Personajes del Cortejo

Luis Montiel Camacho: “Portar a la Amargura es un torrente de emociones”

Esta Semana Santa es muy especial porque su hijo, Francisco Montiel Mateo, procesionaba por primera vez en la ‘cloca’

Luis Montiel Camacho con su hijo Francisco Montiel Mateo, de diez meses, dormido en sus brazos por la carrera principal integrando la ‘cloca’ del Paso Blanco.

Luis Montiel Camacho con su hijo Francisco Montiel Mateo, de diez meses, dormido en sus brazos por la carrera principal integrando la ‘cloca’ del Paso Blanco. / Pilar Wals

La ‘cloca’ es el futuro del Paso Blanco, y por ende de la Semana Santa lorquina. Los niños son los mayordomos del mañana. Un futuro inmediato al que no se le puede cerrar las puertas, al que no se le puede decir que no integre un cortejo o procesión, que porte una cruceta, que monte en un caballo, que alumbre con su vela un recorrido por la vieja ciudad… Todo lo contrario, hay que seguir promoviendo su participación y, en ello, juegan un papel principal los padres que, de la mano, deben mostrar esta tan arraigada tradición que aquí se hace también llamar una ‘Pasión diferente’.

Que el relevo generacional está garantizado es una realidad. La tierna imagen de un padre llevando en brazos a su hijo que dormía plácidamente sobre su hombro emocionaba a los que integraban los palcos de la carrera principal de Semana Santa. Los gritos cesaban a su paso en un intento de no turbar el sueño del pequeño de diez meses. Francisco Montiel Mateo se había acomodado en brazos de su padre hasta quedarse dormido, ajeno a lo que sucedía a su alrededor. “No le afectan ni los gritos, ni los tambores, ni las trompetas. A fuerza de venir a los ensayos se ha acostumbrado a dormirse sin ningún problema, todo lo contrario, parece que el bullicio le hace quedarse dormido antes”, cuenta su padre, Luis Montiel Camacho.

El pequeño lucía la túnica blanca de mayordomo del Paso Blanco. Una túnica que a pesar de su diminuto tamaño está repleta de anécdotas e historias que protagonizaban en los últimos meses las dos abuelas del aún bebé, María del Carmen Gallego y Teresa Camacho. “Ellas querían que vistiera en su primer año la túnica de mayordomo y lo han conseguido con no cierto esfuerzo. Tenían interés en ser ellas mismas las que le hicieran su primera túnica en su estreno en la Semana Santa como mayordomo. Se la han bordado en oro”, relata el padre del pequeño, Luis Montiel Camacho.

Lucía la túnica de mayordomo con su padre por la noche en la carrera principal y por la mañana hacía lo propio con la de hebreo junto a su madre, Mar Mateo Gallego. Su padre hacía un esfuerzo, ya que no es habitual verlo procesionar por la carrera principal. A pesar de su juventud lleva largos años encargándose en la Casa del Paso del vestuario de los cientos de figurantes que integran cada uno de los cortejos de la Semana Santa. “Llevaba quince años sin salir de mayordomo. Ahora estoy en la trastienda, en la Casa del Paso, con todo el vestuario. Allí llegué un poco obligado por la alergia que tengo a los caballos. Este año me he echado a la calle por una fuerza mayor, acompañar a mi hijo en la ‘cloca’. Es una experiencia muy bonita que guardaremos todos con mucho cariño”.

Francisco Montiel aún es muy pequeño, pero a buen seguro en un futuro no muy lejano contemplará las fotos de su ‘primer día’ como mayordomo con satisfacción. “Tengo ganas que crezca y se reconozca para enseñárselas. No sé lo que hará en un futuro, pero me gustaría que viviera la Semana Santa, que disfrutara del Paso Blanco como lo hacen sus abuelos, como lo hacemos sus padres… Aunque ya se verá, cuando crezca él decidirá”.

Luis Montiel es blanco “por supuesto”, como él mismo recalca. Su padre, Francisco Félix Montiel, es blanco, y su madre, Teresa Camacho, también. “Y mi tío abuelo, igualmente, era muy blanco. Conmigo no había dudas. Soy blanco desde antes de nacer, porque así estaba decidido”. Sus primeros recuerdos son, cuenta, los de la inmensa mayoría de blancos. “Siendo aún muy niño, en brazos de mis padres, y vestido de hebreo, y de mayordomo, integrando la ‘cloca’. Prácticamente todos hemos desfilado de pequeños en ella”.

