El diestro lorquino Paco Ureña cortó a sendos toros de Victorino Martín las dos últimas orejas de las Corridas Generales de Bilbao de 2015, que finalizaron ayer en una tarde de calor y ritmo plomizos.

El calor se echó a plomo sobre Bilbao en el cierre de sus fiestas, dándole a la última tarde de toros un ritmo cansino, como de siesta, que hizo juego con el apagado comportamiento de la mayoría de los toros de Victorino Martín. Era difícil remontar un ambiente así, a no ser que se pusiera en el empeño todo el tesón y la fe en sí mismo que tuvo siempre Paco Ureña y que le llevó a ser el único espada que inauguró el marcador.

De entre la terna de la tarde, que se repartió por igual aciertos y desaciertos, el torero de Lorca fue quien mejor redondeó con la espada sus largas faenas para ameritar una petición de trofeos que querían premiar más la voluntad de agradar que la brillantez.

Su primero fue uno de los toros más chicos de la feria, sin que nadie lo protestara, además de ser un animal afligido y sin empuje en los riñones. Pero, en vez de abreviar con él, Ureña le echó paciencia al asunto hasta ir acumulando medios pases de buen pulso y creciente limpieza antes de matarlo de una gran estocada.

Ya con la oreja de ese toro en el esportón, el lorquino también se alargó en el tiempo para llevársela del último, al que toreó con mucha suavidad en el recibo de capa. Pero ni el toro, que se fue desentendiendo, ni el torero, que puso más intención que temple, se llegaron a coger el ritmo con la muleta, antes de que otro espadazo, y la concesión de una oreja benévola, pusieran la rúbrica de la feria.

Un duelo de esgrimista

El murciano Rafaelillo entró en la corrida en sustitución de Antonio Ferrera como premio a sus buenas actuaciones de este año con las corridas más duras, como duro fue el victorino con el que hoy abrió plaza. Arisco y áspero, violentándose con genio a cada exigencia de esfuerzo tras los engaños, el animal obligó a Rafaelillo a mantener con él un duelo de esgrimista, en el que el torero supo robarle algún muletazo de mérito.

También fue áspero el basto segundo de su lote, pero de nuevo salió a relucir el buen oficio del murciano para cuajarle, con el bálsamo de la suavidad, dos más que estimables series de naturales. Rafaelillo supo jugar con los tiempos y las distancias para dar contenido a las cortas arrancadas del toro, en la faena más estimable de la tarde pero finalizada con una estocada demasiado trasera que la afeó.

A Manuel Escribano le correspondieron los dos mejores toros de la apagada ´victorinada´, ya que el segundo de la tarde embistió siempre descolgado pero con un paso tan pausado que exigía serenidad para acompasarse y esperar hasta el último momento a que metiera la cara en el engaño. En cambio, el sevillano no llegó nunca a asentarse sobre la arena ni a mantener la suficiente convicción para tirar de un toro bravo que no regaló nada que antes no se le exigiera.