Personajes del Cortejo

Andrés Meca: “Cuando veo salir a la Virgen de los Dolores con ella van mis ancestros”

El mayordomo azul integra el cortejo del Cristo de la Buena Muerte “el más impresionante de la Semana Santa lorquina”

Andrés Meca Soto, portando la naveta que guarda el incienso de los pequeños braseros suspendidos por cadenas donde se quema, en el cortejo del Cristo de la Buena Muerte, el Viernes Santo.

Andrés Meca Soto, portando la naveta que guarda el incienso de los pequeños braseros suspendidos por cadenas donde se quema, en el cortejo del Cristo de la Buena Muerte, el Viernes Santo. / Pilar Wals

Su destino era ser blanco. Blanco, porque su madre lo era, y en el pacto con su padre, azul, así lo determinaron. Pero también porque llevaba el nombre de su abuelo, Andrés, un blanco muy blanco, por lo que con el nombre parecía obligado el color. Sin embargo, el destino al que hacíamos alusión, a veces resulta un tanto caprichoso. Y decisiones tomadas se tornan contrarias a los principios pactados. “Nacemos con un color, pero es cierto que muchas veces no es el que queremos y cuando tenemos uso de razón decidimos el que nos va a acompañar toda la vida”, cuenta Andrés Mecas Soto, quien aclara que eso no es ser ‘casaca’. “Casaca es cuando eres de un color, lo militas… y un día decides cambiarte de bando”.

Nació blanco por decreto familiar. “Siendo muy pequeño mi abuela Carmen me ponía unos madroños blancos en el pecho en los días de Semana Santa. A mí aquello no me gustaba y cuando tomé conciencia dije que era azul. Y me metí de lleno en el Paso Azul”. De una madre blanca y un padre azul nacían cinco hijos azules. “Mi abuela Carmen, la ‘maestra’, como era conocida en el Paso Azul, mandaba mucho y, sin probablemente premeditarlo, lograba que todos sus nietos tuvieran su color”.

Su abuela Carmen vivía para y por el Paso Azul. “Bordaba y remendaba todo el año. Lo estuvo haciendo hasta los 90 años. Recuerdo que siendo todavía muy niño bajaba a la Casa del Paso que entonces estaba en la Cuesta de San Francisco esquina con la Plaza de Colón. Allí había un pequeño taller. Desde septiembre u octubre mi padre y mis tíos ya estaban preparando los carros para la Semana Santa. Nosotros nos íbamos a ayudarles y nos ponían a limpiar los petos petrales con Sidol”.

Otras veces era la ‘maestra’ la que reclamaba su ayuda. “Mi abuela nos enseñó a coser. Al capuz de los nazarenos se le ponía en el interior un trapito de seda que había que coser y nosotros nos encargábamos de ello. Entonces, eran otros tiempos, no había tantos medios como ahora y se remendaba mucho la ropa del paso. Eran momentos muy duros en la década de los 50 y 60”.

Con doce o trece años, su buena estatura, le permitía comenzar a salir en procesión. “Lo hice de palafrenero, pero también de nazareno y portando estandartes. Y más tarde de mayordomo, pero no como figurante, sino como responsable de un tramo de la procesión en la carrera. Tenías que estar muy al tanto de todo lo que ocurría”. Y mientras, también participaba de los preparativos en la Casa del Paso. “Cuántas madrugadas hemos estado clavando tulipanes en unas tarrinas de barro. Era una labor complicada, porque había que hacerlo con sumo cuidado. La condesa de San Julián pedía los tulipanes a Holanda. Entonces, no era como ahora que las flores se renuevan. Aquellas, debían durar casi toda la Semana Santa, por lo que había que colocarlas lo más cerca posible a la procesión. Estábamos hasta las dos y tres de la madrugada poniendo flores”, relata.

Y en San Francisco, durante las celebraciones religiosas en las que participaba el órgano, se encargaban de hacer funcionar el fuelle. “El órgano funcionaba insuflándole aire. Tiene un fuelle similar al que se utiliza en las fraguas. Nosotros estábamos todo el tiempo moviéndolo para que el órgano pudiera tocar”. Pasó el tiempo y surgieron las ‘Maromas’. “No me dejaban salir de ‘maromero’. Ángel Olcina me dijo que no podía salir que era íntimo amigo de Aureliano Ortega, el diseñador de la Saba del Paso Blanco, y que no debía de hacerlo”.

