Personajes del Cortejo

Juan Miguel Bayonas: “Siento ‘orgullo rabalero’ de escoltar al Señor de la Penitencia”

Encarnado y del ‘puente pa ca’ se define, quien ha sido desde costalero a hermano mayor del trono

Juan Miguel Bayonas López escoltando al trono de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia durante la Procesión del Silencio, en el barrio de San Cristóbal.

Juan Miguel Bayonas López escoltando al trono de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia durante la Procesión del Silencio, en el barrio de San Cristóbal. / María José Fotógrafo

Los del puente pa ca’ cruzan cada Jueves Santo a mediodía el Puente Viejo del Barrio para invitar a ‘los del puente pa llá’ a la Procesión del Silencio. Y mientras lo hacen tararean una letrilla que a modo de copla relata esta vivencia que se remonta a 1935. Entonces, la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, Paso Encarnado, al no poder presidir ninguna procesión de la Ciudad, decidía celebrar la del Silencio, que tendría su salida y recogida en la iglesia de San Cristóbal.

Aquel año, a mediodía, los 'rabaleros' cruzaban el Puente Viejo del Barrio con destino a la Ciudad. En el Ayuntamiento invitaban a todos a participar de su procesión. Una tradición que está a punto de cumplir nueve décadas. Entre los que integran ese amplio cortejo cada año está Juan Miguel Bayonas López que no recuerda cuándo fue la primera vez que acompañó al Paso Encarnado en ese recorrido. “Debía de ser muy pequeño y, probablemente, lo haría acompañado de mi abuelo, Juan López, el padre de mi madre. Ese día, junto al clavel encarnado que luzco en la solapa de la chaqueta, llevo precisamente el emblema de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, un cáliz, que perteneció a él y guardo con mucho cariño por lo que representaba para mi abuelo, pero también para mí”.

Ese ‘paseíllo’ lo encabeza la bandera del Paso Encarnado. Detrás, los dirigentes de la cofradía que llegarán hasta el Ayuntamiento. Allí, las banderas de todos los pasos ocuparán un lugar principal en el balcón de la Casa Consistorial, mientras en la Sala de Cabildos los encarnados invitan a su procesión a todos. Y, años después, también se instauraba otra tradición, la de entregar en ese día la subvención municipal que las cofradías reciben del Ayuntamiento.

Antes de regresar al Barrio, la bandera del Paso Encarnado y toda su comitiva, acompañan a cada una de las insignias de las distintas cofradías hasta su sede religiosa. “Es una tradición muy arraigada, como también el ‘encuentro’ de las tres imágenes del Paso Encarnado en la Plaza de la Estrella en la noche del Martes Santo. Es impresionante cuando los tronos se van adentrando poco a poco entre la muchedumbre que tiene que ir abriendo paso. El encuentro entre el Cristo de la Sangre y el Señor de la Penitencia con la Virgen de la Soledad se inició como un ensayo, pero ahora no es una procesión más, sino uno de los momentos más emotivos de nuestra Semana Santa”, cuenta emocionado Juan Miguel Bayonas.

Este día acompaña al trono de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia, una imagen que llegaba al Barrio en 1999, pero que tenía antecedentes en el Señor de la Penitencia que procesionaba desde 1757 con la Archicofradía de la Vera Cruz y Sangre de Cristo, una de las advocaciones más antiguas de la Semana Santa de Lorca. “Desde el preciso momento que llegó me quedé prendado de la imagen. Representa a la figura de Cristo en el momento de la flagelación, de pie, sin los verdugos. Se muestra con las manos atadas a una columna. Su cara está llena de expresividad. Se siente el sufrimiento, pero a la vez tiene un rostro muy dulce”, afirma el ‘rabalero’.

Es mayordomo de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, Paso Encarnado, “por tradición familiar. Mi abuelo estaba muy ligado a la cofradía. Se puede decir que ‘eché’ los dientes en el paso”. Y recuerda cómo cada año deseaba que unos familiares de Cartagena que tenían en propiedad uno de los nazarenos que acompañan al Cristo de la Sangre no vinieran. “Cuando ellos no acudían, me ponía la túnica y podía escoltarlo. Me gustaba salir con la cara tapada, sin que nadie supiera quién eres y disfrutar de la Procesión del Silencio en esa noche tan especial al filo de la madrugada”.

