Mayordomo de la Ilustre Cofradía del Santísimo y Real Cristo del Socorro (Cartagena)

La Capilla del Duque de Veragua

José Luis Carralero Alarcón

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Vista desde la óptica más intimista, la singularidad y belleza del templo de Santa María la Mayor de Cartagena es inigualable. Pese a sus casi nueve décadas de incomprensible abandono sus ruinas aún reflejan ese pasado olvidado que te habla de lo que fue y aún es la primigenia catedral de la Diócesis Cartaginense. La historia así la avala. Y es que cada una de sus piedras es pura expresión de la sencillez de un sagrado recinto que se engrandece al descubrir que allí se esconde el corazón espiritual de todos los cartageneros y devotos de nuestro obispado.

Podríamos escribir ríos de tinta sobre cada uno de sus rincones. Hablar de Manuel González Huárquez y su hijo Manuel Gónzález Gómez, ambos secretarios generales de la Cofradía del Socorro allá por el último tercio del XIX. Descubrir junto a ellos y muchísimos hermanos más la legitimidad de sus escritos y la ilusión por plasmar la esencia infinita e histórica de nuestro templo. Pero lo que es bien seguro es que entre ese universo arquitectónico señalarían con el dedo la capilla del Duque de Veragua (1691), ejemplo singular del barroco levantino y demostración viva de la fe infinita y eterno agradecimiento de quien fue su promotor: Pedro Manuel Colón de Portugal, séptimo descendiente de la casa ducal.

Bien es conocida la historia que da pie a la erección de la nueva capilla y constitución de la Hermandad de Caballeros del Socorro. La grave enfermedad del segundo hijo de Pedro Manuel, el infante Manuel, traerá consigo que el duque implore ante el Santo Cristo Crucificado -también conocido como Cristo Moreno o Antiguo- la sanación del niño. El calificado milagro acaecido durante la rogativa de lluvias del 13 de marzo de 1689 ante los ojos expectantes del pueblo es evidente. La plaza de San Ginés de la Jara hoy día así lo recuerda. Tras una progresiva recuperación del pequeño la respuesta del duque, destinado en Cartagena en su condición de Capitán General de las Galeras de España no se hará esperar. Durante el bienio 1689-1691 se realizarán las obras de una nueva capilla para el Cristo nacido de la gubia del entorno de Jerónimo Quijano (s. XVI), un lugar más digno y suntuoso, sin abandonar la nave de la epístola, acorde a la excelencia de su promotor.

Tras la finalización de estas la imagen será entronizada con el boato correspondiente de luminarias, puesto del decano, etc. el 21 de enero de 1691. Esta vez nuestro Cristo Antiguo pierde su denominación llamándose desde entonces Cristo del Socorro (sin perder su calificativo popular de “Moreno”), tal y como estipulan las Constituciones de la nueva Cofradía refrendadas por el obispo Antonio Medina Cachón. Ironías de la vida, en poco más de dos semanas, el infante Manuel, niño que da pie al surgimiento de la Hermandad de Caballeros fallecerá, siendo enterrado bajo el altar mayor el 9 de febrero.

Mirar a la fachada de la capilla es encontrarse ante la culminación arquitectónica de la magnificencia del Duque. La ornamentada decoración de su yesería con connotaciones churriguerescas transforma al frontispicio en un simulado arco triunfal, coronado a modo de tapiz por las armas de la Casa Ducal de Veragua y la excelencia del toisón de oro. La misma heráldica que se encuentra flanqueada por dos querubines que se adaptan al conjunto arquitectónico apoyando sus rodillas en el marco. Todo un mensaje al devoto que no deja lugar a dudas del carácter nobiliario del recinto al que se va acceder.

Por su parte a ambos lados del arco de medio punto observamos dos pilastras corintias apoyadas en sendas bases o podium. Tránsito que nos eleva a un espacio superior o frontón prolíficamente decorado por elementos vegetales que casi rozan el aún no llegado rococó, los mismos que ornamentan el interior de los casetones que se localizan por encima del acceso a la capilla y la prolongación de los capiteles. Ya en su interior observamos un conjunto arquitectónico de planta rectangular donde la suntuosidad es su modus operandi y donde el entablamento que recorre sus muros sobre pilastras de orden jónico mantienen la línea decorativa de la fachada. Este tratamiento plástico de hojarasca se extenderá hasta los mismos arranques de su cúpula nervada, la gran protagonista de la capilla, la misma que descansa sobre un elevado tambor octogonal horadado en ocho espacios que dotan al recinto de iluminación natural, invitando a la contemplación de las pinturas de sus cuatro pechinas hexagonales. Sin embargo los periplos históricos y convulsos vividos en el recinto catedralicio dieron pie a que parte del gran universo que acogía la capilla del Duque de Veragua despareciera (primitivo Titular incluido). Este es el caso de su retablo y camarín semicircular datado en 1738 y su contemporánea en el tiempo sala capitular, incluyendo igualmente aquí sus aún existentes malogrados tapices (llegados en 1760) llamados a una costosa pero no imposible restauración. Pese a ello como bien apuntó el recordado profesor Hernández Albaladejo (1986) la capilla nunca perdió en su diseño de finales del XVII el cumplimiento de sus cuatro funciones: sede de una nueva cofradía, lugar de culto y veneración del Titular, panteón familiar y el deseo de pervivencia de su promotor a través de la grandeza de su arquitectura. Y es que como bien dicen las Constituciones del Socorro (1691): “…desde el grande Templo de esta Capilla, obra el Señor insignes maravillas a favor de las Galeras de España”, …y de Cartagena.