CADA MARTES, ME ENCUENTRO EN UN CUENTO
La liebre y la tortuga: Perseverancia frente a la prisa

La liebre y la tortuga / Freepik
Esther Murcia Gomicia
La fábula de la liebre y la tortuga nos cuenta cómo una carrera inesperada puede dar una gran lección. La liebre, segura de sí misma, se burla de la tortuga por ser lenta. Inicia la competición confiada en que ganará con facilidad, pues se sentía superior, pero se distrae y hasta se duerme. La tortuga, en cambio, avanza paso a paso, sin detenerse ni un momento. Finalmente, llega a la meta antes que la liebre y sorprende a todos.
Esta fábula cobra vida en el colegio con estudiantes que aprenden muy rápido, terminan primero las tareas o sacan buenas calificaciones sin estudiar demasiado. A veces, esa rapidez puede hacer que se confíen y descuiden el esfuerzo. Otros, en cambio, se parecen más a la tortuga: avanzan despacio, necesitan más tiempo para entender, pero no se rinden. Son esos alumnos los que, con constancia, terminan logrando grandes resultados. Y de aquí sacamos la enseñanza: no importa tanto la velocidad, sino la perseverancia.
La tortuga nos recuerda la importancia de la paciencia y la madurez. La liebre, por su parte, refleja la impulsividad y el orgullo que todos llevamos dentro. En la vida diaria de la escuela, ambos aspectos aparecen: está el niño que confía demasiado en sus habilidades sin estudiar, y está el que, aun con dificultad, no se da por vencido. Nuestro crecimiento surge al equilibrar esas fuerzas: reconocer nuestras capacidades, pero también entender que todo aprendizaje requiere disciplina y perseverancia.
Este cuento transmite que no debemos desanimarnos si nuestro ritmo es más lento que el de los demás. Un alumno que tarda más en leer o escribir puede sentirse frustrado al compararse con sus compañeros, pero la tortuga le recuerda que cada paso tiene valor, cada logro, por pequeño que parezca, fortalece su autoestima. La liebre nos advierte que la prisa y la arrogancia pueden alejarnos de nuestras metas, mientras que la constancia nos acerca a ellas.
En clase, los docentes pueden usar esta fábula para motivar a quienes sienten que no avanzan al mismo ritmo. Pueden recordarles que el aprendizaje no es una carrera de velocidad, sino un camino de constancia. Y a los más rápidos, enseñarles a ser humildes, a valorar el esfuerzo de todos y a no confiarse demasiado.
Esta fábula de la liebre y la tortuga nos muestra que en la vida, como en la escuela, no gana el más veloz, sino el que continúa, el que se levanta tras cada caída y sigue adelante. La autoestima se fortalece cuando reconocemos el valor de nuestro esfuerzo y dejamos de compararnos. Porque, al final, lo que nos lleva a la meta no es la rapidez, sino la decisión de seguir avanzando.
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