de tristeza y réquiem, sobre una persona que ha llevado tanta carcajada y alegría a tantísima gente.

Termina una vida, la de Don Gregorio Sánchez Fernández, tan abracadabrante, extraña y magnéticamente simpática como cualquiera de sus mejores chistes. Porque, ¿quién se iba a imaginar que un malagueño sexagenario que había sido palmero y cantaor, que había vivido en Japón por cosas del flamenco sería la gran estrella televisiva de los coloridos años 90 españoles? Pero lo fue: nadie que viera aquellas seminales entregas de 'Genio y Figura', el programa presentado por Bertín Osborne y Pepe Carrol, podrá olvidar cómo irrumpió en nuestras vidas aquel señor con camisas de lunares, movimientos estrambóticos, chistes más o menos anodinos pero vestidos asombrosamente... Y, sobre todo, generador de expresiones, hoy, treinta años después, en pleno uso: fistro sexual, diodeno, pecador de la pradera y, sí, torpedo, entre muchas otras. Por no hablar de 'gregorías' como "trabajas menos que el fotógrafo del BOE", "Tiene la nariz tan grande que estornuda y se apuñala" o "Eres más lento que un accidente entre caracoles". Perlas de humor, sí, pero también más allá de la gracia y la carcajada: imaginación pura, de la que sólo surge del más lógico de los absurdos. Reducir su arte al concepto de chiste sería como decir que Groucho Marx era un tipo gracioso.

A los 8 años, este hijo de electricista sevillano y vecino de la Trinidad, sí, de La Calzada de La Trinidad, ya empezó a patearse un buen puñado de tablaos y de tugurios flamencos con el grupo artístico de singular nombre, Los Capullitos Malagueños; con 12 iba de pueblo en pueblo cantando los temas del momento para sacarse unas pesetas para la familia. Porque decir que sus orígenes y su infancia fue "humilde" sería el más cruel de los eufemismos; lo que vivió este hombre fue una existencia de miseria como pocas: "Cantaba que era un fenómeno pero comía muy malamente", aseguraba, "Estuve en el colegio muy poco tiempo. Un día le fui a comprar una barra de pan al maestro y ya no volví más». Había que ganarse la vida como fuera. "Eran tiempos muy malos, pásabamos mucha hambre y nosotros estábamos como locos porque saliera algo para poder salir a ganar algunas perras. Pero te pagaban con un pan. Yo he visto a la gente debajo de los escenarios llorando, estábamos con la guerra... Yo he visto eso, porque yo, menos en comisaría, he trabajado en todos lados", recordó hace unos años en una entrevista con la revista 'Staf'. Curioso comienzo vital para un humorista. O quizás sólo alguien que se las ha visto así de mal sabe perseguir de verdad la risa en cualquier lugar.

Pronto empezó a contar chistes y hacer todo tipo de locuras entre actuaciones para que el público no se aburriera. Unas singulares rutinas que llevó hasta Japón, donde vivió dos años. Cuentan que una vez en Tokio una rata salió al escenario, y que el cantaor Chiquito, así como quien no quiere la cosa, se puso a charlar con ella en español y japonés. Suena gracioso pero el malagueño recordaba con pavor aquella época, "solo, sin Pepita y con los terremotos": dormía con el dinero encima y con un cuchillo al lado de la cama por si alguien intentaba robarle. "Una noche, y esto es verídico, soñé que me robaban y me desperté y cogí el cuchillo y yo mismo me pegué una puñalá en el dedo gordo", recordó Gregorio.

En los años 90, Tomás Summers vio a un señor de sesenta y pocos con camisa de lunares imposibles en plena actuación en Torremolinos: a este bicho había que tráerselo a Madrid. El bicho no tenía muchas ganas de volar en avión (les tenía pánico desde su viaje a Tokio) así que fue en tren. Estaba ya muy mayor para que le dijeran lo que tenía que hacer. Y ahí empezó 'Genio y Figura', y con aquel malagueño de movimientos raros, entre Michael Jackson y un lumbago eterno, el big bang de mucho humor que se practica ahora mismo en nuestro país y todo un fenómeno social de proporciones estratosféricas. Porque, ¿se imaginan que hoy la megaempresa Matutano sacara al mercado unos snacks para gloria y majestad de una persona? Pues lo hizo en los 90 con el malagueño: comercializó los Fistros, un aperitivo cuya bolsa inmortalizaba al humorista (y que, por cierto, incluía los chiquitazos, un juego). ¿A qué humorista español contrataría hoy una cadena de comida rápida para conceptualizar y protagonizar sus spots? Pues una lo hizo con Chiquito.

Llegó a lo más alto, hasta cambiar la forma de hablar de muchos. Desconfíe de alguien que le diga que jamás ha imitado a Chiquito de la Calzada y no ha soltado uno de sus "no puedorr, no puedorr": una de dos, o miente o es alguien que no se merece ser su amigo. Se hacía más de 150 galas al año, y, claro, llegó el dinero. Bastante. Mucho. ¿Qué pensaría el Gregorio niño, que vivió en "una casa cargada de ratas"?

Siempre a su lado, Josefa, Pepita

. En una entrevista con este periódico, Chiquito recordó: «Que un matrimonio dure tanto se consigue con mucho arte y mucho cariño. Ella es cordobesa. La conocí en Córdoba mientras trabajaba en el circo chino de Manolita Chen. Cuando vi a esa mujer en primera fila me dije: ¡Hasta luego Lucas! Ésta ya no se me va». No tuvieron hijos (Pepita sufrió tres abortos), aunque consideraron como tal al manager del humorista, Arturo del Piñal, un joven que le acompañó toda su vida como profesional de la risa y que se llevaba un merecidísimo 20%, decía siempre Chiquito, de todas sus actuaciones.

Pepita falleció hace cinco años, a su lado, como siempre: tuvo una arritmia. «Se murió de repente, de una arrítmica que le dio. Estaba hablando conmigo y de repente empezó a decir que le dolía el pecho, llamé a la ambulancia y cuando llegamos al hospital me dijo el médico que estaba muerta», relató Don Gregorio, entre lágrimas, en su última entrevista, con Bertín Osborne. Llevaban más de cinco décadas juntos. Tanto le impactó a Chiquito la muerte que perdió la memoria. Ni se acordaba ni de su número de teléfono. Los familiares intentaron convencerle de que se fuera a vivir con ellos, pero él prefirió quedarse en su casa, rodeado de los recuerdos de Pepita y de su vida en común. Han sido cinco años de coda, de epílogo, más que de existencia, que seguro se le habrán hecho eternos. Descanse, maestro, y mis saludos a Pepita.