Personajes del Cortejo

José Luis Ruiz: “Entrar en la carrera como Julio César es rozar la gloria”

El edil de Semana Santa ‘aparca’ temporalmente su labor como costalero del Cristo de la Sangre y ‘maromero’ del Paso Azul

José Luis Ruiz Guillén, segundo por la izquierda, portando uno de los varales del trono del Cristo de la Sangre, titular del Paso Encarnado.

José Luis Ruiz Guillén, segundo por la izquierda, portando uno de los varales del trono del Cristo de la Sangre, titular del Paso Encarnado. / Pilar Wals

Sentimientos encontrados, emociones contradictorias… le traen estos días al concejal de Semana Santa, José Luis Ruiz Guillén. “He tenido que anteponer la responsabilidad a las ganas de procesionar”, reconoce con cierto halo de tristeza, aunque es contundente al afirmar que “por encima de todo, está la Semana Santa lorquina”. Las responsabilidades como concejal de Seguridad Ciudadana y Semana Santa le han obligado a ‘aparcar’ temporalmente su cercanía con el Santísimo Cristo de la Sangre, titular del Paso Encarnado, desde su posición de costalero en uno de los varales de su trono. “Me faltan esos instantes en los que echaba la vista hacia lo más alto y me lo encontraba con su mirada implorante al cielo”, afirma.

Trescientos sesenta y cinco días que se han multiplicado por tres, haciendo la espera eterna. “A las puertas de San Cristóbal cerraba los ojos y rememoraba tiempos pasados que, aunque cercanos, parecen muy lejanos. Sentía el peso del varal en el hombro y mientras el tambor marcaba el paso mi cuerpo parecía balancearse de un lado a otro. Y se hacía el silencio y el cornetín de mando daba la orden de bajar el trono al brazo, al suelo… sentía mis pies arrastrarse buscando el atrio para, bajo la torre campanario, a la hora marcada, alzarlo hasta el cielo”. Emocionado relata la vivencia del último año en que, de nuevo, no pudo portar a hombros a su Cristo de la Sangre.

Empecé a amar la Semana Santa de Lorca en el Paso Encarnado y a través del Cristo de la Sangre. Su cara tiene un magnetismo que no deja a nadie indiferente. Mira al cielo implorando, pero también parece invocar la intercesión divina por todos nosotros. Portarlo a hombros me permite una cercanía no solo de proximidad, sino de emociones y sentimientos que difícilmente se pueden expresar con palabras”, cuenta.

Es el sueño cumplido de un niño. “De pequeño tenía una ilusión tremenda por estar en la banda de cornetas y tambores del Paso Encarnado. Veía pasar el trono del Cristo de la Sangre y soñaba con estar ahí debajo, llevándolo a hombros. Me parecía imposible. El día que por primera vez me vestí de costalero y ocupé un lugar en el varal sentí una emoción que todavía hoy cuando lo cuento me pone los vellos de punta”, relata.

Nació en la pedanía de Campillo, algo alejada de San Cristóbal, pero amigos de la infancia y juventud le llevaron hasta este enclave al otro lado del Puente Viejo del Barrio. “Desde entonces, me siento muy identificado con todo lo que tiene que ver con el Barrio, pero especialmente con el Paso Encarnado”. El Martes Santo, asegura tajante, hay que estar en el Barrio. “La Plaza de la Estrella y todo su entorno se quedan pequeños para el ‘Encuentro’ entre los tronos de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia, la Santísima Virgen de la Soledad y el Cristo de la Sangre. Es espectacular contemplarlo, pero más emocionante es formar parte de ese instante. Parece imposible abrirse camino entre tanta gente que abraza a las imágenes. No me imagino una Semana Santa sin el ‘encuentro’, sin la Procesión del Silencio”.

Y con su clavel rojo en la solapa acude a la ‘Convocatoria’. Cruza el Puente Viejo del Barrio detrás de la bandera y emprende camino hacia la Ciudad. Allí, como cada Jueves Santo invitarán a todos a la Procesión del Silencio. Antes de regresar a San Cristóbal recorrido obligado por todas las cofradías para dejar las banderas. “Nuestra Semana Santa está repleta de acontecimientos, pero también de costumbres y tradiciones. Muchas veces, desconocidas para los que nos visitan. Tenemos que darlas a conocer porque es una forma de ampliar la estancia de los turistas en la ciudad. El Calvario y los rezos del Vía Crucis, con la bajada del Cristo de la Misericordia, y el trabajo en las cuadras y las casas de los pasos es de interés para los que acuden en busca de nuevas experiencias”.

Junto al Paso Encarnado ha desfilado como Marco Ulpio Trajano, de la dinastía Antonina, en la Guardia Pretoriana, portando un halcón en su brazo. Pero en su corazón también hay un amplio espacio ocupado por otro color, el azul. En el cortejo de la Hermandad de Labradores, Paso Azul, ha representado a Julio César. “Es otro mundo. Adentrarte en la Antigua Roma recreando el perfil de Cayo Julio César es algo único. Recuerdo la entrada en el ‘tubo’ de forma emocionante. Era como si lo hicieras en el circo de la vieja Roma, con el graderío enaltecido gritando y agitando los pañuelos. Y hacerlo en Viernes Santo, es rozar la gloria”, recuerda.

Marcó un punto de inflexión en cuanto a la forma de desfilar el personaje. “El anterior salía recostado. Mis pretensiones eran dar un giro a su figura y mostrarlo más como lo que era, un guerrero. Lo propuse al presidente y al Consejo Asesor y la idea fue bien acogida. Se ideó que fuera sentado y que llevase una coraza militar. De esta forma se le daba un aire triunfal. Hubo que improvisarlo todo, ya que el día anterior había desfilado tumbado”.

Todos los detalles se tuvieron en cuenta en la puesta en escena. Hasta los clásicos rizos de la época que ocupaban su flequillo. “Busque documentación, fotografías… Me ilustre al máximo sobre el personaje. Fue un reto, pero reconozco que disfrute no solo recreándolo, sino con todos los preparativos”.

Admite que no fue un Julio César provocador. “Mi actitud fue respetuosa. Hubo gestos y miradas hacia el pueblo azul, como no puede ser de otra forma. Y portaba un cetro que es de mi colección privada de objetos de Roma que no he dudado en dejar a los que me han precedido”. Pero también es ‘maromero’. “Es un mundo aparte –ríe-. Este año, además, se cumple un cuarto de siglo de la creación de este grupo. La verdad es que me lo paso muy bien siendo ‘maromero’. Nos reunimos para comer ese día, nos vestimos todos juntos… Es una jornada de convivencia muy divertida”, rememora.

Como buen azul el Jueves de Serenata está a las puertas de la iglesia de San Francisco. “Y muy atento a las manecillas del reloj que, esa noche, parece que no quieren avanzar. La Serenata a la Virgen de los Dolores es algo único. Cuando las campanas marcan el paso de la noche a la madrugada se hace el silencio. Parece imposible que se pueda escuchar el chirrido de las bisagras y hasta la madera crujir cuando se abren las puertas. Entonces, se hace la luz y la noche se vuelve azul. Ahí, los azules desbordamos la pasión, la locura, el delirio… contenido durante todo un año y gritamos a los cuatro vientos ¡Viva la Virgen de los Dolores! En la espera los minutos se hacen horas y, sin embargo, cuando la tienes frente a frente el tiempo corre demasiado rápido. La madrugada se hace azul y comienza todo”, concluye.