Pero también ha procesionado de nazareno, en la corte de la reina de Saba y en distintos grupos a pie de los numerosos que tiene el Paso Blanco. Desde hace quince años se encarga de vestir a los personajes que integran el cortejo blanco. “La Comisión de la Casa del Paso se encarga de todo el vestuario. Quince días antes del inicio de la Semana Santa todas las vestimentas de caballerías, aurigas, palafreneros… se llevan a la nave de la Velica. Y aquí nos quedamos con los de los personajes y las bandas. Un Viernes Santo podemos vestir a más de cuatrocientas personas solo en la Casa del Paso”, explica.

La indumentaria no se refiere únicamente al traje, sino también a todos los complementos que integran la vestimenta. “Cada uno es distinto y hay que saber a quién corresponde. Algunos personajes pueden llevar hasta quince piezas distintas. Están estudiados al dedillo. Hace años se hizo un gran esfuerzo para documentar toda la indumentaria. Está todo en una aplicación que se puede ver en tiempo real, por si hay alguna duda, aunque a fuerza de tantos años vistiendo, desnudando, colocando, guardando y sacando… hemos aprendido a quién corresponde cada detalle”, relata.

La labor del equipo que integra se inicia bien temprano. “A las cinco de la tarde comenzamos a vestir a figurantes”. Y ofrece un detalle que habitualmente no se tiene en cuenta. “Nos encargamos de vestirlos, pero también hay que quitar cada una de las piezas de la vestimenta al término de la procesión”. Las indumentarias son revisadas una a una, “porque muchas vuelven a salir al día siguiente, por lo que todo tiene que estar en perfectas condiciones de uso”.

Y entre las anécdotas que recuerda está “la de romperse una coraza durante la recogida de banderas. Retirársela al personaje, enviarla al taller para que fuera reparada y llevarla a la carrera hasta Floridablanca en el momento justo para permitir entrar al personaje en procesión. Es efectividad, pero también interés, preocupación, por parte de cada uno de los integrantes de los distintos factores que se dan cita estos días. Es un engranaje perfectamente ajustado que permite una respuesta inmediata ante cualquier situación imprevista”.

No es mayordomo de palco. Lo tiene difícil con la labor que tiene asignada. “Alguna vez, cuando estaba en el instituto, la vi desde el graderío, pero no suelo verla en procesión, porque estoy siempre dentro de la Casa del Paso”. Y es fiel a las tradiciones. “El Domingo de Ramos siempre comemos trigo y en Semana Santa en casa no faltan las torrijas que hace mi madre como nadie”. Su vida la comparte con una blanca, Mar, por lo que estaba claro que su pequeño y los que estén por llegar serán blancos. “No nos conocíamos. Fue en el Paso Blanco donde coincidimos por primera vez”, recuerda.

Participa de la Casa del Paso, pero también porta a la Santísima Virgen de la Amargura a hombros el Viernes Santo desde sus inicios. “Alguna vez he pensado en dejar de llevarla, pero el recuerdo de las vivencias de ese día te lleva a olvidarlo de inmediato”. El varal lo comparte con alguien muy especial. “Es muy bonito echar la vista atrás y ver que quien tienes justo detrás es tu padre”. Y espera que en un futuro él pueda hacer lo propio con su hijo. “Estaría encantado. A ver si las fuerzas me acompañan y aguanto hasta entonces”.

Portar a la Amargura es un torrente de emociones desde mucho antes de salir de la Capilla del Rosario. Ese silencio que se respira instantes antes de cantar la Salve emociona hasta hacerte temblar. Es todo un año trabajando por Ella y en ese preciso momento te rompes por dentro”. Cada instante junto a la Santísima Virgen de la Amargura está repleto de emoción. “Durante la procesión la llevas en volandas. Es algo que se repite constantemente por parte de muchos costaleros, pero es verdad, cuando vas por la carrera no pesa. Los palcos se levantan a su paso y comienzan a caer claveles de todos lados, una lluvia de pétalos configura una alfombra para que desfile… Te vienes para arriba”, rememora.

Y la recogida no está exenta de sentimiento. “La entrada a la Capilla del Rosario parece imposible por la cantidad de gente que le espera, pero al paso del trono de la Virgen de la Amargura se va abriendo el camino. Cuando cruzamos la puerta hay una explosión de alegría, de júbilo… pero también cierta tristeza, porque habrá de pasar todo un año para volverla a ver procesionar. Y llega el abrazo con el resto de costaleros por la alegría tremenda de que todo ha salido bien, bajo la atenta mirada de la Amargura”, concluye.