Se ha de buscar al aire libre, en sus calles y plazas, repletas de gente durante todo el año. Al murciano le gusta compartir su tiempo libre. Por ello, en la ciudad hay innumerables espacios públicos para el encuentro de familiares y amigos donde poder estar de tertulia, practicar deporte, agasajar al paladar con ricos manjares y disfrutar de la vida nocturna. Para descubrir cada uno de estos rincones con encanto, se aconseja dar un agradable y sosegado paseo con el centro urbano. No hay que tener prisa, ya que esta pequeña gran capital consigue sorprender a cada paso que se da.

Antes de pisar el casco histórico, es muy recomendable visitar el Malecón, situado frente al palacio del Almudí. Este emblemático paseo, trazado a lo largo del siglo XVI sobre un muro de contención de inundaciones, permite adentrarse en la frondosa huerta murciana, con su inconfundible olor a azahar. El camino, que trascurre por uno de los márgenes del río Segura, tiene su inicio en la puerta del Huerto de las Bombas. El sendero, que mide más de un kilómetro y medio, está adornado por los árboles del jardín botánico. También se pueden divisar varios edificios históricos, como el convento de San Francisco y el colegio de los hermanos Maristas.

Después, el paseo bien podría proseguir por Santa Catalina. El centro de la plaza está presidido por el Triunfo de la Inmaculada, obra religiosa de Juan González Moreno. Realizando un giro de 360 grados se puede admirar la iglesia de Santa Catalina, que cuenta con una talla de Francisco Salzillo; el museo de Ramón Gaya y el monumental edificio de La Unión y el Fénix. Colindante a ella, se encuentra la concurrida plaza de las Flores. En la Edad Media, estaba reservada a los carniceros. Ya en en el siglo XIX pasó a ser un espacio para la venta de flores, tradición que aún se conserva, principalmente en la víspera del día de Todos los Santos. Alrededor de ella y en la calle de las Mulas se encuentran varios bares y restaurantes en los que disfrutar del tradicional tapeo a media mañana.

A la hora de adentrarse en pleno casco histórico, es aconsejable hacerlo por el paseo Alfonso X El Sabio, conocido por todos los murcianos como el Tontódromo. Flanqueado por árboles, recuerda a las famosas Ramblas barcerlonesas, pero a pequeña escala. Está repleta de terrazas que invitan al descanso. El paseo finaliza en el convento de Santa Clara y la plaza de Santo Domingo, donde antiguamente se instalaba el mercado. En este espacio se yergue un ficus centenario, que se plantó en 1893. Además, se sitúa la Casa Cerdá, un precioso edificio de estilo modernista. A través del Arco se accede a la plaza de Julián Romea, presidida por el teatro que también recibe el nombre del actor murciano. El visitante que opte por seguir el trayecto por la calle Alejandro Séiquer debe hacer una parada obligada frente a las fachadas de las facultades de Letras y de Derecho y la iglesia de La Merced.

Otra opción acertada es dejarse atraer por la encrucijada que forman las calles Trapería y Platería, en el barrio de San Bartolomé. En el siglo XV había puestos de venta de finas telas, plata y joyas. Hoy todavía componen una zonal ideal para ir de compras, por sus numerosas tiendas de moda y boutiques.

Trapería desemboca en la plaza de la Cruz. Siguiendo los soportales, el visitante se encuentra con el majestuoso imafronte de la Catedral, el palacio Episcopal y el edificio Moneo. Desde la plaza del Cardenal Belluga se accede a la Glorieta de España. Es la zona más sobresaliente de la ciudad, donde se encuentra el edificio del Ayuntamiento, una bella obra neoclásica, construida en 1848 por el arquitecto Juan José Belmonte.

Merece la pena descansar en uno de sus bancos y disfrutar de unas preciosas vistas al Puente Viejo, protegido por la Virgen de los Peligros, y el emblemático edificio Victoria.