Tras una magnífica charla con un amigo el pasado martes mientras comíamos, salía a colación un comentario que le habían hecho algunos conocidos sobre su manera de afrontar las discusiones€ «eres un bienqueda».

Entonces me paro a pensar y digo: ¡Lo admito!... a mí tampoco me gusta discutir y lo evito a toda costa; claro, por eso mismo en más de una ocasión me ha quedado la esa sensación de ambigüedad; aunque pasados unos segundos, me reafirmo en mi modo de ver la vida.

Por supuesto que tengo mi propio punto de vista sobre todo lo que acontece a mi alrededor y lo expongo, aunque, quizá, por la profesión que ejerzo y que a la vez me aplico, voy más allá sobre el sentido de la discusión o de la naturaleza de las opiniones. En más de una ocasión he escuchado voces discordantes sobre esta forma de ver la vida, ya que muchas personas prejuzgan, para variar, y tienen la razón rotunda sobre ello; la opinión generalizada es que se hace por algo a cambio, pura hipocresía, no cerrarse puertas, cobardía, etc.

Tengo claro lo que pienso y lo que siento, y como digo muchas veces, lo que opinen los demás de mí, no es asunto mío. Cuando doy mi punto de vista sobre cualquier tema y mi interlocutor tiene el suyo en el polo opuesto; no me queda más remedio que comprenderlo y empatizar con él. Una cosa es comprender y otra muy distinta es que piense como él y que cambie mi opinión por no discutir; solamente se trata de entender y tener muy claro que yo llevo mis razones; y que él llevas las suyas.

¿Quién soy yo para decidir cabrearme, enajenarme, o volverme irascible porque alguien opine distinto a mí? ¿Quién soy yo para arremeter contra las personas que ven negro lo que yo veo blanco?

Si puedo evitar una discusión que solamente me lleva a engordar mi vena yugular€ la evitaré; ahora bien, si me buscas para charlar y tratar un tema desde la razón y desde el respeto de opiniones€ me encontrarás.

No sé si soy o no un ´bienqueda´, lo que tengo claro es que con quien tengo que quedar bien es conmigo mismo.