Personajes del Cortejo
Rocío García: “Santa Elena se llevó como antiguamente, en el mayor de los secretos”
Representó a la emperatriz de Roma en un sillón que portaba el presidente Fernando López Miras

Rocío García Jiménez encarna a la emperatriz de Roma, Santa Elena, que desfila sentada en un espléndido sillón imperial llevado por 24 lecticiarios. / JAVIER ALEDO
Un Viernes de Dolores elegía el Paso Blanco para estrenar el grupo de Santa Elena. “Fue un estreno atípico. Poco habitual en estos días en que todo se sabe. Se llevó como antiguamente, en el mayor de los secretos. Nadie sabía del proyecto, solo unos pocos de la junta directiva. El entonces presidente, Lázaro Soto, pedía a todos, paciencia para lograr la espectacularidad que pretendía”, afirma Rocío García Jiménez quien tenía el honor de interpretar a la figura principal del cortejo.
Santa Elena, emperatriz de Roma, madre del emperador Constantino y nombrada santa por sus virtudes cristianas y su búsqueda del Santo Sepulcro y de la Cruz de Cristo, va precedida por diez portaestandartes con la representación de la cruz. Elena aparece sentada en un espléndido sillón imperial llevado por veinticuatro lecticiarios dirigidos por su capataz y flanqueado por cuatro portaplumeros. “Santa Elena salía a caballo, pero se decidió cambiar su forma de procesionar”, cuenta Rocío García.
La joven vivió muy de cerca todo el proyecto, ya que su madre, Carmen Jiménez García, pertenece a la Comisión Artística del Paso Blanco, lo que le dio la oportunidad de tener información privilegiada. “Ese secretismo que era tan habitual antaño permitió lograr esa expectación en la carrera. Los blancos lo vivimos con mucha ilusión. El cortejo de Santa Elena es espectacular, muy vistoso, suntuoso y muy elegante”, reconoce.
Ese secretismo llevó a que los que debían portar el sillón imperial ni siquiera supieran a que iban al Paso cuando fueron llamados. “Veinticuatro horas antes de salir en carrera se pidió a gente conocida, que portaban tronos, que fueran a ensayar. No se les dijo para qué se les requería. Solo supieron, en ese momento, que iban a ser portadores, pero no sabían de qué”, relata.
Y entre los que se llamaban estaban, el presidente de la Comunidad Autónoma, Fernando López Miras; el entonces concejal de Cultura, Agustín Llamas; el actual presidente del Paso Blanco, Ramón Mateos; el decano del Colegio de Abogados de Lorca, Ángel García Aragón; el periodista, Horacio Pérez, y muchos otros, entre los que estaba el marido de Rocío, Francisco Navarro, que ejercía de capataz. “Los veinticuatro elegidos llegaron un día antes y ensayaron con la silla imperial, que aparecía cubierta, aunque todos tenía experiencia, porque la mayoría habían salido con el Cristo del Rescate o el San Juan. El ensayo se hizo de noche, para evitar cualquier filtración”, recuerda.
Los detalles se cuidaron con esmero. Se caracterizaron todos los personajes, los diez portaestandartes con la representación de la cruz que preceden a la figura de Santa Elena, los veinticuatro lecticiarios que dirigía su capataz y los cuatro portaplumeros. Estos destacaban por la vistosidad de las plumas blancas de avestruz y faisán que emergían de coronas doradas con pedrería. Y completaban el grupo siete músicos, tres tambores, dos timbales y dos tubas.
Santa Elena llevaba un vestido ricamente bordado en sedas y oro. Lucía un original manto diseñado a modo de chaqueta corta con elegantes mangas bordadas en oro calado, y de cuyos laterales penden dos espectaculares y luminosos estolones que cuelgan a ambos lados del sillón imperial. Los dos estolones laterales de dos metros y medio de longitud están bordados con elementos escogidos del repertorio bizantino, pudiéndose apreciar en ellos dos partes.
