Personajes del Cortejo

Miguel Ángel Bastida: “Mi tío bisabuelo fundó la Serenata a la Virgen de los Dolores”

Es mayordomo azul, pero también uno de los vicepresidentes del Resucitado del que su abuelo Miguel era muy devoto

Miguel Ángel Bastida Gil, de mayordomo, a las puertas de la iglesia de San Francisco instantes antes de la salida de la Dolorosa, este Viernes de Dolores.

Miguel Ángel Bastida Gil, de mayordomo, a las puertas de la iglesia de San Francisco instantes antes de la salida de la Dolorosa, este Viernes de Dolores. / Pilar Wals

Es Domingo de Resurrección. Los cohetes llaman a la procesión del ‘Palero’ desde bien temprano. La Santísima Virgen de la Encarnación y Asunción abandonaba la antigua colegiata de San Patricio para recorrer los barrios de Santa María y San Juan y, poco después, adentrarse por el Arco de la Cava hasta la Plaza de España donde se encontraba con su hijo, Jesús Resucitado, que partía del mismo templo y con el que procesionaba por la vieja ciudad. “El momento en que Madre e Hijo se encuentran me parece muy emotivo. Me impresiona ver cómo desfilan entre los estandartes de todas las cofradías de Semana Santa”, cuenta Miguel Ángel Bastida Gil, uno de los vicepresidentes de la Archicofradía de Jesús Resucitado y María Santísima de la Encarnación y Asunción y mayordomo de la Hermandad de Labradores, Paso Azul.

El cariño hacia el ‘Palero’ se lo inculcaba su abuelo Miguel Gil, “muy devoto del Señor. Me acuerdo que en días como hoy, Domingo de Resurrección, estaba siempre con el ‘Palero’ en la boca. Procesionaba detrás de él, en dos filas que configuraban los hombres. Un día encontré su carnet de archicofrade y decidí hacerme de la cofradía. Me recibieron con las puertas abiertas y ahí sigo. He salido varios años detrás del trono del Resucitado, con túnica. Ha sido muy bonito. Mi abuelo Miguel Gil, por el que me pusieron mi nombre y también lleva mi hijo, fue el que nos inculcó el respeto y cariño por Jesús Resucitado”. De este día recuerda especialmente las ‘Aleluyas’ que los más pequeños suelen recoger cuando caen de los balcones. “Me gusta guardar algunas que conservo durante todo el año”.

Es azul por tradición familiar, pero también por convicción, como el mismo relata: “Mi abuela Rosario Hernández era bordadora del Paso Azul. Bordó, bajo la dirección de Emiliano Rojo, el estandarte del Guion. Y mi madre, Angelita Gil, era una gran azul, enamorada de la Virgen de los Dolores. Mis primeros recuerdos son entrando en San Francisco de la mano de ella a la misa del Viernes de Dolores. Juntos rezábamos frente a la Madre de todos los azules”.

Por aquel entonces, su abuelo Joaquín Bastida, tenía en la Cuesta de San Francisco, al lado de la Casa del Paso, una caseta de caramelos. “Era como una prolongación de la Casa del Paso Azul, porque los mayordomos llevaban sus túnicas y rosarios para que mi abuelo se los guardara hasta que llegara la procesión. Recuerdo entrar en la caseta y ver túnicas y rosarios por todos lados y alguno que allí mismo se vestía”.

Y el tío de su abuela también tuvo que ver mucho con el Paso Azul. “Mi tío bisabuelo fundó la Serenata a la Virgen de los Dolores. Andrés Hernández, conocido como ‘Andrés la Madre’, era conserje del Paso Azul. Pero también daba clases de guitarra. Tenía una pequeña rondalla. Mi abuela contaba que un día le dijo a sus amigos y alumnos que le acompañaran a la puerta de la iglesia de San Francisco que era el santo de la Virgen de los Dolores y que iban a cantarle. Y ahí comenzó una tradición que reúne cada año a miles de azules en uno de los actos más importantes, porque con la Serenata, el ‘Jueves de Serenata’, comienza la Semana Santa”.

Participa de todos los actos litúrgicos en torno a la Virgen de los Dolores. “Soy mayordomo azul desde niño, pero también pertenezco a la Asociación de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores. Estoy presente en todos los actos en su honor, el Septenario, la misa solemn, la Salve… Esta última es quizás el más solemne. Acudía desde niño con mi padre y mi abuelo y, ahora, lo hago junto a mi hijo Miguel y mi hermano Joaquín. Uno de los recuerdos que guardo con especial cariño fue la primera vez que disfrutaba de la Salve con mi hijo Miguel. Había nacido en octubre y en marzo lo llevaba en brazos a su primer Salve con cinco meses. Fue un momento muy emotivo”, relata.

