Personajes del Cortejo

Francisco Perán: “Me fui a gritarle a la Virgen a las puertas de San Francisco el Viernes de Dolores de la pandemia”

Nunca había estado en ese día lejos de la Dolorosa y salió de su casa sabiendo que igual terminaba en el ‘cuartelillo’

Francisco Perán Albarracín de ‘armao’ en el Huerto Albarracín de su abuelo en las Alamedas dispuesto para participar en el cortejo del Paso Azul.

Francisco Perán Albarracín de ‘armao’ en el Huerto Albarracín de su abuelo en las Alamedas dispuesto para participar en el cortejo del Paso Azul. / Pilar Wals

El cielo estaba azul. Azul de un intenso jamás nunca antes visto. Y el sol en lo más alto. Un día de primavera en toda regla en el que a esa hora –cualquier otro Viernes de Dolores- la calle Nogalte y la Cuesta de San Francisco son un ir y venir de mayordomos, ‘armaos’, portapasos… mantillas. “Faltaba poco para las seis de la tarde. Estaba en casa, como todos. Nervioso iba y venía de un lado para otro. Me preguntaba qué hacía yo allí cuando quería, cuando tenía, cuando debía, estar en otro lado. Y le dije a mi mujer: ‘Me tengo que ir, me voy a San Francisco’. Llamé a un amigo, Andrés Sánchez Manzanares, y le dije que en un rato se fuera a hacer algún recado a la calle y que nos encontrábamos a las puertas de la iglesia. No dijo nada más, no hacía falta”.

Un instante después Francisco de Asís Perán Albarracín estaba a las puertas de la iglesia de San Francisco. Una puerta cerrada a cal y canto le separaba de la Madre, a la que tanto anhelaba en aquellos momentos, a la que sentía que había dejado sola, a la que creía había fallado en su día más importante, el Viernes de Dolores. Unos minutos antes había advertido a la policía de lo que iba a hacer y allí estaban varios agentes observándole sorprendidos en la distancia. “Me fui a gritarle a la Virgen a las puertas de San Francisco el Viernes de Dolores de la pandemia. Tenía que hacerlo, aun sabiendo que igual terminaba en el ‘cuartelillo’. Poco me importaba. Y me puse a gritarle a la Dolorosa como nunca lo había hecho. Recuerdo que desde algunos balcones los azules contestaban a mis vítores. Y, mientras, un sorprendido Andrés me grababa con su móvil”, relata muy emocionado.

Aquella Semana Santa prefiere no recordarla, como tampoco la que siguió. “Eran momentos muy duros, pero se hicieron mucho más cuando llegaron esos días en que todos nos echamos a la calle para vivir nuestros Desfiles Bíblico Pasionales. En vez de estar en San Francisco, en la carrera… estábamos encerrados. Aquello no tenía sentido. No recordábamos nada igual. Fueron días que se hicieron eternos mientras esperábamos el paso de los minutos, las horas, los días… Sin saber cuándo iba a terminar todo”, relata Paco Perán.

Cuando le preguntan por qué es azul, su respuesta es rápida y contundente: “Porque soy Albarracín y Cayuela”. Siempre pensó que era azul por Albarracín, que también, pero resulta que le viene por Cayuela, como el mismo cuenta: “Mi madre, Juana María Albarracín Conejero, ‘Maruja’, nos contaba historias antiguas de familiares y descendientes que antes no llamaban nuestra atención, pero que con los años van tomando sentido. Recuerdo un sábado en su casa después de comer, en la sobremesa, ante un café. Nos relataba que un grupo de señores en 1855 formaron lo que empezó a conocerse como Paso Azul”.

Y entre ese grupo de nueve señores –relata- se encontraba Marcos Cayuela. “Se levantó y de la biblioteca cogió un ejemplar, ‘Apuntes para una historia del Paso Azul 1961-1967’, escrito por Joaquín Gimeno Castellar. Allí, en la página 11, se hablaba de los fundadores, Blas Eytier, Eduardo Parra Cano, Antonio Navarro, José María Romero, Gabriel Cerezo y Carrillo de Cisneros, Marcos Cayuela, Miguel Jimeno, Ginés Díaz y Juan Antonio Navarro. Ese Marcos Cayuela citado era el padre de Providencia Cayuela Reverte, la abuela de mi madre; abuelo de Francisca Conejero Cayuela, mi abuela; bisabuelo de Maruja Albarracín Conejero, mi madre; y mi tatarabuelo”.

