Septiembre es un mes de inicios, de cambios, de adaptaciones a nuevas etapas y situaciones. Los adultos podemos vivir dichas modificaciones vitales con ilusión pero también con ansiedad y estrés. Estos procesos de cambio asimismo son importantes para los más pequeños sobre todo si inician una nueva etapa en una institución educativa.

Cada niño va a vivir esta circunstancia de forma idiosincrática, dependiendo de su tipo de apego, temperamento y aprendizajes previos ante la separación de sus familiares más cercanos. Por ello, todos los centros educativos han de prever un periodo de adaptación al inicio de cada curso y de manera muy relevante ante los cambios de etapa, es decir, bien cuando comienzan a formar parte de una institución como es la escuela, o bien cuando van a pasar a una etapa superior como es el paso de la Educación Infantil a la Primaria y de esta a la Secundaria.

Los centros educativos deben coordinarse con las familias de forma efectiva para ir preparando la llegada del nuevo alumnado y que estos se adapten de forma relajada y positiva. Tenemos que flexibilizar la entrada y salida del centro, proponer un aumento paulatino de las horas que los niños pasan en él (de menos a más horas) hasta alcanzar el horario normal de clase. El entorno ha de ser seguro y agradable. Son importantes factores de iluminación, temperatura, situación de las mesas y sillas, decoración, música y sonidos del aula. Los maestros y maestras deben ofrecer un tipo de apego seguro, dándoles confianza, ofreciendo ayuda empática e intentando prever las dificultades que pudieran encontrarse en el aula.

Por su parte, las familias también han de colaborar en este proceso de adaptación a través de distintas estrategias como las siguientes:

Semanas antes hay que ir regulando los ritmos de sueño y alimentación para que se acoplen a los horarios del centro educativo. Los pequeños, en las primeras semanas, pueden traer a clase algún objeto de apego (por ejemplo, un muñeco con el que se sienten seguros y reconfortados). Es importante centrarnos en estos cambios y no añadir otras circunstancias estresantes que pudieran darse. Es relevante que las familias tengan una comunicación directa con el tutor o tutora para una mejor coordinación y seguimiento de cada uno de los niños/as. Se pueden pactar visitas al aula, siempre y cuando estas puedan servir para la mejor adaptación de los pequeños, respetando el criterio de los profesionales de la educación, con actitud y talante cooperativo.

Puede ocurrir, durante este proceso de adaptación, que algunos niños se muestren irritados, aparezcan algunas regresiones a etapas más infantiles y otras circunstancias adversas. En la mayoría de los casos, estas son situaciones normales de adaptación, pues cada menor mantiene su propio proceso. Algunos indicadores de alerta ante un desarrollo problemático de adaptación escolar pueden ser:

El niño/a se encuentra continuamente triste, se niega a acudir a clase, se producen regresiones a etapas más infantiles (rabietas, déficit en el control del pipí o la caca, etc), somatiza con problemas físicos (le duele la cabeza, el estómago), no se relaciona con el resto de compañeros. Dichos signos han de ser relativamente persistentes en el tiempo y parecen no aminorar. En estos casos es aconsejable acudir al pediatra y al mismo tiempo realizar un seguimiento con el tutor/a del menor para establecer cambios en el proceso de adaptación. Podemos recurrir a los Equipos de Atención Temprana y los Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica para una valoración, intervención y/o asesoramiento profesionalizado.