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Cada martes, me encuentro en un cuento

Caperucita Roja: aprender a reconocer el peligro

Esther Murcia Gomicia

Esther Murcia Gomicia

Pocas historias han viajado tanto como la de Caperucita Roja. La escena es casi universal: una niña con una caperuza roja camina por el bosque para llevar comida a su abuela enferma. Antes de salir, su madre le da un consejo sencillo y directo: no te detengas en el camino, no hables con extraños. Pero la niña, confiada y curiosa, se cruza con el lobo. El animal, muy astuto, entabla conversación, la distrae y se adelanta hasta la casa de la abuela, donde la engaña y la suplanta. Cuando Caperucita entra, se produce ese diálogo tan conocido: «Abuelita, qué ojos tan grandes tienes… qué dientes tan grandes tienes…». Y lo demás ya lo sabéis: la fiera está a punto de devorarla.

Este cuento no es solo una advertencia sobre los peligros del camino. Es también una metáfora poderosa sobre la confianza, los límites y la importancia de escuchar las advertencias de quienes nos quieren y cuidan. Caperucita no es culpable de su inocencia, pero su descuido abre la puerta al engaño. Crecer implica aprender a reconocer cuándo algo no está bien, cuándo una situación merece sensatez y cuándo debemos pedir ayuda.

En la vida escolar y familiar esto sigue siendo una lección imprescindible. Los niños de hoy caminan por bosques modernos: internet, redes sociales, la calle, entornos nuevos donde no siempre distinguen qué es seguro y qué no lo es. Nuestros niños necesitan adultos que les acompañen, que les den herramientas y que, más que prohibir, les enseñen a discernir. Porque el lobo ya no solo se esconde tras disfraces de abuela, sino tras pantallas, palabras dulces o promesas demasiado buenas para ser ciertas de las personas que menos se esperan.

La enseñanza no debería quedarse en el miedo. Y también está la otra cara: la confianza. Confiar en uno mismo, en la propia intuición, en la voz interior que nos dice cuando algo no encaja. Enseñar a los niños a escucharse, a poner límites y a reconocer su derecho a decir «no» es parte fundamental de su educación. Fomentar el pensamiento crítico desde la infancia no es solo prevenir peligros; es darles la libertad de juzgar, cuestionar y decidir con autonomía, construyendo así adultos conscientes y responsables.

Lo sorprendente de Caperucita Roja no es solo su trama o su lobo astuto, sino lo que nos revela sobre la vida misma y sobre cómo aprendemos a navegarla. Este cuento nos enseña que la curiosidad, aunque maravillosa, necesita guía y que la inocencia no significa ignorancia, sino apertura para aprender a distinguir lo verdadero de lo peligroso. Nos recuerda que el mundo está lleno de señales sutiles, y que reconocerlas requiere atención, juicio y valentía. Esta historia nos invita a reflexionar: ¿cómo acompañamos a los niños para que desarrollen autonomía sin ponerlos en riesgo? ¿Cómo fomentamos que confíen en sí mismos sin dejarlos solos? En la sencillez del relato late una verdad profunda: educar para la vida no consiste en prohibir, sino en enseñar a mirar, a escuchar y a decidir con inteligencia y responsabilidad. Caperucita Roja nos habla de la libertad acompañada de madurez, de fuerza de intuición y de la importancia de pensar antes de actuar. Es un recordatorio de que cada niño tiene la capacidad de enfrentarse a sus «lobos», siempre que aprendamos a darle las herramientas para hacerlo, convirtiendo la historia en un espejo donde la educación y la vida se encuentran.

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