«No soporto que mi novia pase más tiempo mirando su smartphone que disfrutando de mis encantos». La de Juan es una historia poco común. Se diría que en su caso los papeles se han intercambiado, ya que desplazar a la pareja para situarla por detrás de la tecnología suele ser, y con perdón, cosa de hombres. Sin embargo, a veces la naturaleza ofrece experimentos tan interesantes como los que nos expone hoy este lector de la Murcia profunda.

«Mi chiqui, como a mí me gusta llamarla, vive más en la virtualidad que en nuestra casa. Hace pocos días, nos entró a los dos un calentón de los que sólo se pueden apagar echando un buen polvo. ´Vamos, cariño, vamos a la cama que no me aguanto´, me dijo mi novia.

Tiraba de mí como si nos persiguiera un asesino en serie con sierra mecánica, hacha y cuchillo jamonero. A mí me gusta juguetear un poco antes de entrar a matar, pero no había terminado de quitarme los calzoncillos y mi chica ya se había montado a cabalgar, así, a las bravas. ´Sí, sí, sí´, gritaba ella. ´No, no, no´, pensaba yo, que con el mosqueo iba perdiendo fuelle. ´Vamos nene, dale, dale rápido´, me exigía tras cambiar bruscamente de posición para darme el testigo. Yo le daba, sí, aunque reconozco que cada embestida con menos gana. ´Nenico, nenico, no pares, que casi estoy y ya quiero correrme´. Cuando se pone a exigirme con esa voz chillona, como si estuviera en un semáforo provocando una ruidosa caravana€ ¡Es que no la soporto!»

«Ya me la veía yo venir€ Llegó al orgasmo con dos chillidos y sin dejarme acabar se levantó de un saltó y corrió al salón. Lo sabía€ Esa noche tocaba Mentes criminales... Es que la tía no puede quitarse la programación televisiva de la cabeza. Por no hablar del resto de gadgets de los que se rodea... Y es que cuando estamos en la faena, como suene el timbre anunciador de mensaje de guasap ya me puedo olvidar de acabar lo que bien comenzó, porque se lía ella sola a darle al teclado y se pierde en cuatro conversaciones simultáneas de las que siempre termina twitteando algún cotilleo y subiendo a su cuenta de Facebook alguna de esas frases clave que nadie entiende, pero para las que todos terminan dándole al Me gusta por no quedar como el único idiota que no captó el mensaje. Luego toca soportar tres cuartos de hora las tonterías que ha compartido. Y encima, sin recompensa, porque acto seguido se da la vuelta, y a dormir, pues tiene mucho en qué pensar. Sí, yo también me quedo pensando que una muñeca hinchable me haría más caso y me llevaría más a menudo al olimpo del orgasmo».