Personajes del Cortejo

Javier Martínez: “Desde el carro de Julio César lancé un anillo con un rubí de mi madre”

Desfiló en un carro de gran formato con el que el Paso Azul recuperaba la tracción animal

Francisco Javier Martínez en el papel del cónsul Julio César que desfila en un carro triunfal tirado por seis caballos guiados por esclavos.

Francisco Javier Martínez en el papel del cónsul Julio César que desfila en un carro triunfal tirado por seis caballos guiados por esclavos. / ANDRÉS ALEJANDRO GARCÍA CARO

El cónsul romano Julio César es uno de los grandes personajes del cortejo azul. Desfila en un carro triunfal con el que el Paso Azul recuperaba la tracción animal en carrozas de gran formato. En sus inicios el carro estaba decorado con dos históricas obras de Francisco Cayuela, el manto de terciopelo verde con un águila triunfal, símbolo de la gloria del César, y el de terciopelo granate con el busto de Apolo, dios de las artes y de las letras.

Años después, serían sustituidos por un manto de color verde oscuro, alegoría que celebra el éxito de Julio César en la guerra de las Galias y la guerra civil de Italia, representado por una Victoria que porta una corona de laurel, y un Hércules romano cubierto por la piel de un león, de terciopelo granate, y que simboliza la gloria y los éxitos del general romano, diseño y dirección artística de Miguel García Peñarrubia.

En César sólo manda César” es una de las frases que se achacan al cónsul romano que contestó al dictador Cornelio Sila cuando a través de un mensajero le ordenó repudiar a su esposa Cornelia. “Dile a tu amo que en César sólo manda César”, dijo entonces. Esta frase, como otras de Julio César, pasaría a la posteridad. Suya es otra muy recurrente, “divide y vencerás”.

En lo más alto del carro triunfal –que diseñó Joaquín Castellar- que simula la proa de un barco con un mascarón de mujer realizado en bronce desfilaba Julio César, caracterizado por el mayordomo azul Francisco Javier Martínez García. El joven, responsable de las redes sociales del Paso Azul, recibía uno de los encargos que más feliz le hacían. “Me hizo mucha ilusión que me escogieran para encarnarlo, porque es un personaje por el que siempre me he sentido atraído. La puesta en escena, con ese carro majestuoso tirado por seis caballos, es increíble”, afirma Martínez.

No se preparó el papel, aunque reconoce que su intención era emular a los romanos de entonces. “Quería ir serio, como supongo que correspondía al cargo de Julio César y en actitud altiva, como debía ser un emperador”. Y así lo hizo, luciendo una corona de laurel. “Quería que fuera natural, pero pintada en oro. Me la hicieron los floristas de Alto Diseño Floral. Aún la conservo en mi habitación en casa de mis padres. Le tengo un cariño especial porque me recuerda ese día”.

En el carro se mostraba recostado como lo hubiera hecho Julio César. A su lado, un cáliz y un cofre repleto de monedas de chocolate. “Esa fue la anécdota de la jornada. Quería llevar un anillo de oro en el dedo y como no me dio tiempo a comprarme alguno de bisutería, le pedí a mi madre que me dejara uno que tenía que le regaló mi padre. Desde el carro de Julio César lancé monedas de chocolate y un anillo con un rubí de mi madre”, recuerda todavía con estupor.

El anillo salió disparado hacia los palcos. “No me cabía en ningún otro dedo, por lo que me lo puse en el meñique. Me estaba un poco holgado, por lo que cuando hice la primera tirada de monedas, alguien recibió el regalo que le hizo mi padre a mi madre”. Pero no fue la única anécdota de la jornada, porque Francisco Javier tiene alergia a los caballos, aunque esta dolencia le respetó en un tramo amplio de la carrera. “Ya iba preparado por si me ocurría. Estratégicamente me habían preparado un pañuelo en la manga del traje por si tenía algún problema. Y llegó a la altura de la confluencia de la carrera con la calle Poeta Carlos Mellado. Iba que me moría, pero disfruté de lo lindo”, ríe.

Su actitud chulesca recibía los gritos de unos y los vítores y aplausos de otros. “Hacia la grada blanca hacía el ademán de lanzar monedas, pero no las lanzaba, mientras que con la azul sí lo hacía. Esto cabreaba a los blancos que me lanzaban almendras y hasta carne de membrillo”. Reconoce que “fue uno de los mejores días de mi vida. Es impresionante ir en lo alto de la carroza de Julio César. La panorámica de toda la carrera a esa altura es increíble”.

Pero no es el único personaje que ha representado. Ha desfilado con la agrupación musical en la que tocaba el tambor. Ha sido banderín, mayordomo, esclavo, plumero, ‘armao’… “Me ha gustado salir mucho. Donde faltaba alguien allí me metía. Pero creo que con el papel de Julio César me he jubilado”. Y otro del que guarda un recuerdo entrañable es cuando integró el grupo del Triunfo de José. “Iba en uno de los carros, acompañando al auriga. Llevaba una velocidad y vibraba tanto que era imposible fijar la vista. Fue increíble”.

Desde hace algunos años se encarga de las redes sociales del Paso Azul. El año pasado realizó unas 20.000 fotografías que cada noche selecciona y que ‘cuelga’ en la web de la Hermandad de Labradores. “Hacer fotos en la carrera principal tiene su riesgo. No ponerte al límite te hace perder buenas fotografías, pero prefiero no arriesgar”, afirma tajante.

La Semana Santa es vista por la mayoría como un tiempo de descanso y disfrute. Sin embargo, para él es todo lo contrario. “Llevo diez años que no paro, porque estoy haciendo fotos y tengo que salir corriendo a hacer una selección y colgarlas rápidamente”. Y reconoce que sufre hasta que no concluyen los Desfiles Bíblico Pasionales. “Me preocupa que pueda haber algún contratiempo. Estoy en tensión hasta que todo termina”.

De los días que están por llegar aconseja no perderse “la recogida de la Virgen de los Dolores el Viernes Santo y la lluvia de pétalos al paso del trono por la carrera principal. Me emociona cada año. La entrada de las cuadrigas en carrera es otro de los instantes más impresionantes”. Y recuerda sus vivencias en el palco. “Es el mejor sitio para ver los desfiles. Vitoreas, gritas, te metes con los que están en frente. Te lo pasas muy bien”. De aquellos días, con quince años, no olvida “cuando nos íbamos a las cuatro de la tarde para guardar sitio. Entonces, no había que pagar por las sillas el Viernes de Dolores y Domingo de Ramos. Nos íbamos muy temprano el grupo de amigos y allí estábamos esperando hasta que comenzaban los desfiles”.

La Serenata a la Virgen de los Dolores es otro de los instantes que aconseja no perderse. “Es una noche especial. El jueves de serenata, la noche azul… en que todo comienza para los azules”, concluye.