La Opinión de Murcia

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Semana Santa de Cartagena

Las estrellas moradas brillan para el Nazareno

Los marrajos por fin se desquitan después de 1.477 días sin su gran noche del Santo Entierro, con un cielo despejado y un intenso calor

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Revive la procesión del Santo Enterramiento de Cristo en Cartagena

«¡Se ven las estrellas!», le dijo Sara a su padre mirando al cielo. Acababa de recogerse la procesión california del Silencio, las luces de la calle se habían encendido como un fogonazo y la pequeña admiraba los luminosos astros con sorpresa. Los Granaderos y los Judíos marrajos estaban a punto de irrumpir en el casco histórico de Cartagena para anunciar el Viernes Santo más esperado, con las calles abarrotadas, pero con el cielo completamente despejado y sin más contagios que los de las tremendas ganas de acompañar al Nazareno y a la Pequeñica hacia un encuentro eterno. Sara aún era pequeña, pero había vivido ya unos cuantos Viernes Santo y sabía que aquel cielo sin nubes ni amenazas era un lujo para la cofradía morada, más habituada a lidiar con la meteorología adversa, «aunque nadie se acostumbra jamás a la fatalidad de suspender una procesión», como le recordó el hermano mayor marrajo a sus hermanos californios tras la triste y sentida cancelación de su excelsa procesión del Prendimiento, en la noche del Miércoles Santo.

Lo que aún no sabía Sara era que hay muchas estrellas detrás de cada Viernes Santo, que se lucen menos, que trabajan ocultas en la penumbra de la iglesia de Santa María de Gracia, que apenas duermen para que toda la grandiosidad marraja brille por las calles de Cartagena.

Estrellas como Chema, que se apaga durante la procesión para que su María Magdalena sea la auténtica protagonista, porque para ello se deja el cuerpo y el alma todo el año hasta que llega ese momento, efímero y eterno a la vez. Estrellas como Chemita, un artista con la capacidad de multiplicar la deslumbrante belleza de la Santa de los marrajos.

Estrellas como Rubén, un saco de nervios en los días previos de su estreno como sudarista de la agrupación por la que se desvive desde hace casi un cuarto de siglo. Como Pedro, henchido de orgullo tras tres años llevando el peso y la armonía de esa pequeña familia morada, que se abraza emocionada cuando el trono de la discípula del Nazareno baja al suelo por última vez, sabedores de que toda la espera y todos los esfuerzos han merecido la pena.

Una familia sin más afán de protagonismo que el que buscan para su Santa, en la que los Antonios, los Pacos, los Pedros, Carlos, Clemente, Reyes, María Ángeles y Manolo siempre suman. Todos ellos son solo una reluciente constelación de las múltiples que integran el lujoso y respetuoso universo morado del Santo Entierro, con sus perfectas imperfecciones y desajustes lógicos tras tres años de parón, pero que no le restaron ni un ápice de brillo.

El cielo se despejó para iluminar a los marrajos y para que los que se han ido junto al Nazareno y la Soledad en estos difíciles tiempos de covid pudieran encenderse y contemplarlos como estrellas que siempre los han guiado y los guiarán llueva o reine un sofocante calor como el de este año, contra viento y pandemia.

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