También se referían a Marcos Cayuela Navarro, que fue presidente hasta el año 1942, “al que le tocó las mayores dificultades habidas por el clima que se formó en los años del alborear del marxismo que terminó en la guerra de liberación. Fue un trabajador infatigable y en los últimos años de su mandato incorporó a la bellísima imagen de la Virgen de los Dolores de Capuz. Y siguiendo las costumbres antiguas de mi familia de sacar los ocho apellidos -padre, madre, abuelo, abuela-, los de mis hermanos, Andrés, Enrique, Juana María y yo, son: Perán Albarracín Pelegrín Conejero García Ladevesa Porlán Cayuela. Ahora, doy gracias a mi madre por las veces que nos ha contado esta historia, aunque solo una vez la escuchamos”.

Su padre, Andrés Perán Pelegrín, era blanco. A pesar de ello, les llevaba a la Serenata de la Virgen de los Dolores, porque el más azul, su abuelo Enrique Albarracín, “se iba con sus ‘azules’ y mi tío Domingo Albarracín. Desaparecían y nadie les encontraba. Estaban siempre con los azules, hablando de azules”. Y, mientras, su madre pasaba las tardes bordando para el Paso Azul. Entre los primeros recuerdos que tiene están la Salve. “Acudía con mi abuelo Enrique y mi tío Lázaro y mis hermanos, Enrique y Andrés. Llevábamos velas. Tendría entonces cuatro años. Vestía traje de chaqueta y corbata”.

Con catorce años se vistió de ‘armao’, en la foto que ilustra este reportaje que se tomaba en el Huerto Albarracín de su abuelo en la Alameda. Curiosamente, venía al mundo en San Francisco, “en el antiguo Hospital de San Juan de Dios”. Y poco después era inscrito en el Paso Azul. “A mi hijo Andrés, mayordomo azul, lo inscribí antes en el Paso que en el Registro Civil”, apunta. Y de ‘armao’ estuvo saliendo algunos años junto a una veintena de amigos. “También empujábamos los carros de la Meiamén, de Nerón… Y con José Antonio Mula nos metimos en la nave vieja, en la subida al Parque de Bomberos. Allí limpiábamos y ordenábamos, participando de la Comisión de Carros. Estábamos encantados”, relata.

En la Casa del Paso “limpiaba botas y cascos y emparejaba sandalias. Y un día, Ramón Sola, me dijo que si quería salir de Nerón. Y también fui Julio César. Me parecía increíble, porque se trata de los personajes más destacados del cortejo azul. Es impresionante estar en el centro de la carrera visionándolo todo. La perspectiva desde el carro de Julio César es la mejor, por la altura que tiene. Cuando salí de Nerón mi madre me compró un pavo de 20 kilos que me hicieron en las cocinas del Hotel Jardines de Lorca. No podíamos subirlo a la carroza de lo que pesaba. En el carro tuve la suerte de ir con mi hermano Andrés y con mi amigo Francisco Javier García Martínez, que integraban la guardia pretoriana; José Antonio Ruiz Montalbán, de Seneca; y Alberto Suárez, Menani. Nos los pasamos genial. Disfrutamos mucho”.

Pero lo que vive con mayor intensidad es la salida de la Santísima Virgen de los Dolores. “El Viernes de Dolores nos juntábamos toda la familia. Estaban todos, mi madre, mi tía Mariquita… los Albarracín casi al completo. Solo faltaban la familia que vive en Madrid y los de Argentina. Solíamos posar ante la Virgen de los Dolores. Una tradición que se perdió y que quiero recuperar. Con mi madre solía ver la salida de la Virgen. Para ella, no había nada más grande que la Dolorosa y supo inculcarnos ese amor a la Virgen de los Dolores, al Paso Azul, como yo espero estar haciendo con mis hijos”.

La Serenata a la Virgen de los Dolores es, asegura, otro de esos instantes únicos que no hay que perderse. “Cada una de las salidas y recogidas de la Virgen de los Dolores es impresionante. Siempre son distintas. Me emocionan, porque recuerdas a los que ya no están y esas vivencias junto a ellos, en esos instantes del pasado, se rememoran año tras año”. Como también, destaca, la salida y recogida del Cristo de la Buena Muerte. “La imagen es una auténtica joya y el cortejo en el que procesiona impresiona, como lo hace la Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo. El Paso Azul puede alardear de contar con el mejor conjunto escultórico de la Semana Santa lorquina, con nombres destacadísimos, Capuz, José Planes, José Antonio Navarro Arteaga… excelentes esculturas mostradas en significativos tronos que desfilan en cortejos donde nada se deja a la improvisación”, concluye.