En la superior bordada en oro, se aprecian diversos motivos paleocristianos como el crismón, anagrama de Cristo, el pavo real, símbolo de la inmortalidad o las peras símbolo del amor de Cristo por la humanidad, en alusión a la cruz, entremezclados con roleos vegetales y motivos florales característicos de la decoración bizantina.
Coronando esta parte, unos medallones que representan los mosaicos de Santa Elena y Constantino, bordados en sedas sobre fondo dorado. La parte inferior está inspirada en las majestuosas cúpulas bizantinas. Nada se dejó a la improvisación. Incluso el maquillaje fue estudiado previamente. “Lewis Amarante diseñó distintos bocetos para el pelo, el maquillaje… Después de comer me fui a la nave de La Velica y comenzó el proceso de caracterización y, desde allí, a Santo Domingo, donde me vestí. Había un ambientazo. Muchos blancos habían acudido. No es como el Domingo de Ramos en que todo el mundo está en los palcos”, rememora.
La directiva, la Comisión Artística, el Coro de Damas de la Virgen de la Amargura… “de ese instante recuerdo que me subí al sillón imperial y que Mariano Soto me puso el manto. En ese momento, la cara de todos era de ilusión de alegría… Se había logrado el propósito de guardar el secreto. Sólo un instante antes el presidente, Lázaro Soto, había destapado la silla, apenas a unos minutos de que se iniciara la procesión. Fue emocionante. Un momento que no olvidaré en la vida”, cuenta emocionada.
El recorrido por la carrera fue impresionante, destacando incluso las vestimentas de los lecticiarios con túnica dorada y clámide de brocado blanco sujeta por una fíbula. El resto de personajes, portaestandartes, portaplumeros y músicos, iban vestidos con túnica de brocado con hilos de oro sobre la que descansaba una casulla verde.
Rocío es blanca por su madre, pero también por su abuela Caroli, aunque su padre, azul, también estaba ese día apoyándola. “Era un día muy importante para mi madre, para mí, y estaba allí. Es azul, pero más encarnado”, asegura. Santa Elena no es el primer personaje al que encarna. “He salido en la antigua carroza de la Saba de esclava, en el Anticristo también de esclava y de Reina de Saba. Pero habitualmente lo hago de mayordomo. Toco todos los palos”, ríe.
Coordina la comisión de la procesión religiosa. Es muy meticulosa y perfeccionista lo que le llevó a estar muy pendiente desde su papel de Santa Elena a todo lo que tenía que ver con el cortejo. “No soy muy de delegar. Iba arriba en el sillón y estaba pendiente de que fuera en línea recta, que no se torciera”. Tiene dos pequeños de cinco y dos años que son blancos. “Han salido en la ‘cloca’ desde que tenían un año. Los llevo a Santo Domingo y a la nave de La Velica, pero en Semana Santa 'tiro' mucho de los abuelos, porque su padre y yo estamos muy metidos en el Paso y tenemos que ayudar”.
La Semana Santa lorquina le trae aromas a clavel, flores… “Entras en Santo Domingo y huele diferente, de una manera especial”. De esos días hay instantes únicos que rememora hasta el punto de emocionarse. “La salida de la Virgen de la Amargura es impresionante. Me gustan esos momentos que se producen solo unos minutos antes. Ver ese lío que hay en la capilla del Rosario con los estandartes, los costaleros… Me gusta quedarme hasta que salen los mayordomos de la iglesia y la Virgen cruza el umbral de la capilla del Rosario. Entonces, cerramos las puertas y siento cierto descanso porque ya está todo hecho, ya está en la calle”.
Se siente una privilegiada por poder ver la salida de la Amargura en un lugar destacado. “Ese momento es el que más me gusta. Estoy frente a ella. La imagen es cautivadora. El movimiento de los costaleros meciéndola suavemente… Esa cercanía, la gente gritándole vivas y lanzándole claveles, pétalos que llueven… No hay un lugar mejor el Viernes Santo”, concluye.
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