La Salve le lleva a recordar a sus seres queridos que ya no están, pero también a miembros de la cofradía con los que compartió mayordomía. “Es el acto más importante para los mayordomos azules. En el carrerón rezamos por los difuntos, por los que ya no están entre nosotros. Me acuerdo de mi familia, pero también de muchos azules que he conocido y que han significado mucho para el Paso Azul. Ídolos que hicieron grande a nuestra cofradía y a los que les debemos mucho. La Salve nos une a todos los mayordomos y nos refuerza como azules todo el año, a la vez que nos recuerda que estamos bajo el manto de la Virgen de los Dolores”.

Pertenece a la Comisión del Cristo de la Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo desde sus inicios, habiendo sido portapaso durante dieciocho años. “Solo he faltado a un ensayo y por fuerza mayor, ya que estaba enfermo. A pesar de ello, estuve cada minuto preocupado de cómo habría ido el ensayo. El calendario de mi consulta de psicología, abierta en Lorca, pero también en Caravaca, se ajusta a los ensayos. A veces, tengo que hacer encaje de bolillos para acudir a tiempo, haciendo jornadas maratonianas, pero todo –siempre- por el Paso Azul”.

Y durante cinco años alternó su hombro bajo el varal del Cristo de la Coronación de Espinas con el del trono de la Santísima Virgen de los Dolores. “Los lunes ensayaba con el trono de la Dolorosa y los jueves con el Cristo de la Coronación. No me convalidaron los ensayos [ríe]. Desde que era un adolescente y veía la procesión desde el palco soñaba con sacar una imagen de Cristo en el cortejo religioso. Y cuando me enteré que se iba a incorporar un conjunto escultórico como el de la Coronación de inmediato apoyé la iniciativa. Seguí todo el proceso a través de fotografías que nos facilitaban, fue muy emocionante”, rememora.

Aún recuerda con ilusión la llegada de las esculturas a la ciudad. “Era domingo, domingo 11 de marzo de 2001. Llegó a San Francisco por la tarde y tuve el privilegio de estar esperándolas. Cuando las bajaron precisaron ayuda y fui uno de los que portó al Cristo. Fue emocionante. Y el año pasado, cuando estrené la túnica de mayordomo, participé de la procesión siguiéndolo”.

Una de las ilusiones más grandes que de siempre ha tenido era contar con una túnica propia. “Nunca había salido como mayordomo con túnica. Quería hacerlo con la mía. Me hacía mucha ilusión, como también, que fuera mi hermano Joaquín, director artístico del Paso Azul, quien me la diseñara. Y Sacri Manzanares me la bordó magníficamente. La quería sencilla, pero a la vez clásica. Le dejé libertad para diseñarla, pero la quería en consonancia con la época dorada del bordado lorquino. Y acertó de lleno, porque es una preciosidad”.

Tiene dos crucetas. Con una, acompaña al trono de la Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Y con la otra, a la Virgen de los Dolores. “Esta última la diseñé yo. Lleva ángeles y la imagen de la Virgen de los Dolores. La cruceta me la hizo Fernando Marmolejo, hijo, y la pintura José López Gimeno. Es la pintura de una postal de la Virgen que siempre me acompaña desde mi época de estudiante. La cruceta es diferente a todas. Quería que fuera muy especial”.

Vive con intensidad cada instante de la Semana Santa lorquina, pero asegura que quizás con mayor emoción la procesión del Viernes de Dolores. “En la salida me quedo junto al estandarte del Reflejo. Me gusta situarme en un lugar en que pueda ver a la Virgen de los Dolores cruzar el umbral de San Francisco”. Y en la Serenata lo hace como portapasos o desde el interior del templo. “El ‘Jueves de Serenata’ es especial para los azules, porque es cuando empieza todo. Esa noche es única. Fue un gran acierto por parte del que fuera Presidente de Honor del Paso Azul, Juan Carlos Peñarrubia Agius, decidir que la Dolorosa saliera a la puerta de San Francisco. Como portapasos la he sacado algún año. Es impresionante cuando se abren las puertas y en la oscuridad se siente a miles de azules esperando romper el silencio para gritar a la Dolorosa vivas. En los últimos años la disfruto desde el interior, en familia, con mi mujer, mi hijo, mi hermano, mi sobrina… Y cuando los costaleros y los miles de azules que esperan a las puertas le rezan en forma de canto, me rompo por dentro”, concluye.