Durante algunos años fue baja en la Procesión del Silencio por sus estudios fuera de nuestro país, pero regresaba justo en el momento en que la imagen de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia llegaba al Barrio. “Recuerdo que me llamó mi madre y me lo contó. Y de inmediato me sumé. Llevaba al Señor de la Penitencia a hombros. Empecé en el último varal de la derecha. En un par de años me nombraron oficial de varales y más tarde fui elegido hermano mayor”. Para acompañar a Nuestro Señor Jesús de la Penitencia decidía hacerse una túnica de mayordomo. “Quería que fuera muy especial y le encargué a Luis Chichoné Molina que me hiciera un diseño en el que tuviera un protagonismo especial los medallones y tallas del trono”, relata.

Y así fue cómo su túnica se convirtió en una verdadera obra de arte. “Pesa mucho, porque cada una de las tallas recreadas está conformada por oro”. La altura de Juan Miguel lleva a que sean muy pocos los que pueden lucirla. “Me gusta que salga lo máximo posible. Cuando yo no puedo llevarla, la dejo para que alguien lo haga”. Es su madre, Ramoni López, la que habitualmente le ayuda a vestirse. “Siempre salgo de su casa, donde guarda con celo durante todo el año mi túnica que me ayudó a pagar. Es emocionante que ella sea la que me da los últimos retoques, la que me pone el rosario… Aunque debo decir que siempre me visto a toda prisa, después de llegar de los Desfiles Bíblico Pasionales”.

Abandona los palcos a la carrera para llegar con el tiempo justo al Barrio. “Alguna vez, camino de la iglesia de San Cristóbal voy recomponiéndome”, ríe. En el atrio del templo ve la salida procesional del Señor de la Penitencia. “Me gusta verlo salir, pero reconozco que es un momento lleno de tensión y nervios para mí. Hasta que no está en la calle no me quedo tranquilo. Me preocupa cualquier contratiempo. Cuando llevo dos tramos, me relajo, aunque no demasiado, porque hay muchos cables que cruzan las calles y siempre vamos con preocupación de que alguno se haya podido bajar algo y pueda rozar la imagen”.

Admite que constantemente mira hacia atrás. “El ochenta por ciento de la procesión la paso contemplando la cara del Cristo. Le tengo un cariño especial y mucha devoción. Reconozco que le suelo pedir ayuda en determinados momentos y siempre es muy cumplidor. No puedo evitar cuando voy a la iglesia de San Cristóbal pasar por su lado y acercar lo máximo posible mi mano a su pie. Y, por supuesto, siempre estoy presente cuando deja su capilla para su entronización o traslado al altar mayor para sus celebraciones”.

La recogida de la Procesión del Silencio, admite, es un momento en el que muestra sentimientos enfrentados. “Por un lado, siento satisfacción de que todo ha ido bien en la procesión, pero por otro lado me da mucha tristeza cuando cruza el umbral de San Cristóbal, porque eso significa que habrá que esperar todo un año para volverlo a ver procesionar”.

En el Paso Encarnado su presencia ha sido constante en la Escuela de Música, en el taller de bordados, en el museo… “Procuraba estar donde se me necesitaba. He acudido a la procesión de los coloraos en Murcia, pero también he viajado a Cieza, con quienes estamos hermanados. No he tenido problema de remangarme cuando se me ha solicitado”, señala.

Del trono de Nuestro Señor Jesús de la Penitencia siempre se lleva algunas flores que hace llegar a la tumba de su padre en el cementerio de San Cristóbal. “Las dejo en casa de mi madre y es ella la que se las lleva. Es una forma de recordarle que no le olvido y que, aunque no esté con nosotros desde hace mucho tiempo siempre lo tengo presente”, concluía emocionado.