Desde ciertos sectores ideológicos, una de las críticas que se hace al sistema educativo es que es ineficiente y se apela al término calidad (baja calidad de la educación). Dicho término, visto desde este prisma, asimila calidad a productividad. Asimismo la productividad está estrechamente relacionada con la eficiencia y la utilidad. Es productivo lo que resulta eficiente y al mismo tiempo es útil para la sociedad, pero ¿qué entendemos por utilidad?

Bajo esta perspectiva, lo útil posee dos acepciones. Lo útil como eficiencia. Es útil lo que permanece rentable en términos económicos. Un sistema educativo es útil si este no malgasta, es eficiente. Por otro lado, útil es aquello que favorece el rendimiento económico de un país y ayuda a las personas a integrarse de forma productiva en el mercado de trabajo. Es útil lo que mejora la economía, lo que ayuda a las personas a ser flexibles, resilientes y adaptables al cambiante y cíclico mercado laboral. Por lo que este enfoque prioriza un tipo de saberes y competencias prácticas sobre otros, considerados como contenidos excesivamente teóricos e inútiles. En este caso, las Humanidades quedan relegadas a lo anecdótico. La Filosofía, la Ética, los conocimientos artísticos como la Música, son prescindibles en un mundo que requiere trabajadores competentes y competitivos. Pero con esta ecuación no salen las cuentas. Alejarnos de las Humanidades nos deshumaniza. El sistema capitalista es un sistema económico pero no ético. Si lo que urge es adaptarnos al mercado laboral y nos olvidamos de las Humanidades, estaremos creando individuos pero no ciudadanos. Lo inútil es lo que equilibra la balanza, lo que nos devuelve al sentido, lo que nos dota de sensibilidad ética, lo que nos protege del abismo que nos devora. Tenemos que reivindicar la importancia de los saberes inútiles y preguntarnos: ¿qué tipo de humanidad deseamos alentar?

Un sistema educativo ha de alimentarse de diferentes fuentes para dar cabida a las múltiples necesidades humanas. Es importante que el alumnado adquiera herramientas suficientes para valerse en el mundo laboral. Es imprescindible que los discentes adquieran conocimientos científicos, históricos, éticos y artísticos para dotarlos de conciencia democrática. Un país democrático se sustenta de ciudadanos que son críticos y libres y el conocimiento es la herramienta que promueve dicha libertad. La balanza ha de estar equilibrada; si no, corremos el riesgo de crear monstruos. Desinflar los currículos en pro de la utilidad es aminorar la posibilidad de fomentar personas libres, virtuosas, democráticas y críticas. Transformar los conocimientos en competencias abstractas con sentido de utilidad puede incitar a dejar saberes no útiles cadavéricos por el camino.

Desde la Educación Infantil hasta el Bachillerato, los alumnos y alumnas han de estar bien nutridos en los distintos conocimientos universales, que van más allá de las modas del contexto social de turno o de las inclemencias del mercado. «Saber» es tan importante como «saber hacer» y «saber ser».

Lo gratuito, lo que no produce ganancias económicas per se, la Filosofía, la Literatura, la Música, las Artes son un valor en sí mismas, promueven una utilidad sin recibo, intrínseca, virtuosa. Si no perdemos esta brújula el camino educativo continuará teniendo luz y sentido.