Pero se empecinó en ello. “Yo le insistí una y otra vez y hasta –por qué no contarlo-, le amenacé con alguna que otra cosa”, ríe. En la nave del Paso Azul se hacía la prueba decisoria. “Acompañé a Ángel Olcina para que el presidente entonces, Cristóbal Alcolea, y el secretario, José Antonio Mula, vieran lo que pretendíamos. Y dijeron que sí, que no estaba mal, pero también insistieron –en contra de mi criterio- que no debía salir por la amistad que me unía a Aureliano”. Y relata cómo se enteraron del estreno que pretendían los blancos. “El error fue del entonces presidente, Agustín Aragón, ‘Litín’, que en tono de sorna dijo en cierto sitio que los azules le habían pedido las ‘maromas’ para sacarlas. Aquello llegó a nuestros oídos y en, cero, coma uno, la ‘factoría’ Olcina estaba preparando las ‘maromas’”.

Se empeñaron en crear algo diferente, más sofisticado. “Ellos utilizaron tres ‘maromas’ y punto, pero nosotros hicimos un entramado de barras y metal que estrenamos antes que ellos. Y participé de él, por encima del criterio de mucha gente. Aureliano lo entendió, pero no muchos otros de su alrededor”. Continuó de ‘maromero’ durante casi una década. Y cuando se estrenó el conjunto escultórico de la Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo se sumó al trono. “Estuve portándolo a hombros durante tres años, pero tuve que dejarlo por prescripción facultativa”.

Y, de nuevo, Ángel Olcina entró en escena. “Me propuso integrar el grupo de las dalmáticas del Cristo Yacente. Porto una naveta, que guarda el incienso de los pequeños braseros suspendidos por cadenas donde se quema, los incensarios. Es uno de los cortejos más impresionantes de la Semana Santa lorquina. El cortejo fúnebre me recuerda por las cruces, las velas, el incienso… a los que salen en la zona de Galicia. Es muy elegante, como también lo es el de la Dolorosa”.

Cada una de las incorporaciones al cortejo, destaca, está refrendado por los estudiosos del paso. “Ellos se encargan de dar consistencia a todo. Esa era arrancaba con Domingo Munuera que fue el primero que investigó sobre las procesiones de Lorca. Creó escuela. Una escuela que ha tenido su continuidad con gente como Sergio Porlán o Adrián Páez. Bucean dando rigor y autenticidad a todo el cortejo del Paso Azul”. Algo que, señala, sorprende a muchos visitantes que acuden a presenciar los Desfiles Bíblico Pasionales. “He tenido algún invitado que no se podía creer que supiésemos de determinados personajes tan poco conocidos”.

La salida de la Dolorosa le emociona, porque “cuando veo salir a la Virgen de los Dolores con ella van mis ancestros. Es un símbolo de la familia Meca. Un sentimiento de mucha fe para nuestros padres, nuestros abuelos… Entonces, todo lo que tenían los ponían a disposición del paso para lograr engrandecerlo”. En su casa todos son azules. “Mi mujer es de fuera, no declara su color, pero salía en el cortejo de la Virgen de los Dolores de nazarena junto a mi cuñada y ayuda a la Comisión de las Flores. Y mis dos hijas, Ana Olga y Marta Ruth, son azules, como también mis tres nietas, Leire, Andrea y Enma. Pero también tengo dos nietos blancos, Pablo y Álvaro”.

Y recuerda algunas anécdotas con sus nietos blancos. “Álvaro se sentaba en mis piernas frente al ordenador y me decía: ‘Abuelo, búscame un vídeo de San Juan’. Y allí estaba el abuelo Andrés buscándole el vídeo o pintándole, cuando me lo pedía, el águila de San Juan. Un azul pintando el ‘pavo’, pero feliz, porque quien se lo pedía era su nieto blanco”. Aunque es azul prepara, “como nadie”, el trigo. “Lo hago como lo cocinaba mi madre. Con cabezas de pescado, sepia, alcachofas… Aunque también me sale muy bien el arroz con pavo. Es la comida familiar de Navidad. Incluso localizábamos a gente que nos criaban los pavos en el campo. En casa soy el cocinero oficial, pero también el jefe de compras y llevo la despensa”.

Entre las anécdotas vividas con los blancos apunta una que ocurrió hace largo tiempo. “Era muy joven y ayudaba a mi cuñado a vender la carrera. Aquel año había logrado venderla entera y suponía unos ingresos extras. Y nos invitó a celebrarlo en el restaurante Cándido, frente al Paso Blanco. Salíamos de Cándido justo cuando el San Juan aparecía en carrera. Estábamos con el mayordomo blanco Joaquín Ruiz Castillo. Este vio que una de las tulipas del San Juan se movía y dijo que las iba a arreglar, pero que le faltaba una tuerca y me pidió que mientras que iba a por ella sostuviese la lámpara. El trono empezó a andar y no podía soltar la tulipa. Fui agarrado todo el trayecto. Muchos se sorprendían al verme. Y más tarde me felicitó el entonces presidente del Paso Blanco, Luis Mora”, concluye.